«Solo una cosa vuelve un sueño imposible: el miedo a fracasar»: Paulo Coelho
Por: Alfredo Ceballos Ramirez *
Un avión había llegado a la altura y a las coordenadas indicadas con cinco paracaidistas. Ellos estaban en la puerta abierta listos a saltar. Tres de ellos decidieron saltar. ¿Cuántos quedaron en el avión? Piense su respuesta por unos segundos. ¿Sencillo, cierto? Si su respuesta fue que quedaron los mismos cinco, acertó. Porque los tres solo tomaron la decisión de saltar, pero no saltaron.
Entre el momento de tomar la decisión de tomar una acción y el de realmente emprenderla hay una brecha; en ocasiones un abismo. Las separa ese instante que permite tomar un respiro, contar hasta tres y llenarse del coraje y la valentía que se necesitan para asumir los riesgos que conlleva la incertidumbre sobre los posibles resultados de la acción. El momento de tomar la decisión está precedido por un largo y ponderado análisis de las circunstancias que rodean la decisión y por una evaluación objetiva de los posibles riesgos que conlleva. El momento de emprender la acción requiere la contribución de las creencias y de las convicciones personales que fortalecen la voluntad para vencer el miedo que genera la incertidumbre. Stephen Covey señaló que ese era el instante para el ejercicio de nuestra libertad. Ciertamente que lo es.
Supongamos, además, que el envío de los paracaidistas fue la estrategia escogida por recomendación de los más calificados expertos en operaciones de rescate. Era la manera más indicada para salvar las vidas de un grupo de personas que habían quedado atrapadas y amenazadas de muerte por la aparición de una inesperada avalancha que había tomado por sorpresa a los habitantes de un pequeño y alejado caserío. Se diseñó un detallado plan de salvamento y se completaron todas las etapas requeridas para llegar al momento de la verdad: el salto de los paracaidistas. Esa estrategia, como todas, termina a discreción de las personas que deben emprender las acciones necesarias para materializarla. Esa estrategia es solo una intención, una hipótesis, que solo puede probarse como acertada o errónea cuando se tomen las acciones que la materializan. Los resultados de esas acciones, la implementación de la estrategia es la verdadera estrategia.
Esa brecha depende del grado de incertidumbre que rodee los resultados de las acciones que se intentan emprender. Cuando se pueden generar riesgos de sufrir perjuicios considerables o cuando las consecuencias son de largo plazo, esa incertidumbre se acrecienta y puede generar un miedo que paraliza el emprendimiento de las acciones. Para facilitarlo, se requieren apoyos que mitiguen esa incertidumbre.
La recomendación tradicional consiste en intensificar los esfuerzos de planeación utilizando el pensamiento estratégico y prospectivo para refinar los análisis que permitan proyectar los escenarios futuros y sus correspondientes resultados. Se aconseja utilizar herramientas para escudriñar el futuro y para identificar sus tendencias más sutiles. Pero, no existe ningún grado de sofisticación de la planeación ni de la prospectiva que eliminen la incertidumbre sobre el futuro. Las acciones siempre se deben emprender sin el conocimiento pleno de sus eventuales consecuencias. Es indispensable actuar para poder conocerlas.
Mucho más ahora, cuando estamos participando, en vivo, en el experimento mundial que demuestra, más allá de toda duda, que nuestro futuro seguirá tan incierto como siempre lo fue. Solo que pretendíamos desconocer esa incómoda incertidumbre. Creíamos que existían maneras de predecir o prospectar el futuro. Lástima que haya sido una vana ilusión. El siglo pasado nos permitió ver el auge y el fracaso de la planeación, tanto a nivel de empresas como de países. Cuando hayamos aceptado el redescubrimiento de la incertidumbre, tendremos que volver a aprender las lecciones de nuestra historia.
La única manera de enfrentar la incertidumbre es con la acción. Más precisamente con la acción valiente que cristalice la idea brillante. Tendremos que enfrentar los retos de esta nueva gran crisis con el coraje y la valentía que demanden las acciones novedosas que tendremos que emprender. No podía existir un plan estratégico y mucho menos un manual para manejar la pandemia ni para emprender las acciones que demande la reparación de sus enormes perjuicios.
Pero ya nuestros antepasados lo hicieron y se levantaron de las cenizas que dejó la segunda guerra mundial y los más remotos, del siglo XV que, sin los medios de hoy disponemos, se recuperaron del Covid de entonces, la pandemia de la peste negra, que arrasó con el 40 por ciento de la población europea de aquel entonces. Si ellos pudieron nosotros también. La solidaridad y la voluntad inquebrantable, hoy rebautizada como resiliencia, a las que apelaron entonces, son las mismas a las que debemos recurrir de nuevo.
Habrá que sobreponerse al miedo a las adversidades recurriendo a las virtudes que fortalecen la voluntad para emprender las acciones que se sobreponen al miedo que genera la incertidumbre. Las mismas que se requieren para reinventarnos, como está ahora tan de moda recomendar.
* MBA Stanford University y DBA Harvard University
Presidente y Fundador de Iara Consulting Group.