La economía circular representa un cambio de paradigma en la forma en que la sociedad está interrelacionada con la naturaleza. Busca evitar el agotamiento de recursos, cerrar ciclos de energía y materiales y facilitar el desarrollo sostenible. Se comenzó a desarrollar en 1980, pero no fue hasta 2012 cuando, a través de la Fundación Ellen MacArthur, se popularizó el término.
No hay duda de que hoy en día las empresas, apoyadas o empujadas por las instituciones, están realizando grandes esfuerzos para transitar de un modelo económico lineal a otro más sostenible. El objetivo es que los recursos y materiales se mantengan dentro de la cadena de suministro el mayor tiempo posible, de manera que la Tierra pueda regenerarse al tiempo que se busca un balance entre el progreso económico, el desarrollo social y el cuidado medioambiental necesarios para el bienestar de los ciudadanos. Sin embargo, no resulta tan sencillo o evidente hacerlo bien.
De reducir a repensar
Si nos remontamos a comienzos del siglo XX, en 1913 comenzaba una nueva era industrial, el fordismo, inspirada en la línea de montaje de Ford y basada en la producción en cadena y la mecanización del trabajo con mano de obra especializada.
¿Qué se necesita para tener una economía circular?
En los años 70 sería reemplazada por el toyotismo, el modelo de producción de Toyota, que fue bautizado en Occidente como lean manufacturing. Los principios del lean se fundamentan en determinar el valor del producto para los clientes y en definir la cadena de valor. Desde sus inicios, la manera más práctica de aplicar estos principios fue fijarse en el despilfarro, es decir, en aquello que no aportaba valor, y, mediante herramientas sencillas y trabajo en equipo, tratar de eliminarlo o reducirlo. Esta es la idea base de casi todos los sistemas de mejora que operan actualmente en las empresas.
Este concepto de Reducción ha estado implícito en la propia definición del lean y, de hecho, hoy en día muchas de las estrategias de sostenibilidad empresarial se orientan hacia la reducción de consumos o de materias primas. Y no está mal. Sin embargo, la Reducción solo es una de las erres que se asocian a la economía circular y es en el Repensar donde reside el auténtico cambio de paradigma. Pongamos algunos ejemplos:
Repensar reduciendo recursos
Siguiendo una estrategia empresarial centrada en la reducción de recursos, en algunas fábricas se están implantando sistemas orientados a reducir el agua que se envía a la depuradora. Así disminuye el consumo en los procesos de producción sin empeorar su calidad y, en consecuencia, mejoran los indicadores de productividad de la fábrica. Pero ¿esta solución sería sostenible para la fábrica en términos sociales y medioambientales si la carga contaminante por litro de agua aumentara debido a esta reducción?
Repensar valorizando residuos
Otras estrategias industriales buscan valorizar los residuos que producen dándoles un nuevo uso e intentando además reducir el impacto que generan esos mismos residuos en sus fábricas. Por ejemplo, en el sector alimentario, gracias al desarrollo de nuevas biotecnologías, se están explorando modelos de negocio ligados a los nuevos productos que se pueden extraer de los actuales residuos de las materias primas.
En algunos casos estos negocios no se pueden llevar a cabo porque el volumen de residuos generado no es suficiente para poner en marcha el proceso de transformación. En estos casos, ¿podría tener sentido aumentar el uso de estas materias primas para minimizar el uso neto de la misma con una visión más holística de toda su cadena de valor?
Repensar haciendo simbiosis industrial
Otro camino posible es la simbiosis industrial. Esta estrategia contempla la colaboración entre empresas, de manera que los desechos de una puedan ser el alimento de otra. Pero, ¿por qué conformarse con el recurso que se obtiene del proceso de una compañía y no hacer un diseño conjunto?
Supongamos que una empresa emplea agua en su proceso de producción y, antes del tratamiento en la depuradora, los nutrientes disueltos en el agua procedentes del lavado de los vegetales pueden ayudar a mejorar el rendimiento de los cultivos cercanos. ¿Podría el agricultor emplear esa agua? ¿Qué pasaría si la empresa industrial aumentara su consumo, contemplando en su proceso el agua que necesita el agricultor? En este caso, una vez utilizada –posiblemente con un mayor rendimiento al aumentar el caudal– la vendería a un precio que podría ser incluso menor al que tendría que pagar el agricultor en origen.
La economía circular nos está proponiendo un cambio de enfoque radical a lo que hacemos habitualmente. No bastará con hacer pequeñas adaptaciones si seguimos haciendo lo de siempre. Debemos poner el foco en la R de Repensar, aunque no sea sencillo ni inmediato. Tampoco lo fue la transición del fordismo al toyotismo, pero hoy en día no se entiende la mejora continua sin su principio básico de reducción de despilfarro. Adaptar los modelos de producción a una economía circular sostenible es un cambio necesario que, bien entendido y asumido, agradecerán las generaciones futuras.
Este artículo fue publicado originalmente por The Conversation. Léalo acá.