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Opinión: Esa extraña guerra comercial

El contexto actual de negociaciones hace creíble la hipótesis de que Donald Trump cree tener una muy buena mano.

Publicado: abril 19, 2018, 4:02 am

Por:
Didier Saint- Georges
Miembro del comité de Inversiones y Managing Director de Carmignac.

La escalada de apuestas en la partida de póquer comercial que Donald Trump inició en fechas recientes con China inquieta a los mercados. Se trata de una de las ventajas del carácter imprevisible del presidente estadounidense: hace plausibles las amenazas más desmesuradas.

Resulta difícil distinguir fácilmente el farol de la realidad en una partida en la que Donald Trump «va con todo». Sin embargo, un aumento drástico de la imposición de barreras arancelarias entre China y Estados Unidos implicaría poner en tela de juicio de forma directa veinte años de progresión del libre comercio. Este hecho ya es más que suficiente para poner nerviosos a los inversores, acostumbrados a hallar en la globalización de la  economía las fuentes de un comercio internacional sostenido, unos consumidores activos y unos márgenes industriales sólidos, favorables para los mercados de renta variable.

Una situación propicia para Donald Trump

El contexto actual de negociaciones hace creíble la hipótesis de que Donald Trump cree tener una muy buena mano. Para empezar, queda claro que el argumento según el cual China necesita más a Estados Unidos que este último a China no es  totalmente falso. Y precisamente porque dicho argumento perderá bastante fuerza dentro de algunos años, a medida que China salga progresivamente de su modelo histórico de mercantilismo, es necesario negociar ahora.

Además, la capacidad de China para tomar represalias es considerable, pero su margen de maniobra es, en realidad, relativamente limitado. Por ejemplo, los agricultores estadounidenses sufrirían un marcado descenso de las exportaciones de granos de soja, pero como éstos representan actualmente más de un tercio del suministro chino, la posibilidad de que Brasil o Argentina tengan capacidad para suplir semejantes cantidades es, en realidad, más bien limitada.

Lo mismo sucede con los aviones: la posibilidad de recurrir de forma rápida y eficaz a Airbus para prescindir de los aviones proporcionados por Boeing es poco realista. Por último, el pulso con China es uno de los escasos temas sobre los que la opinión pública estadounidense ha cerrado filas en gran medida en torno a Trump. Desde su entrada en la OMC en 2001, China ha reducido de forma gradual la amplitud de su marco proteccionista, pero resulta bastante evidente que se encuentra lejos del objetivo.

Donald Trump fue elegido principalmente por los trabajadores estadounidenses que se sienten víctimas de la globalización, para los que China constituye el buque insignia de la misma. Por otro lado, los dirigentes chinos no están  ciegos ante esta presión creciente y, en este contexto, en la cumbre de Davos del pasado enero, el viceprimer ministro Liu He hizo referencia a la aceleración de la apertura de la política comercial del país. En cuanto a la propiedad industrial, se anunció que una próxima etapa en la apertura económica de China pronto incluiría la autorización para las empresas extranjeras de ser accionistas mayoritarios en joint-ventures chinas.

Por tanto, resulta lógico pensar que Trump considera que su mano es lo suficientemente buena ahora como para intentar forzar el ritmo y ganar así la partida, aunque sea después de realizar apuestas arriesgadas. No obstante, las apariencias pueden resultar engañosas.

Esta posible victoria a corto plazo, además de requerir la planificación de una ruta de salida respetable para China, presenta, no obstante, el riesgo de una derrota mucho más decisiva a largo plazo, dado que si China capitula, también será porque para el país es más importante concentrarse en sus proyectos «Made in China 2025» e «IA 2030», que aspiran a lograr la superioridad tecnológica del país, y para ello se requiere un contexto mundial sosegado. La inversión de China en I+D ya supera actualmente a la de EE. UU. El gigante asiático tiene el objetivo concreto de arrebatarle el trono del liderazgo económico a Estados Unidos ganando la batalla de la innovación. Para ello, vale la pena realizar ciertos esfuerzos en aras del reequilibrio
comercial inmediato.

Por tanto, los mercados podrían estar erróneamente sobrestimando las consecuencias de un aumento del proteccionismo a corto plazo, y su equivocación sería aún más grave en caso de subestimar la perspectiva de que China alcance la supremacía tecnología a medio plazo, incluso respecto de Europa.

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