Los europeos no sentimos igual una guerra a 100 kilómetros del frente que a 3.000. Mientras el 71% del debate social en el este de Europa gira en torno a la guerra de Ucrania, en España solo llega al 17%. Así lo … refleja un informe de la consultora Llorente y Cuenca, titulado ‘VDL 2.1: Voz unificada, audiencia fragmentada’, que estudia y compara la conversación pública en el Viejo Continente. Dicha conversación pública se entiende como la suma del discurso institucional, la cobertura mediática y el debate ciudadano.
A tenor de los datos analizados, el informe revela una disonancia evidente entre las narrativas que circulan en Europa y la percepción del peligro por la contienda en Ucrania. La conclusión es clara: en el flanco oriental, la proximidad del conflicto anula las demás prioridades. «En países como Letonia, Eslovaquia o Estonia, la conversación pública está monopolizada por la amenaza rusa y la defensa, alcanzando cifras de hasta el 71% de la conversación en la red social X», recoge el informe.
Tales cifras contrastan con la realidad que se vive en el flanco occidental, especialmente en España y Portugal -los dos países geográficamente más alejados del conflicto-, donde la misma conversación en X ocupa solo un 17% y un 20%, respectivamente. Todo ello pese a que la guerra de Ucrania acapara el 38% de la cobertura mediática.
Esta brecha entre la agenda mediática y la preocupación ciudadana es especialmente visible en España. Aunque la seguridad y la defensa son los asuntos más relevantes para los medios, «solo concentran dos de cada diez mensajes en la opinión pública». Estas temáticas representan el 25% de la cobertura mediática nacional, y en el noreste de la UE, cinco de cada diez noticias giran en torno a esta temática.
En contraste, «la democracia y los valores concentran el 44% del interés social en España y se consolidan como la principal prioridad para la opinión pública europea (37%)». Paradójicamente, este alto interés no indica una crisis institucional inminente: según el Índice de Democracia 2024 de ‘The Economist’, España escaló dos posiciones, hasta el puesto 21 mundial, manteniéndose sólidamente en «democracia plena».
Sin embargo, esta coexistencia de múltiples sensibilidades geopolíticas y prioridades nacionales bajo un mismo techo está empezando a convertirse en un obstáculo para tomar decisiones comunes de mayor importancia.
La dificultad del consenso
El temor a la amenaza rusa en el flanco oriental se manifestó en la reciente declaración del primer ministro polaco, Donald Tusk, quien advirtió este jueves, a su llegada al Consejo Europeo sobre la necesidad de alcanzar un consenso para el uso de los activos rusos en favor de Ucrania: «O dinero hoy, o sangre europea mañana». Al final, los líderes optaron por un préstamo de 90.000 millones de euros, que se financiará mediante deuda común.
Sin embargo, la fórmula acordada no incluye el uso directo de los fondos rusos congelados por las sanciones, como proponía la mayoría, debido al veto de países como Hungría, Eslovaquia, la República Checa y Bélgica, este último por riesgos jurídicos, lo que vuelve a evidenciar la dificultad de la UE para alcanzar consensos en materia de seguridad y defensa.
Esta cuestión de perspectiva reside, principalmente, en uno de los baluartes de la propia Unión Europea: el pluralismo. Pero esta pluralidad europea se erige como una moneda de dos caras. La unión económica entre los diferentes Estados que componen la UE no ha conseguido provocar una unión de igual manera en el aspecto identitario. La diferencia geográfica, principalmente, así como la lingüística y cultural, fragmentan el debate público interno de la alianza.
En Polonia o en los países bálticos, persiste una sensación de inseguridad que se manifiesta en el debate público debido a varios motivos. Los principales son la proximidad geográfica a la guerra y las propias vivencias de los ataques híbridos del Kremlin, sumadas a la retórica del secretario general de la OTAN, Mark Rutte. En este sentido, destaca también la incertidumbre del presidente de EE.UU., Donald Trump, sobre si cumpliría el artículo 5 de la Alianza Atlántica en caso de activarse.
De esta manera, Bruselas debe operar en un entorno donde «la atención pública se fragmenta, las audiencias se segmentan y los canales de difusión se multiplican». «La fragmentación de la opinión pública europea y la tendencia a privilegiar cuestiones más tangibles y de impacto inmediato dificultan la plena resonancia de mensajes», recoge el informe de Llorente y Cuenca. Esta bipolaridad deja a la Unión ante el desafío de coser dos realidades divergentes antes de que alguna de las amenazas termine por quebrar el proyecto común.
Mientras tanto, la guerra de Ucrania continúa su curso. Moscú trata de seguir invadiendo terreno y Kiev insiste en no ceder ni un ápice de su territorio. Estados Unidos se apresura con celeridad por conseguir un acuerdo de paz y la Unión Europea, viendo como su liderazgo se desdibuja, rediseña su rearme con vistas a la proximidad del conflicto.
Competitividad ante todo
Ante estas dificultades, bajo el liderazgo de Ursula von der Leyen, la UE ha tratado de unificar su voz con una disciplina férrea. El 47% de los discursos de los comisarios se centran en una amenaza más intangible que la guerra en Ucrania: la competitividad.
Durante años, la UE ha priorizado su papel como árbitro y regulador global de las nuevas tecnologías, una estrategia que ha disuadido la creación de potencias tecnológicas propias. Habiendo perdido el tren de la primera ola de la revolución digital, y ante la ausencia de sus propias ‘Big Tech’, el Viejo Continente vive sometido a la influencia de los ‘siete magníficos’ estadounidenses -Apple, Microsoft, Amazon, Alphabet, Meta, Tesla y Nvidia-.
A pesar de esta obsesión de Von der Leyen, el mensaje no cala. Aunque la Comisión intenta priorizar conceptos como la «innovación» y la «inversión» –los campos semánticos más repetidos en sus discursos–, la competitividad apenas representa el 21% en el ámbito del debate público de los ciudadanos.
Esta desconexión se acentúa aún más si se atiende al interés de los medios. Aunque la cobertura mediática europea alcanza el 21%, su impacto se diluye en el ámbito social: «Solo el 4% de los mensajes de la opinión pública giran en torno a la competitividad».