La noticia pasó desapercibida por el ajetreo diplomático que rodea a la invasión de Ucrania. Pero, hace poco más de diez días, la 13ª Brigada de la Guardia Nacional Jartia hizo retroceder a los rusos en Járkov, región fronteriza situada al noroeste de Ucrania. … Los defensores liberaron hasta 200 hectáreas cerca de la localidad de Lyptsi, ubicada en las inmediaciones de la línea divisoria con Rusia.
En mayo del año pasado, las fuerzas del Kremlin lanzaron una ofensiva relámpago en esta zona. Moscú intentó ampliar el frente de guerra y obligar a Kiev a enviar mas efectivos allí. Después de una larga operación, las tropas ucranianas lograron imponerse al enemigo. «La ofensiva duró cinco meses y medio. Las fuerzas de defensa pudieron alejar a los rusos de Járkov y recuperar el control de una importante zona de terreno natural y tácticamente significativa», explicaba el comunicado oficial de la brigada.
Dos colombianos, cuyos nombres de guerra son Black Hawk y Valkyr, participaron en la operación militar y siguen vivos para contarlo. «Lyptsi es un pueblito que ya está prácticamente destruido, allí están las posiciones de los ucranianos y los colombianos. Es una franja que conozco de memoria porque hice unas 30 misiones. La más larga duró casi un mes y la más corta no duró más de un día», cuenta Valkyr, un voluntario de 30 años cuya tarea fue guiar, en numerosas ocasiones a los defensores que entraban y salían del área de combate. Un trabajo muy arriesgado por el uso masivo de drones enemigos que intentan cazar a los militares que se adentran en las líneas de frente.
«Estábamos saliendo de Lyptsi y en esas pasó un dron de reconocimiento, no le pusimos mayor cuidado. Poco tiempo después comenzaron a llegar drones kamikazes. A mi teniente, gracias a Dios, no le pasó nada, y eso que le cayó un dron a unos cinco pasos de él. Encontramos una posición segura y nos atacaron también con artillería. Esperamos a que se calmara la situación y ahí sí ya continuamos», recuerda Valkyr con tono serio. El combatiente apunta también que «antes era más sencillo entrar por la noche. Ahora están usando mucho dron térmico y hay que buscar nuevas formas de evitarlos. Algunas veces tenemos que caminar varios kilómetros hasta llegar a las posiciones».
HOMBRO CON HOMBRO
Black Hawk, oficial colombiano, arriba. Abajo a la izquierda, Punamayra, médica brasileña que habla español. A la derecha, Valkir, soldado de Colombia.
Míriam González
Asalto bien planificado
La Brigada Jartia subrayó que en esta «operación a gran escala» se liberaron hasta 200 hectáreas en una zona forestal al norte de Lyptsy. Los voluntarios hispanoamericanos, junto sus compañeros ucranianos, lograron causar unas 1.500 bajas en las filas enemigas. Los portavoces de Jartia afirman que los rusos perdieron hasta 175 vehículos militares. «Hicimos un asalto el 18 de noviembre. Fue bien planificado y con tiempo: se hizo inteligencia militar y se verificaron dónde estaban las posiciones enemigas. El objetivo era tomar una fortificación rusa. Cuando entramos en su trinchera, vimos que los habían dejado abandonados», destaca Black Hawk, el voluntario colombiano de 34 años que ha logrado ascender a suboficial.
Este soldado tenía experiencia militar en su tierra natal, aunque las condiciones de la lucha en Colombia distan mucho de la realidad bélica en la invasión de Ucrania. Black Hawk perdió a cinco compañeros en ese asalto. Estuvo casi cinco horas en un combate intenso, resultó herido y logró ser evacuado. «Tenemos compañeros muy valientes que arriesgaron la vida por salvarnos. En mi caso, yo no me podía levantar porque tenía metralla en mi pierna. Un dron me arrojó una granada. Casi 20 personas resultamos heridos ese día», explica.
