Por: Carlos A. Dumois
Hemos afirmado por décadas que el ejercicio del rol de dueño da origen a una instancia superior de autoridad en la más alta esfera de poder en las empresas. Si lo pensamos bien, esta instancia de gobierno podemos concebirla en cualquier tipo de organización, aunque no en todas este rol se ejerce con seriedad.
Las sociedades humanas, de acuerdo a su naturaleza, tienen un propósito que justifica su existencia. Esta finalidad no podría lograrse por una sola persona. Esta es la razón por la cual las sociedades existen.
Es por ello que los miembros de una sociedad persiguen un objetivo común. Y para lograrlo es necesario coordinar y orientar los esfuerzos de todos hacia la realización de dicho objetivo. La empresa no es una excepción a esta regla. Y a fin de que los múltiples esfuerzos coincidan y se orienten a su finalidad, deben ser dirigidos o alineados por alguien que tenga autoridad para ello.
La autoridad se define como “poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho”; o también como “prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia”.
Esta autoridad, en la práctica, se compone de dos vectores de gestión. La gestión de la Dueñez y la gestión de la Administración o la Gerencia. La primera se encarga de definir el propósito de la empresa y elegir quien la va a dirigir. La segunda se encarga de manejar los recursos humanos y materiales de la institución para hacer realidad ese propósito.
La gestión de la Dueñez se cristaliza gobernando a la empresa hacia su propio destino, que es la creación de riqueza en un campo específico y de una forma determinada. La gestión de la Administración o del Management se materializa aterrizando el mandato de la Dueñez en objetivos y estrategias concretas para convertir el propósito en hechos.
No es fácil distinguir los quehaceres que se desprenden de estas dos instancias de liderazgo, pero es indudable que ambas coexisten en la dinámica del poder de todos los negocios.
Igual que así se conducen las organizaciones empresariales, todas las sociedades humanas contienen los dos ámbitos de gestión, el de la Dueñez y el de la Administración. No necesariamente en todas las instituciones se manifiestan con claridad qué personajes o estructuras humanas se encargan de gestionar los dos ámbitos, pero es un hecho que ahí están presentes, como sea que se manejen.
Partidos políticos, iglesias, países, clubes sociales, equipos deportivos, municipios, escuelas, agrupaciones profesionales, tribus, y cualquier tipo de sociedad humana, todas, optimizan su capacidad de lograr su cometido cuando las dos instancias de poder se definen con mayor claridad y se realizan con más profesionalismo.
Ni la Administración ni la Dueñez han de improvisarse ni descuidarse. Las dos demandan los mejores líderes para llevar a cabo su función. Pero es esencial que no se confundan ni se les reste importancia.
Las más de las veces que observamos una institución que no es eficaz en la realización de sus objetivos no es solo por mala administración. En la inmensa mayoría de los casos es por falta del ejercicio efectivo del rol de dueño.
Inversamente, casi siempre que nos encontramos con una ciudad bien manejada, un equipo deportivo exitoso, una institución académica prestigiada, la causa de fondo es porque el ejercicio de la Dueñez en esas sociedades es excelente.
Este ejercicio hoy demanda mayor atención de parte de quien le toca ejercerlo. Ahora los cambios tecnológicos, económicos y sociales son de tal viariabilidad y magnitud que los dueños necesitan revisar la finalidad misma de la institución, o incluso cambiar de rumbo o de líder, para adecuarse constantemente.
La falta de Dueñez hace que los países y los pueblos decrezcan cualitativamente, en vez de crecer: en gran medida van a la deriva, sin rumbo claro ni liderazgo efectivo, porque su Dueñez es más fachada que realidad; no es una Dueñez ni genuina ni comprometida.
No cabe duda que falta Dueñez en el mundo.
Presidente y Socio Fundador de CEDEM.