Durante toda la pandemia, sobre todo tras el decaimiento del estado de alarma, hemos oído demasiados llamamientos a la responsabilidad individual, apelando a la prudencia y al “sentido común” de los ciudadanos. También en otros países como Reino Unido o Estados Unidos, incluyendo un significativo mensaje del Presidente Biden: The choice is your’s.
Estos mensajes se han redoblado desde el importante repunte de casos en los grupos de población más jóvenes, en buena parte asociados a actividades de ocio que –a veces bajo eufemismos como “viaje de estudios” o “viaje de fin de curso»– combinan masificación, consumo de alcohol y no demasiado «sentido común”.
La responsabilidad individual como solución a la pandemia
Nadie duda de que la responsabilidad individual (el sentido común de las personas para hacer lo correcto) es siempre importante. Pero este renovado énfasis en la responsabilidad individual como solución a la pandemia tiene dos importantes riesgos que se retroalimentan entre sí. El primero, sugerir que los problemas derivan fundamentalmente de la ausencia de responsabilidad individual y buen juicio de los ciudadanos. El segundo, poner el énfasis en lo que la gente debería hacer por si misma, diluye el énfasis en lo que los gobiernos deben hacer.
Desde esta perspectiva “individual”, mantener la distancia, ventilar los espacios colectivos, mantener aforos limitados, vacunarse, aislarse en caso de positividad o sospecha, evitar el contacto con personas vulnerables, etcétera, sería, sobre todo, un problema de decisiones propias: las soluciones a la pandemia estarían en las manos de cada uno de nosotros.
Sin quitar peso a la importancia de la responsabilidad individual, el hincapié en esta perspectiva va contra lo que sabemos sobre comportamientos saludables, contra todo lo que hemos aprendido durante la pandemia y contra las mismas bases de las actuaciones de salud pública.
Una “quinta ola” que no se parecerá a las anteriores, pero no es intrascendente
El repunte actual en España se caracteriza por su rapidez y la concentración en personas jóvenes. Debajo hay muchas causas: la difusión general de un mensaje de optimismo, la alta movilidad de este grupo de población una vez perdido el miedo a contagiar a sus familiares mayores, estar pendientes de vacunación, sus modos de socialización y diversión que incluyen el agrupamiento y el abuso de alcohol (favorecido o aprovechado por el negocio del ocio nocturno) y, todavía en menor medida pero ganando importancia, la presencia de nuevas y más transmisibles variantes.
También se caracteriza por una disociación entre las curvas de transmisión y las de hospitalización. La ya muy importante, vacunación de las personas mayores de 40 años evita que esta “5ª ola” sea tan catastrófica en hospitalizaciones y muertes como las anteriores (o como está siendo en aquellos países latinoamericanos que aun mantienen tasas bajas de vacunación).
Mucho menos catastrófica no quiere decir intrascendente. De hecho, su importancia es enorme:
- Aunque la mayoría de los casos (en jóvenes, en vacunados con una o dos dosis) sean asintomáticos o leves, algunos no lo serán tanto. Muy groseramente puede estimarse que 1 de cada 100 infectados será hospitalizado, 1 de cada 1000 hará caso grave y 1 de cada 10.000 morirá. Son cifras lejanas a las que hemos visto hasta ahora. Pero son mucho más que cifras. Y con la transmisión tan elevada acabarán siendo bastantes vidas.
- Será difícil evitar que una transmisión tan alta no alcance algunos grupos que, aun vacunados, son muy vulnerables y en los que las vacunas ofrecen una protección menor (inmunodeprimidos, trasplantados, ancianos frágiles, …). Más personas.
- Aunque los hospitales no vayan a saturarse como en otras ocasiones, la atención primaria ya lo está en muchos lugares. Muchos de los casos serán leves, pero su atención dificulta las tareas de vacunación y, sobre todo, impide la atención a los pacientes no-covid. La atención primaria desarrolla una tarea esencial para reducir las descompensaciones y exacerbaciones de las enfermedades crónicas, tarea que está bajo mínimos desde hace mucho tiempo y que debe reemprenderse (y recuperar el tiempo perdido) cuanto antes.
- El inicio de la movilidad vacacional. Sólo este pasado fin de semana se esperaban 4,4 millones de desplazamientos, fundamentalmente desde las áreas metropolitanas (con las mayores tasas de contagio en jóvenes) hacia destinos turísticos. Con unas tasas de transmisión tan elevadas como las actuales, esta movilidad contribuirá a la propagación del brote, y a la expansión de la variante delta que lo retroalimentará.
