Por: Raúl y Perla Sultan de Serebrenik
El ser humano adquiere costumbres de todo tipo incluyendo las mentales, emocionales y otras conductas que son heredadas, según su entorno social, cultural o familiar. Estas costumbres o hábitos que se repiten de generación tras generación, tienen una influencia decisiva en la forma de ser de las personas. Estados que se expresan en las relaciones que establecemos y en las actividades que realizamos, afectando de manera fundamental la percepción que tenemos de la vida y la atención que prestamos a las cosas, influenciando lo más valioso que tenemos: la memoria en todas sus dimensiones.
Un hábito emocional representa un mecanismo aprendido, que se transmite inconscientemente como una gran memoria universal que atraviesa el tiempo. Es un “gen social” constituido por pensamientos, conocimientos, acciones y sentimientos, que se van fijando en las relaciones y experiencias que tejen y viven los individuos de una familia empresaria de generación en generación.
Bajo la influencia de una actitud negativa creemos que lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos es la única verdad, estrechando nuestra visión de la vida, como si viviéramos en una cueva donde todo esto nos mantiene alejados de la realidad y poniendo en peligro el futuro. El llevar una vida con propósitos en la que imperen la confianza, la solidaridad, el compromiso, la trascendencia, la bondad y demás acciones deseables y positivas, genera bienestar y una visión de futuro más amplia.
Por otra parte, todo lo que conlleva a vivir experiencias de lo que está a la orden del día bajo la lupa de la desconfianza, la crítica destructiva, la falta de compromiso, la envidia, el señalamiento, la ironía, la agresividad, el no compromiso y toda clase de pensamientos, sentimientos y acciones que al final son dañinos, reduce la posibilidad de construir un futuro más cierto. Sin duda, es más sano y beneficioso conducir a las familias empresarias hacia una atmósfera de respeto, empatía, escucha activa, confianza en pro del éxito de la continuidad de sus negocios y consciencia de la influencia que deriva de lo anterior para la sociedad en general.
Una señal de lo que los malos hábitos tienen en nosotros es la dificultad al intentar asimilar información nueva, así las personas nos empeñamos en continuar ancladas a las mismas creencias a pesar de que la evidencia apunta a todo lo contrario. Identificar esos hábitos emocionales dañinos es esencial; pero lo más importante de este proceso no es solo identificarlos sino aceptarlos y modificarlos para avanzar y transformar aquello que nos juega en contra para el beneficio propio, el de las relaciones familiares, la sociedad y de los negocios.
Es posible abarcar otros capitales que conforman la riqueza empresarial familiar, comprendiendo el origen de los estímulos que disparan las respuestas, los estados de ánimo, las frustraciones del día a día. Recomiendo aceptar todos estos sentimientos negativos y emprender una carrera constante para lograr el propósito consciente de modificarlos paso a paso, con paciencia e introspección, a través de vivencias sanas, formas de sentir propias; de esta manera será posible transformar esos sentimientos para transmitir experiencias saludables y enriquecedoras a todo nivel.
Obedecer a los hábitos es lo más usual en el ser humano, en los empresarios familiares y sus generaciones de relevo podemos verlo, en especial cuando la ley del menor esfuerzo o el señalamiento se fijan. Salir de esto, ponerse a prueba, retarse, aprender, generar cambios, cuesta mucho trabajo. El costo se traduce en tiempo y recursos dirigidos para salir de esa zona de confort y de lo ya acostumbrado, que afecta indiscutiblemente a cada miembro de la familia empresaria en su manera de pensar, sentir y actuar permanente, reduciendo las mejores capacidades del ser humano, en especial los valores culturales tan necesarios para la trascendencia de los negocios de familia que, en muchos casos y según cada sociedad, pueden estar representados en la integridad, la bondad, el compromiso, la confianza y el propósito; la claridad sobre lo que es correcto e incorrecto; la necesidad de solidaridad y de cooperación. Tenga presente que “atravesar distintos estados emocionales, es humano y necesario para producir cambios”.
A veces es más fácil repetir los mismos esquemas y continuar pensando y viviendo desde lo conocido, desde ese pensamiento de “más de lo mismo”, pues nos cuesta abandonar ciertos hábitos que nos traen consecutivamente dificultades peores, capaces de destruirnos a nosotros mismos, a la familia, a la empresa y por ende al patrimonio.
En el “Modelo Serebrenik de la Continuidad y Consolidación de las Dinastías Familiares (Serebrenik G., Raúl 2010)”, es considerado el Capital Emocional como uno de los pilares fundamentales de sustentabilidad de las familias empresarias. Todo el andamiaje y los demás capitales que componen el legado familiar se afectan el uno al otro de manera dinámica y continua. Que las familias empresarias logren crear tradiciones a través de su cultura particular, es lo que las diferencia y en especial, en ello radica la voluntad de potenciar a las siguientes generaciones como parte fundamental de la continuidad de los legados familiares.
Todo esto afecta de manera positiva el Capital Espiritual al que hace referencia el “Modelo Serebrenik de la Continuidad y Consolidación de las Dinastías Familiares (Serebrenik G., Raúl 2010)”, entendiendo que la principal meta no es la meta en sí, sino cómo se debe recorrer el camino.
Una de las experiencias más bellas a nivel profesional, es contribuir para cimentar una Dinastía Familiar que tenga la oportunidad de transformación, influenciando de manera positiva y contundente el sistema familiar empresarial, y la continuidad del legado para las siguientes generaciones.
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