Por: Carlos A. Dumois
En esta semana se nos adelantó la última integrante de la generación de mis padres. Ya no queda ninguno de ellos. Mi Tía Nenita, a sus 95 años, nos dejó después de una vida de enorme riqueza. Siempre sonriente y alegre, siempre contenta con lo que le tocaba vivir, fue testimonio de importantes sucesos ocurridos durante casi un siglo, en Cuba, en Venezuela, en México, en el mundo.
Por el lado de mi padre, la familia aprendió a trabajar, emprender, crear y perder fortunas desde el siglo XIX. Migraron de Francia a la isla de Santo Domingo, a Santiago de Cuba, a Louisiana, de regreso a Santiago, hasta que se asentaron en la Ciudad de Banes, en el Oriente de la isla. Ahí crearon un emporio: grandes plantaciones de frutas, una flota naviera, caminos, puentes, ferrocarriles, una comercializadora internacional y hasta una ciudad entera. Casi todo se perdió con la Guerra de Independencia, y se volvió a construir. Luego se volvió a perder todo durante la Gran Depresión de 1929.
Años después mi padre, Luis Dumois Portela, se casó con mi madre, Fefa Núñez, y ambos fueron parte del clan Núñez. Cuatro matrimonios, tres hermanas y un hermano con sus cónyuges. Cuatro parejas extraordinarias y muy unidas. Me enseñaron a querer a mis primos como si fueran hermanos. Todavía hoy convivimos y compartimos con mucho cariño.
Nos dejaron un legado de enorme valor. Hoy quiero compartirles, solo como muestra de la enorme riqueza, algunas facetas de ese legado.
Lo que nos toca. Mi padre, mi madre y mis tíos nos enseñaron con su ejemplo que las cosas se cuidan y se usan, pero sin que nos dejemos dominar por ellas. Todos hicieron una fortuna en Cuba. Todos la perdieron. Todos emigraron a México, a Estados Unidos y a Venezuela. Todos volvieron a empezar y volvieron a salir adelante. Bueno, mi padrino, el esposo de mi Tía Nenita, volvió a crear y perder su fortuna en Venezuela. Castro y Chávez ayudaron a que todo se perdiera.
Los ocho nos mostraron cómo salir adelante trabajando, emprendiendo, luchando. Los ocho nos dieron ejemplo de honradez, de responsabilidad, de respeto y de agradecimiento. Aprendimos a amar el país que nos acogió. Eso nos tocó.
Lo que nos dejaron. Nuestros padres nos legaron un testimonio de amor. Amor de familia, amor al prójimo, amor por la vida. Son justamente sus vidas las que fueron de una riqueza inmensa, vidas plenas, dignas cada una de libros que podríamos escribir.
Los principios. Esta parte del legado es relevante. Además de los ya mencionados añado otros: Autonomía económica al costo que fuera. Ninguno aceptó aprovecharse de nadie. La educación nadie te la puede quitar, cultívate sin perder tiempo. La gratitud es fundamental. La perseverancia te llevará a donde quieras. Y el más relevante: la libertad. No dejes que te la arrebaten. Es lo más preciado que Dios nos ha dado.
Lo que se llevaron. Yo quiero mucho a mis primos, pero la verdad pienso que entre los ocho había un cariño fraterno, entrañable, como entre verdaderos hermanos. Podían convivir por horas y días, era muy divertido pasarla con ellos. Ojalá entre los primos podamos acercarnos a como ellos se querían. En la medida que fueron yéndose, nuestra capacidad de compartir ha menguado.
Lo que recordamos. Tan solo pensar en ellos es un gusto. Hablar de ellos es un orgullo. Todo lo que lograron. Los viajes a la playa y a otros países, las fiestas en familia y los festejos navideños, los encuentros y visitas, los diálogos, las bromas y las risas. Fueron una parte muy importante de nuestras vidas.
El legado es como un río, una herencia, una consigna, un mandato. Es nuestro origen. Condicionó de alguna forma quienes hemos llegado a ser. Le añade sentido a nuestra vida. Nos invita a reflexionar lo que nos falta.
Nuestro legado es de una riqueza enorme. Descubrámoslo y aprendamos a compartirlo con los que quedamos. Invito a hacerlo a todas las familias empresarias. A todas las familias que se sientan orgullosas de donde han venido.
Adiós Tía Nenita. Adiós a los ocho. Descansen en paz. Muchas gracias.
Presidente y Socio Fundador de CEDEM.