- En términos económicos, ha frenado ya la desescalada y puede haber retrocesos. A inicio de temporada, lo último que querría verse en muchos de los territorios con gran actividad turística es un mapa como el que esta semana publicaba el eCDC: España con los colores muy subidos. Sin contar el importante daño reputacional a Baleares que se extiende al conjunto del país.
La acción colectiva no pasa por reponer las mascarillas al aire libre
Las medidas esenciales de la acción colectiva (de salud pública) no pasan por medidas (tan vistosas como poco efectivas) de volver a la mascarilla al aire libre (aunque la tentación de hacer creer que se hace algo la convierta en una opción política relevante).
Las medidas importantes en este momento son:
- Vacunar. Es la medida esencial y se está haciendo a muy buen ritmo. Pasar a unos grupos de personas jóvenes antes o después que otras es una discusión menor (más logística que diferencial en efectividad) que no nos debería hacer perder demasiado tiempo.
- Controlar interiores. Todos. Los de ocio, restauración, culto, laborales, peñas, hoteles, comercio, etc. Por supuesto los docentes. Cualquier lugar con techo donde haya gente dentro. La ventilación es la actuación esencial, pero importan los aforos, la distancia, el número de personas que pueden estar juntas, las mascarillas (aquí si, y en todo momento que no sea imprescindible quitársela). Incluye mantener el teletrabajo y puede incorporar cierres del ocio nocturno en interiores o incluso toques de queda si este sector es incapaz de controlar sus interiores (y la seguridad en interiores no es una cuestión de alfombrillas y solución hidroalcóholica) y a quienes “van por libre” perjudicando al resto del sector.
- Controlar las concentraciones masivas de personas. Incluso al aire libre y especialmente si se asocian a consumo de alcohol o situaciones que favorecen el abandono de la distancia. La situación actual no da para fiestas de ningún tipo. Gane o pierda nuestro equipo. Sea la fiesta de la patrona, del santo o gane España la copa que sea. La respuesta colectiva debe ser: en este momento aun no se puede.
- Rastrear y aislar. Aislar cada caso. Aislar a sus contactos. Y aislar a las personas que –aunque no pueda aportarse evidencias incontestables de que cumplan la definición de contacto estrecho– tengan un riesgo aumentado de desarrollar (y trasmitir) la covid-19.
La salud pública actúa sobre riesgos (probabilidades). Un continuo entre 0 y 1. La justicia es dicotómica (inocente o culpable). Aplicar las reglas de la justicia (no se es “contacto estrecho” mientras no se aporten evidencias de cumplir una definición operativa -que no jurídica- de rastreo) a la salud publica es demasiada ignorancia a esta altura de pandemia. Considerar el “derecho” a no ser aislado por encima del de no ser contagiado también. El sentido común también importa cuando el amparo de unas personas supone el desamparo de la protección de muchas otras.
Y la afirmación, tan repetida estos días, de que un resultado negativo de PCR (o antígenos) implica que no podemos desarrollar la enfermedad (y no comportamos riesgo para otras personas) es de un analfabetismo a estas alturas intolerable.
Las enfermedades infecciosas son un problema colectivo
Durante una pandemia la salud de cada persona no está completamente en sus propias manos. No es que las decisiones personales no importen (importan, y mucho), pero no son lo único que importa. Las enfermedades infecciosas son transmisibles y, por ello mismo, un problema colectivo. Nuestra salud también depende de las elecciones que hagan las personas de nuestro entorno y más allá de nuestro entorno. Y de la acción colectiva: de las actuaciones de salud pública.
Las actuaciones sanitarias en enfermedades infecciosas se dirigen al cuidado de las personas enfermas. Las de salud pública responden sobre todo a la protección de la salud de los no enfermos.
Pueden incluir intervenciones que limitan derechos. Especialmente el derecho a hacer cosas que pongan en riesgo (y, recordemos, el riesgo es una probabilidad, no culpabilidad o inocencia) a otras personas.
El sentido común de las personas, de las sociedades, ha otorgado a la salud pública estas capacidades de actuación. Y las administraciones sanitarias deben ejercer esta responsabilidad colectiva. Pedir prudencia no está mal. Pero no exime de actuar para proteger la salud de todos.
Salvador Peiró, Investigador, Área de Investigación en Servicios de Salud, FISABIO SALUD PÚBLICA, Fisabio
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.