Canadá tiene un trono que su Rey no empleaba desde 1977. Pero tal es la fuerza del ciclón llamado Donald Trump que ha hecho a Su Majestad Carlos III cruzar el Atlántico para dar en persona y en el trono el discurso … de inicio de la nueva legislatura, marcada por un rechazo unánime en el país norteamericano a las peregrinas ideas del presidente estadounidense de anexionárselo para prometerle libre comercio y protección militar.
Carlos III fue todo lo firme que puede ser un jefe de Estado sin atribuciones ejecutivas. «Siempre he sentido la mayor admiración por la identidad única de Canadá», dijo el monarca, «reconocida en todo el mundo por su valentía y su sacrificio en defensa de sus valores, y por la diversidad y la bondad de sus ciudadanos».
A su izquierda, la Reina Camila asentía. En un lateral, a la derecha. El primer ministro Mark Carney seguía el discurso con gesto serio. Una vez concluido, el texto fue devuelto al presidente de la Cámara de los Comunes, Francis Scarpaleggia, junto con la instrucción formal del Rey de que los diputados cumplan con sus deberes hacia el pueblo canadiense. Esta entrega simboliza que el monarca ha inaugurado oficialmente el nuevo periodo legislativo y ha encomendado a los diputados continuar con su labor.
En un momento de presión comercial, tensiones diplomáticas y amenazas de anexión, el Rey tuvo que recordar que él ya ocupa la jefatura de Estado. «Aquí, en esta cámara, habláis por vuestras comunidades, representando una riqueza extraordinaria de culturas, lenguas y perspectivas», añadió, en una alusión implícita al mosaico federal canadiense, desde Quebec hasta las comunidades indígenas del norte.
«Mientras el mundo se enfrenta a desafíos sin precedentes, que generan incertidumbre en todos los continentes en torno a la paz, la estabilidad, la economía y el cambio climático, vuestras comunidades tienen la capacidad y la determinación para aportar una gran variedad de soluciones». Fue, más que una formalidad, un respaldo político a la clase política en su conjunto. Y también una señal a quienes, dentro y fuera del país, subestiman la fortaleza institucional de Canadá.
El discurso del trono
Carlos III intervino en el Senado canadiense, sentado en el trono por primera vez en cerca de medio siglo, con asistencia de las diferentes comunidades indígenas y de origen europeo del país
Reuters
El Rey evocó el lema oficial del país: «El Norte verdadero es, en efecto, fuerte y libre». Aunque el discurso fue redactado en parte por el nuevo primer ministro, Mark Carney, y abordó las prioridades del Gobierno en vivienda, economía, seguridad y cambio climático, también funcionó como una reafirmación del papel de la monarquía como garante del sistema parlamentario canadiense. Fue, además, un recordatorio de cómo amplios sectores de izquierda en Canadá reivindican hoy la solidez de esa monarquía parlamentaria como un refugio institucional frente a amenazas inéditas que llegan del exterior.
Ayuda a la causa nacionalista canadiense que el Rey Carlos sea amigo de Trump y le haya invitado personalmente a una visita de Estado a Buckingham, en Reino Unido, algo que ha hecho el deleite del inquilino de la Casa Blanca: es el único presidente americano invitado dos veces. Cuando el nuevo primer ministro canadiense, Mark Carney, visitó el Despacho Oval hace unas semanas sacó a relucir el nombre de Carlos para recordarle que, yendo contra los canadienses, iría contra su amigo el Rey. Desde entonces Trump ha bajado el tono y al menos ya no amenaza con una anexión por la fuerza.
El efecto Trump en las elecciones de Canadá
El efecto Trump ha tenido unos resultados prodigiosos en Canadá: la izquierda, que estaba en retroceso, ha renacido tras la salida de Justin Trudeau y la entrada de Carney, un tecnócrata sin carisma que viene del mundo de la banca. (Fue director del Banco de Inglaterra, de hecho). Además, ha propiciado el declive de los independentistas de Quebec, que llevan décadas persiguiendo, sin éxito, la separación del resto del país con un discurso abiertamente antimonárquico. En las elecciones del mes pasado se resintió la derecha populista canadiense porque se la interpretaba como una extensión del trumpismo, algo que no era tan mal visto hasta que el presidente comenzó a proponer la anexión.
Carlos, en su calidad de jefe de Estado de Canadá, quiso dejar claro que el país tiene una identidad propia y una historia política asentada en valores compartidos con otras democracias occidentales: «Democracia, pluralismo, el imperio de la ley, autodeterminación y libertad». En palabras cuidadosamente escogidas, habló de un momento «crítico» para defender esas ideas, mientras Washington endurece su retórica proteccionista y amenaza con reordenar el equilibrio continental.
La Commonwealth, o Mancomunidad de Naciones, es una organización internacional formada por 56 países, la mayoría de ellos excolonias del antiguo Imperio Británico. Su origen se remonta al proceso de descolonización del siglo XX, y su estructura de hoy en día se consolidó con la llamada Declaración de Londres de 1949. Entre sus miembros hay repúblicas y reinos que reconocen a Carlos III como jefe de Estado, como Canadá, Australia o Nueva Zelanda. Otros países, como India, Sudáfrica o Nigeria, son repúblicas que mantienen vínculos históricos.
Más allá del gesto institucional, la visita del monarca ha activado un renacer del soberanismo canadiense. El acto ha servido, además, para neutralizar viejas tensiones internas: Carlos celebró expresamente el idioma francés, la cultura quebequesa y el compromiso del gobierno con los pueblos indígenas. Lo hizo como un gesto de unidad territorial que contrasta con los impulsos centrífugos que dominaron otros momentos de la historia reciente del país.
Frente a la imagen de un Estados Unidos dominado por la confrontación, la monarquía canadiense proyectó moderación y, sobre todo, continuidad institucional en tiempos convulsos. El Rey habló de alianzas, de comercio libre, de valores compartidos con democracias afines, y de un país que «tiene lo que el mundo necesita y defiende los valores que el mundo respeta». En clave diplomática, fue un mensaje claro para Trump: Canadá ya tiene Rey.