¿Qué puede justificar una operación militar sin precedentes de Israel contra Irán, cuando el Estado hebreo aún tiene abierta la guerra de Gaza? Para el primer ministro conservador, Benjamin Netanyahu, el ataque masivo con misiles y drones contra Irán ha sido un … acto «preventivo» motivado por el «instinto de supervivencia de Israel». En otras palabras, el ataque contra las instalaciones nucleares persas, y el asesinato de varios dirigentes militares y científicos, ha ido dirigido a impedir por la fuerza que Irán se convierta en breve plazo en una potencia atómica.
Israel es una potencia nuclear. Ningún país árabe de la región dispone de ese arma de disuasión y poder. Y si Irán la consigue -cuestión de meses, según alertan todos los organismos, el último el responsable del control nuclear de la ONU- se convertiría en la primera potencia musulmana de Oriente Próximo en poder tutearse con el Estado hebreo.
La lista de agravios de los países árabes contra Israel, desde su fundación en 1948, es muy larga. Lo que está ocurriendo en la franja de Gaza es gravísimo, dejando a un lado -si eso fuera posible- la cuestión de quién encendió la mecha en 2023. Y a pesar de todo, desde hace décadas a ningún régimen árabe se le ha pasado por la cabeza volver a atacar militarmente a Israel. Hubo tres grandes guerras en las que los árabes acudieron en alianza contra el Estado hebreo. Y en las tres los árabes fueron derrotados.
Desde la llegada de Jomeini a Irán, en 1979, los persas han tomado el relevo a los árabes. Irán ha tejido una estrategia de alianza con movimientos islamistas antisionistas para socavar militar y psicológicamente a los israelíes. Ayuda a los chiíes libaneses de Hizbolá, que no han cesado de atacar el norte de Israel, protegió y formó también a los radicales palestinos de Hamás -pese a ser estos suníes y no chiíes-, y entrega armas a los rebeldes yemeníes chiíes, los hutíes, que siguen lanzando drones contra Israel.
Irán nunca se ha medido militarmente con Israel. Es una novedad que a muchos analistas les parecerá un disparate desde el punto de vista estratégico, porque Estados Unidos mantiene intacta su alianza con el Estado sionista, aunque al parecer la Administración Trump se opuso a la escalada iniciada anoche por Israel. Pero dada la magnitud del ataque israelí, y el poder militar de los dos países -aunque la distancia geográfica entre ellos plantea dudas sobre el uso de los ejércitos de Tierra- la escalada que acaba de comenzar en Oriente Próximo es imprevisible.
En términos políticos e ideológicos, el salto de prestigio que ha dado Irán en el mundo del islam -más de 2.000 millones repartidos por todo el globo, frente a los 2.600 millones de cristianos- ha sido de gigante. El régimen político creado en 1979 por el ayatolá Jomeini es abiertamente integrista e intolerante, y además está regido por la corriente chií del islam, muy minoritaria frente a la suní. Pese a ello, Irán aspira a desplazar en influencia a los regímenes suníes más ricos, como Arabia Saudí, o más populosos, como Indonesia y Egipto. El desafío a Israel, y con él al Occidente cristiano, le otorga un aura de audacia que, además, los ayatolás quieren empapar de fervor religioso y de ‘guerra santa’.
Surge inevitablemente, junto a las razones de tipo pragmático, una cuestión de fondo. ¿Por qué se detestan, hasta el extremo de la guerra, Irán e Israel? Hasta la llegada de Jomeini al poder, y con él la Revolución islámica, las relaciones entre los dos países eran excelentes. La Historia relata episodios de respaldo persa a la entidad sionista, e incluso en Irán siempre existió una comunidad judía importante. ¿Cómo se vino abajo esa relación? Los analistas suelen situarlo en los años precedentes al regreso de Jomeini a Teherán, cuando el líder espiritual identificó el régimen de los Pahlavi con el de Israel, por la unión tan estrecha que existía entre los dos. Con la llegada del clero chií al poder político, Israel perdió su nombre y pasó a ser el ‘régimen sionista’, cuando no el ‘enemigo’.
En algún breve estadio de este largo periodo, Teherán y Tel Aviv establecieron alguna colaboración, en particular durante la guerra de Irán contra Irak (1980-88). Pero enseguida volvió la enemistad. Irán emprendió la carrera en pos del arma nuclear, y el Mossad decidió ampliar su lista de objetivos; desde hace años, los asesinatos selectivos -como el último en Damasco- no se centran solo en figuras de la elite militar revolucionaria sino también en científicos nucleares persas.
GK Chesterton en ‘El hombre eterno’ dice con su habitual ironía que los primeros sionistas fueron los conquistadores persas, que enviaron de vuelta a los judíos desde su cautiverio en Babilonia, para que reconstruyeran Jerusalén. El sionismo está pues en deuda con Irán. Ciro, rey de Persia tras conquista de Babilonia
Por otro lado, los judíos tienen además menos problemas en teoría con el islam que con los cristianos, porque estos afirman ser el definitivo y verdadero Israel, mientras que los musulmanes se vieron desde el principio como algo muy distinto. El odio entre Irán e Israel -o más bien entre el régimen teocrático persa y el sionista- no es ideológico ni religioso sino de poder.