Raquel Soler Blasco, Fisabio; Ana Esplugues Cebrián, Universitat de València; Ferrán Ballester, Fisabio; Marisa Estarlich Estarlich, Universitat de València y Pablo Ángel López Fernández, Universitat de València
Si los nueve países que más emisiones generan logran cumplir los objetivos del Acuerdo de París, para 2040 se evitarían 1,6 millones de muertes debido a la mejora de la calidad del aire. Esta predicción procede de un estudio recién publicado en The Lancet Planetary Health cuyos autores han analizado los beneficios para la salud que se podrían alcanzar si los estados (Brasil, China, Alemania, India, Indonesia, Nigeria, Sudáfrica, Reino Unido y Estados Unidos) ponen en marcha planes climáticos suficientemente ambiciosos.
Junto con la disminución de la contaminación, el trabajo considera también medidas relacionadas con cambios la dieta y la movilidad activa, que prevendrían 6,4 y 2,1 millones de muertes, respectivamente.
La contaminación atmosférica es uno de los principales riesgos para la salud de la población mundial. Un importante informe, con datos del 2019, la sitúa como el cuarto riesgo más importante de defunciones en el mundo, lo que supone el 12 % de las muertes totales.
Para hacer el cálculo se tiene en cuenta la exposición a contaminación en ambiente exterior (partículas finas, o PM₂,₅ y ozono) e interior (exposición al humo por uso de combustibles sólidos). Por delante solo están factores tan importantes como la presión arterial alta, los riesgos dietéticos, la glucosa elevada y el tabaquismo.
La contaminación, un problema mundial
La contaminación del aire ambiental es un problema de alcance global. Se calcula que en el año 2019, cerca del 90 % de la población mundial estuvo expuesta a concentraciones medias anuales de PM₂,₅ por encima de las recomendaciones de la OMS (10 μg/m³). Estas concentraciones se relacionan de manera clara con el riesgo de enfermar o morir por enfermedades cardiovasculares, respiratorias y cáncer, entre otras.
Aun siendo un problema global, los niveles de contaminación, y el impacto que tiene sobre la salud, no se distribuyen de manera homogénea en el mundo: son más elevadas en poblaciones de países del Sur y Sudeste de Asia y de África Central, y más bajas en los países ricos.
Pero la contaminación del aire también representa un grave problema de salud pública en Europa. La población europea expuesta a concentraciones medias anuales de PM₂,₅ y ozono por encima de las recomendaciones en 2018 fue del 74 % y del 96 %, respectivamente. De los dos contaminantes, las partículas son las que más impacto en salud causan, tanto en España como a nivel global. Sin embargo, se observan tendencias distintas en las concentraciones: en PM₂,₅ es descendente, mientras que en ozono va en ascenso, coincidiendo con el avance del cambio climático.
¿Toda la población es igual de sensible a los efectos de la contaminación? En realidad, no. Las personas con patologías crónicas, especialmente cardiorrespiratorias, y los más pequeños son más vulnerables. Las primeras etapas de la vida, incluida la gestación, son periodos de especial vulnerabilidad, en las que una alta exposición puede conducir a un mayor riesgo de enfermedad, invalidez o muerte a lo largo de la vida.
Ambiente y salud infantil
Desde hace 15 años, existe una red de investigación de grupos españoles que ha aportado información relevante sobre cómo afecta la exposición a la contaminación atmosférica durante las primeras etapas de la vida (embarazo y primeros años) en la salud de los niños y niñas: el proyecto INMA (Infancia y Medio Ambiente).
Algunos resultados del proyecto, en el que participamos los autores de este artículo, nos dan una idea del impacto que tiene la exposición a la contaminación sobre la salud infantil. Por ejemplo, se ha comprobado que los niños y niñas de madres que estuvieron expuestas a niveles más altos de contaminación durante el embarazo tuvieron más riesgo de retraso en el desarrollo fetal.
