El uso de mascarillas faciales ha demostrado ser una barrera eficaz ante la transmisión por aerosoles del virus SARS-CoV-2.
Hasta el momento, todas las evidencias científicas han demostrado que esta se produce principalmente a través de la vía aérea, mediante las gotas de Flugge y los aerosoles que se forman en una persona al hablar y al respirar.
El tamaño de las gotículas y de los aerosoles formados permiten que el virus, de menor diámetro, viaje dentro de ellas fácilmente y en diferentes concentraciones. Aun así, todavía quedan interrogantes que descifrar sobre las condiciones exactas en las que estas formas viajan de una persona a otras y cómo se depositan en los objetos, ojos y vías respiratorias.
Así, el objetivo es claro: para minimizar o evitar la propagación del virus a través de la vía aérea hay que “capturar las gotas”.
Si echamos la vista atrás, fue el 21 de mayo de 2020 cuando se añade a las conocidas medidas de seguridad el uso obligatorio de la mascarilla en espacios cerrados y abiertos en todo el territorio español.
¿Un nuevo debate?
Hoy somos conscientes de que el uso de una mascarilla facial es una medida clave en la prevención. Una medida que nos protege del contagio, al reducir la expulsión y la transmisión de aerosoles infectados en el aire ambiente.
La escasez de las mascarillas en las fases iniciales de la pandemia generó la proliferación de elementos fabricados en entornos domésticos. Realizados, además, con materiales muy variopintos.
Todos conocíamos a alguien que cosía mascarillas de tela con diferentes moldes o formas, de colores y diseños llamativos. En algunos casos, incluían filtros internos desechables. Nadie olvida el papel vegetal del horno o cualquier tipo de plástico como elemento interno de las mascarillas.
Esta fábrica casera inicial, con el tiempo, dio paso a una oferta y distribución más industrial y regulada. Se permitía así una mayor accesibilidad a diferentes tipos de mascarillas de protección.
La disponibilidad de otro tipo de mascarillas más elaboradas, como las quirúrgicas, o las conocidas como FPP2 o KN95, hizo que se cuestionara la eficacia de las primeras, las higiénicas, más conocidas como “mascarillas de tela”.
Sin embargo, tras las conclusiones de un estudio publicado por Robinson y colaboradores, su uso vuelve a ser centro de un debate más elaborado. Los resultados de esta investigación apuntan que “en condiciones ideales, las mascarillas de tela se pueden optimizar para funcionar tan bien como las mascarillas quirúrgicas”.
¿Qué hay de nuevo en el actual estudio?
El estudio proporciona nuevos datos sobre la efectividad de las mascarillas, medida en términos de filtración de partículas y ajuste de éstas a la cara. Ambos conceptos van de la mano al analizar la efectividad de cualquiera de ellas. No es posible hablar de efectividad teniendo en cuenta solamente la capacidad de filtrado.
¿Cómo me protege la mascarilla? Ejerce su función protectora de barrera mediante la filtración y produciendo cambios en la velocidad y la dirección de los aerosoles emitidos. No sólo se trata de filtrar y recoger el mayor número posible de partículas emitidas, sino de frenar el aerosol y desviarlo. Así, se mantiene alejado de un potencial receptor. Para poder valorar si una mascarilla nos protege, debemos tener en cuenta ambas variables, las partículas “capturadas y las desviadas” por la mascarilla.
¿Y puede filtrar de modo eficaz una mascarilla de tela? Esta depende, en primer lugar, de su propiedad filtrante. La filtración o “captación de gotas”, se produce por varios procesos físicos, íntimamente relacionados con el tamaño de las partículas.
Algunos son más eficaces ante partículas de mayor tamaño (interceptación, impacto inercial y sedimentación gravitacional). Otros lo son ante partículas de más pequeñas (difusión y atracción electrostática).
La eficacia de la mascarilla depende del número de partículas que traspasan el material del que esté hecha. Cuanto mayores sean los poros del material del que está confeccionada, más número de partículas serán capaces de atravesarlos y menos eficaz será la mascarilla.
