Por: Alfredo Ceballos Ramírez
En el proceso de cumplir con la obligación de construir un futuro mejor para nuestras empresas, siempre estamos atrapados entre la incertidumbre del futuro y la certeza del pasado y no podemos acudir a ningún oráculo o gurú que nos muestre la clave secreta que asegure el mejoramiento del desempeño futuro. La incertidumbre sobre ese futuro es una condición ineludible. Es inútil tratar de predecirlo; solo podemos anhelarlo y luchar por conseguirlo. La recomendación más frecuente, sin embargo, ha sido acudir al pensamiento estratégico y avivar su capacidad analítica para identificar aquellas tendencias aún ocultas y diseñar una estrategia que asegure una ventaja competitiva que nos garantice el éxito. Idealmente, “ganar la batalla sin tener que librarla”.
Tratar de conocer lo que nos depara el futuro es un anhelo que nos acompaña desde siempre. En los albores de nuestra cultura occidental, en la antigua Grecia, existió el Oráculo de Delfos, templo que se visitaba para consultar a los dioses sobre sus designios para el futuro. Era el auge de un determinismo basado en la creencia que la ira o la buena voluntad de esos dioses determinaban el futuro. La creencia actual es en la existencia de una causa primordial, como la estrategia competitiva, que guía el comportamiento de la empresa y determina su buen desempeño. Ahora, sin embargo, ya todos sabemos que nuestro futuro no está predeterminado. Es un resultado que emerge de múltiples redes de interdependencias que lo tornan volátil, incierto, complejo y ambiguo. En estas condiciones, no existe una causa única que lo determine y, por ello, su búsqueda es solo una fantasía: la búsqueda de un dorado inexistente.
Lo único que podemos hacer es recurrir a los hechos ciertos que nos ayuden a vislumbrar lo que se avecina. Esos hechos son los que muestran los resultados de nuestro quehacer durante el pasado reciente. Así se aconsejaba en el mismo oráculo de Delfos. A su entrada se hacia una exhortación a sus ansiosos visitantes: ¡Conócete a ti mismo! Ninguna pregunta sobre el futuro tiene sentido sin que antes se responda una más importante: ¿Quién soy? Con el conocimiento de nosotros mismos podemos asumir la responsabilidad por construir nuestro futuro, en lugar de culpar a fuerzas externas de nuestros éxitos y fracasos. El primer paso es conocer la realidad de nuestra empresa. Sus logros y desaciertos, sus debilidades y fortalezas, los resultados de las estrategias utilizadas para enfrentar los retos y oportunidades que generan la incertidumbre sobre el entorno. La pregunta clave viene a ser entonces ¿cómo se conoce la empresa? ¿cómo se evalúan sus estrategias?
Su respuesta es la que ha venido proponiendo a analítica de los grandes datos (Big Data). Cuando se acepta la incertidumbre sobre los resultados de las acciones también se debe aceptar que las estrategias son hipótesis sobre los resultados que se esperan de unas acciones escogidas con la esperanza de lograr ciertos resultados. Esas acciones son apuestas o experimentos que solo se pueden evaluar por medio de sus resultados a lo largo del tiempo. Estos resultados se acumulan en unas enormes bodegas de datos cuya analítica permite identificar las tendencias que se han venido consolidando y que explican los éxitos y los fracasos de las estrategias. Es la herramienta que permite conocer la empresa.
La medición del desempeño global de la empresa, por fortuna, no requiere de Big Data sino de Small Data. Mejor aún, de Smart Data: datos sencillos, medibles, realizables y con su comportamiento a lo largo del tiempo. Se requiere identificar unos pocos indicadores del desempeño estratégico y su comportamiento a lo largo del tiempo. El concepto central es la diferencia entre un indicador de resultados y un indicador de desempeño. El primero es el indicador de un resultado clave, como una Rentabilidad de las Ventas del 4% anual. El segundo es la tendencia de la trayectoria del primero durante varios períodos consecutivos como la tendencia de una Rentabilidad de la Ventas que ha sido 2,4%, 3,6% y 4% durante los últimos tres años. El desempeño solo se puede medir con el comportamiento de los resultados a lo largo del tiempo.
En mi libro, “Indicadores del Desempeño Estratégico” propongo que la Rentabilidad de las Ventas, la Rotación de los Activos y la Rotación del Patrimonio son los Indicadores Clave de Resultado y que sus tendencias determinan las de la Rentabilidad de los Activos y de la Rentabilidad del Patrimonio, que vienen a ser lo Indicadores Claves de Desempeño Estratégico. Un cuadro que muestre el comportamiento de estos indicadores a lo largo del tiempo es el Cuadro de Desempeño Estratégico, (CDE). Cuando el empresario dispone del CDE de su empresa, no requiere recurrir a ningún oráculo, sino que puede identificar y emprender las nuevas acciones, las innovaciones, con la que aspira construir un mejor futuro para su empresa. Uno que logre avanzar en el proceso de mejoramiento continuo del desempeño empresarial.
Fundador y presidente de IARA CONSULTING GROUP, SAS.