Hace unos días conocimos el desarrollo de un ensayo clínico realizado en Brasil para el tratamiento de la covid-19 en el que se utilizaba un compuesto antitumoral: la proxalutamida. Un ensayo nada claro desde el punto de vista ético y menos aún desde el punto de vista médico que ha causado hasta 200 muertes.
A lo largo de la pandemia hemos asistido a los fiascos de la hidroxicloroquina o la ivermectina e incluso del remdesivir. Tratamientos todos ellos anunciados a bombo y platillo y apoyados por representantes gubernamentales que tras su estudio científico se han demostrado nada efectivos contra el covid-19.
Por eso, desde el punto de vista biológico, fisiológico e incluso médico no consigo llega a entender el empeño en estudiar el uso de compuestos para el covid-19 cuyo mecanismo de acción no tiene nada que ver con lo que ocurre cuando un virus infecta las células.
Análogos de nucleótidos, no tan específicos como se propone
La gran dificultad para encontrar tratamientos contra las infecciones víricas está en que los virus utilizan las enzimas celulares del huésped para proliferar. Salvo en algunos casos, como en el de los retrovirus, donde el virus necesita de una proteína específica para copiar su genoma, en el resto, las enzimas que usan son las de nuestras células y, claro está, no podemos atacarlos sin afectar a nuestras propias células.
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Los antirretrovirales utilizados para el tratamiento del SIDA inhiben, entre otras actividades, la de una enzima específica del virus necesaria para pasar su genoma de ARN a ADN y así poder introducirlo en el genoma de las células y también fabricar nuevos virus. Esa enzima no existe en nuestras células. Pero el SARS-CoV-2 no es un retrovirus, su genoma es de ARN y lo puede usar directamente para fabricar proteínas. Luego, utiliza parte de estas proteínas víricas y proteínas de la célula para replicar el ARN, ensamblarlo con las proteínas y así fabricar nuevos virus.
En el intento de bloquear la replicación del genoma se han utilizado tratamientos con moléculas similares a los ladrillos que forman parte del ARN intentando bloquear su síntesis, los análogos de nucleósidos. Así se han utilizado el remdesivir y recientemente el molnupiravir.
Sin embargo estos compuestos no son específicos ya que también podrían afectar a la síntesis de ARN y ADN en las células. Por ello su uso crónico o preventivo podría ser peligroso al poder generar mutaciones en nuestras propias células.
Además, aún hoy en día no está claro si este tipo de compuestos son útiles para la infección vírica causada por el coronavirus.
Antiparasitarios para infecciones víricas
Al principio de la pandemia se propuso la hidroxicloroquina como un tratamiento anticovid. Su propuesta tan temprana causó furor y no tardó en ser usada en ensayos clínicos. Lamentablemente pronto se comprobó que no tenía efecto contra la infección vírica.
Como mecanismo de acción de la hidroxicloroquina se propusieron diferentes efectos no relacionados con la actividad de un virus, como bloqueo de receptores de ácido siálico, modificación del pH o prevención de la tormenta de citoquinas. Sí parecía tener más sentido el bloqueo del sistema que utiliza el virus para entrar en las células, la endocitosis. Como antimalárico, la hidroxicloroquina evita que el Plasmodium pueda alimentarse a partir de la hemoglobina ya que interfiere en la rotura de este complejo proteico. Nada que ver con un virus.
Descartada la hidroxicloroquina, los focos se han ido a otro antiparasitario, la ivermectina. Este compuesto lleva usándose para el tratamiento de parásitos desde hace más de 30 años en humanos y es muy utilizado en veterinaria. Se ha empleado en enfermos de sida, pero para evitar las infecciones parasitarias oportunistas, no para eliminar la infección vírica.
El mecanismo de acción de la ivermectina tampoco tiene nada que ver con un virus. Este compuesto se une selectivamente a los canales de cloro regulados por glutamato que se presentan en las células nerviosas y musculares de los parásitos causándoles parálisis y muerte. Ni que decir tiene que los virus no disponen de esos canales, por lo que el compuesto poco les puede hacer. A pesar de ello, el uso de ivermectina se ha disparado como profiláctico, obviando que su uso sin control es peligroso.
Está claro que ni la hidroxicloroquina ni la ivermectina utilizan un mecanismo de acción que pueda afectar a un virus, pero el anuncio de su uso y las redes han llevado a muchas personas a usarlos sin control alguno.
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Los mecanismos de acción importan
En el estudio clínico desarrollado en Brasil se ha utilizado la proxalutamida combinada con hidroxicloroquina e ivermectina, a pesar de conocerse ya que estos dos compuestos no funcionan.
La proxalutamida es un medicamento en estudio contra los cánceres dependientes de hormonas esteroideas. Se trata de un compuesto antiandrogénico no esteroideo que impide que los esteroides interaccionen con sus receptores. De esta manera, las células tumorales prostáticas no pueden seguir proliferando ya que necesitan de estas señales.
Por mucho que lo pienso no encuentro una razón lógica para pensar que un antagonista de los estrógenos pueda, de alguna manera, bloquear una infección vírica respiratoria. No hay mecanismo de acción lógico que apoye su uso, pero ahí está el estudio y el mortífero fiasco.
La COVID-19 es una enfermedad respiratoria provocada por una infección vírica en la que el componente fundamental de gravedad y muerte es la inflamación bilateral en los pulmones. Es por eso que, a falta de fármacos que impidan la replicación vírica, solo los antiinflamatorios como la dexametasona y la activación del sistema inmunitario mediante las vacunas producen efectos positivos contra la enfermedad.
Los mecanismos de acción de antiinflamatorios y vacunas son fáciles de entender: reducir la inflamación y entrenar al sistema inmunológico para que actúe efectivamente contra el virus. Mecanismos lógicos, simples y efectivos. Los demás están siendo disparos al aire, sin eficacia y con graves efectos secundarios.
Este artículo fue publicado originalmente por The Conversation. Léalo acá