De acuerdo al criterio de filtración, el Ministerio de Sanidad clasifica las mascarillas higiénicas o de tela (reutilizables o no) en el grupo de productos sanitarios sin consideración de EPI. El mismo que el de las mascarillas quirúrgicas tipo I y II (reutilizables o no).
El uso de estos productos está recomendado para personas sanas, como añadido a otras medidas de protección de la transmisión. También para personas diagnosticadas de Covid-19, tanto sintomáticas como asintomáticas.
Los requisitos mínimos en cuanto a su elaboración, confección, marcado y uso están especificados y regulados en la Norma UNE 0065. El fabricante es el responsable de comprobar que el material es apto y que la mascarilla, una vez terminada, cumple los requisitos especificados en la norma mencionada.
Estudios recientes (como este, este o este) han analizado la eficacia relativa a la capacidad filtrante de las mascarillas de tela.
Su conclusión es que al superponer múltiples capas de tela en la confección se alcanzan niveles óptimos. Es posible lograr una eficacia satisfactoria, comparable al 95% cuantificado para las mascarillas quirúrgicas, superponiendo, al menos, tres capas.
Estos estudios, además, muestran que el tipo de tejido empleado en su fabricación va perdiendo importancia. Lo importante no es si la mascarilla es de tela de algodón puro, sintético, nylon o seda natural, sino la estructura multicapa. Así, aumentará y asegurará la captación de las partículas a través de ellas.
¿Es suficiente con capturar las gotas para que las mascarillas de tela sea efectivas?
La captación de las gotas es un factor importante, pero la efectividad de las mascarillas también depende de otro agente menos visible que la filtración.
El estudio analizado resalta que no es suficiente con que la mascarilla sea capaz de “capturar”, sino que es esencial que evite las fugas. Los aerosoles más pequeños pueden circular y fugarse por los bordes laterales y el superior (nariz) e inferior (mentón).
Un experimento llevado a cabo en Florida (EEUU) ha demostrado que la efectividad de una mascarilla de tela de doble capa de algodón se vio reducida de manera significativa por las fugas producidas por el espacio presente entre la nariz y la máscara, no por su capacidad de filtración.
Por ello, la efectividad de la mascarilla de tela también depende de un adecuado y correcto ajuste a la cara y de la cobertura proporcionada. El sellado individual y el correcto uso desempeñan un papel esencial en el control de la transmisión de partículas pequeñas. Disminuyen la diseminación de los aerosoles del emisor y la inhalación de los mismos por un potencial receptor.
Consejos para reducir el riesgo de fugas
- Confeccionar mascarillas con forma de taza, para asegurar un correcto sellado lateral. Mejor renunciar a formas holgadas, como la rectangular (imitación de la mascarilla quirúrgica).
- Adecuar el tamaño de la mascarilla al tamaño de la cara.
- Dotar a las mascarillas de clips nasales que ajusten la mascarilla a la nariz y eviten las fugas frontales.
- Asegurar su correcta colocación. Nos debe cubrir nariz y boca completamente.
En resumen y atendiendo a lo expuesto, la evidencia actual nos permite aceptar el uso de mascarillas de tela reutilizables como alternativa ecológica y económica a las mascarillas quirúrgicas sin tener que renunciar por ello a una óptima efectividad.
Lo esencial es que la mascarilla de tela, en su confección, cumpla con ambas exigencias: con los criterios que aseguren un adecuado filtrado de partículas y con los criterios de forma que faciliten un sellado óptimo a la cara, que asegure la captura de las partículas por la mascarilla sin fugas.
Por supuesto a estas exigencias estructurales hay que añadirles un correcto uso.
El perfecto sellado y cobertura exigibles a las mascarillas de tela son una recomendación extensible a cualquier otro tipo de mascarilla.
Ana Vázquez Casares, Profesor. Departamento de Enfermería y Fisioterapia. Especialización: Enfermería de urgencias. Competencias en Enfermería, Universidad de León y Jorge Caballero Huerga, Colaborador en investigación. Enfermero y Antropólogo, Universidad de León
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.