También se ha relacionado la contaminación con un menor peso o talla al nacimiento, mayor riesgo de parto prematuro y un retraso del crecimiento físico en los primeros años de vida.
De la misma manera, la exposición temprana a niveles altos de contaminación se ha asociado con un mayor riesgo de padecer problemas de salud, tanto respiratorios, como del neurodesarrollo durante la infancia.
Emisiones y cambio climático
El cambio climático se considera la principal amenaza para la salud pública en el presente siglo. Según la OMS, en la presente década se pueden dar 250 000 defunciones relacionadas con el cambio climático. Y este número se irá incrementando de forma exponencial a lo largo del siglo si no se toman medidas decididas para variar su progresión.
Los cambios en el clima son debidos a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a causa de la actividad humana. El sur de Europa y el Mediterráneo son zonas consideradas como “puntos calientes”, tanto por un mayor calentamiento como por la reducción de precipitaciones.
Las agencias internacionales, lideradas por el panel intergubernamental para el cambio climático (IPCC por sus siglas en inglés), desarrollan una estrategia para evitar que la temperatura media mundial supere en 1,5 ℃ la temperatura de la época preindustrial. Para conseguirlo se debe reducir sensiblemente las emisiones de los GEI clásicos (CO₂, metano, N₂O) y también de otros contaminantes que afectan al clima, como el ozono y el carbono negro.
Beneficios para la salud de las acciones contra el cambio climático
Las estrategias de mitigación del cambio climático que se han propuesto pueden, además, traducirse en otros logros para la salud, conocidos como “cobeneficios”.
Estas acciones promueven la reducción de la contaminación atmosférica, el aumento de la actividad física, la reducción de consumo de carne o un mayor acceso a espacios verdes.
Estudios recientes han ilustrado los beneficios potenciales derivados de dichas acciones. Por ejemplo, la reducción en los niveles de contaminación del aire que se derivaría de la eliminación de las emisiones de combustibles fósiles podría reducir en 3,61 millones de defunciones prematuras.
El incremento de la movilidad activa (caminar, ir en bicicleta) vendría asociado a un aumento de la actividad física, y a una reducción de contaminación atmosférica y acústica. Todo ello se traduciría en una reducción de algunas de las principales causas de enfermedad y muerte (por ejemplo, enfermedad isquémica, accidente cerebrovascular, diabetes y cáncer).
Además, los cambios en la dieta que irían asociados a una reducción de emisiones se pueden traducir en un descenso de alrededor de 11 millones de muertes prematuras al año. Y no menos importante, también disminuiría la pérdida de biodiversidad y uso de agua y suelo, factores que reducen la estabilidad de los sistemas de la Tierra.
Covid-19 y medio ambiente: crisis y oportunidad
La pandemia de la covid-19 está causando daños tremendos a la humanidad y está demostrando la importancia de la salud pública en la protección de la salud y la calidad de vida de las personas. Además, tal como indicó el director general de la OMS “es un aviso de la estrecha e íntima relación entre las personas y el planeta”.
En relación con la contaminación del aire, un estudio reciente ha estimado que, durante el primer semestre de 2020, en España se redujeron las emisiones de CO₂ en un 18,8 % respecto al mismo periodo de 2019.
Dichas mejoras nos demuestran que, con acciones decididas, es posible conseguir mejoras sustanciales en la calidad del aire que se derivan en beneficios importantes para la salud de la población. Esto nos brinda una oportunidad única para conseguir un aire más limpio, mitigar el cambio climático, y poder avanzar en un planeta saludable y sostenible para los más jóvenes y para las generaciones futuras.
Raquel Soler Blasco, Investigadora predoctoral en Salud Ambiental, Fisabio; Ana Esplugues Cebrián, Profesora de Salud Pública, Universitat de València; Ferrán Ballester, Profesor de Enfermería. Investigador en Salud Pública, Fisabio; Marisa Estarlich Estarlich, Profesora ayudante doctor, Universitat de València y Pablo Ángel López Fernández, Enfermero, estudiante predoctoral, Universitat de València
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.