Medicina táctica
Él quiere seguir en Ucrania hasta el fin de la guerra y seguir su carrera militar en el país. De aquella herida, ahora solo queda el recuerdo. Pero Black Hawk no puede olvidar a sus compatriotas caídos sin dejar de prestar atención a los nuevos soldados que van a integrar la unidad ‘Guajiro’. Mientras relata su historia, los militares casi recién llegados aprenden técnicas de medicina táctica. Unos conocimientos que serán fundamentales para aumentar sus posibilidades de escapar de la muerte cuando se lancen a la batalla.
Hay carteles en español en la zona donde los voluntarios están entrenando. Se escuchan explosiones, pero nadie pierde la concentración en las explicaciones de Punamayra, una doctora de Brasil que llegó a Ucrania hace tres meses. El grupo está compuesto por colombianos, brasileños y un joven español. La lección del día se imparte en castellano. Los futuros combatientes tienen que aprender a evacuar compañeros heridos o utilizar bien un torniquete.
Las prácticas se repiten bajo la atenta mirada de Black Hawk, el oficial al mando. La instructora puede dar la lección en las lenguas que todos conocen. Esto facilita mucho el aprendizaje. Antes de que ella llegara, los ‘Guajiros’ necesitaban la intermediación de un traductor.
Punamayra tiene 43 años y cuatro hijos que la esperan al otro lado del Atlántico. Se le saltan las lágrimas cuando explica por qué está a miles de kilómetros de su hogar y en un país en guerra. «Soy cristiana y médica. Aquí hay muchos latinos y estoy preparada para atenderlos y también quiero hablarles de Jesús. Otra de las razones es que, aunque nos separa un océano, la guerra puede llegar hasta nosotros», destaca la doctora.
La lengua: vida o muerte
Además de enseñar, Punamayra se está preparando para trabajar en los puntos de estabilización. Estos son los lugares donde los militares heridos en el frente reciben la primera atención médica. Un momento clave que puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. «Los médicos ucranianos son excelentes, pero necesitamos tener allí a profesionales que puedan entender perfectamente a los soldados que hablan español o portugués. Eso hace que la estabilización sea más rápida y efectiva», afirma la sanitaria.
La médica de combate aprieta el torniquete de Rizos para mostrar al resto que debe estar bien apretado para que sea efectivo. Él gesticula ante la presión que ejerce el dispositivo en su brazo. El voluntario de Madrid cruzó la frontera ucraniana hace tan solo dos semanas. «El primer vuelo que he tomado en mi vida fue para venir y cumplí los 26 años aquí», dice con una sonrisa. Rizos no tiene ningún tipo de experiencia militar, «solo en la construcción», pero está dispuesto a dar lo mejor de sí en este conflicto. «Yo lo que quiero es hacer asaltos. La gente me llama loco, pero he venido a trabajar y a dar el 100% de mi potencial», explica el joven
El madrileño no es el primer miembro de su familia en alistarse en las filas de las fuerzas de Ucrania. Su propio hermano falleció en la región de Donetsk en septiembre del año pasado. Había llegado en abril. Confiesa que su decisión de tomar las armas en tierras ucranianas ha sido dolorosa para su familia. «Mi madre lo ha llevado mal, mi padre también, aunque creo que es más disciplinado para eso».
El recluta español todavía no sabe cuándo podrá llevar a cabo su primera operación, pero sentencia que «miedo como tal no siento». Lo que le invade es más bien una «sensación de vértigo». Rizos no pierde la sonrisa y en sus ojos se ve la emoción del que está en vísperas de lanzarse a una aventura extrema. Pero, primero, sus superiores tienen que autorizarlo. «Nos dijeron que tardaríamos un mes en ir a una misión. Cuando me vean preparado, me mandarán ya para allá», afirma.
La intensidad en el frente de guerra no se ha aplacado a pesar de los primeros compases de un proceso de paz que parece condenado a fracasar. Hace menos de una semana, los rusos volvieron a lanzar operaciones defensivas en el área que rodea el norte de Lyptsi, informaron los mandos militares ucranianos. Quizás Rizos se estrene en combate en esta complicada área situada a escasos kilómetros de Rusia.