La guerra comercial total de Donald Trump ha empezado. Los aranceles ‘recíprocos’, el primer gran bombardeo contra sus socios comerciales por parte del presidente de EE.UU., se han hecho realidad en la medianoche del martes al miércoles, las seis de … la mañana del miércoles en España.
Tras el anuncio hace una semana del llamado ‘Día de la Liberación’, en el que dio a conocer su sorprendente y agresivo ‘arancelazo’, todos los países del mundo tienen sus exportaciones a EE.UU. sujetas a una tasa general del 10% desde el pasado sábado. Y desde ahora entran en vigor los que Trump califica de ‘recíprocos’, con un arancel diferente para cada país -en el caso de España, como para el resto de la Unión Europea, de 20%- que su Administración ha calculado de forma cuestionable en base aus propios aranceles y, supuestamente, a manipulaciones monetarias y barreras comerciales no arancelarias. Cualquier exportación que llegue desde este momento a EE.UU. -sea aceite de oliva de Jaén o un vino de La Rioja- enfrentará tasas abultadas.
La imposición de aranceles ha desatado una tormenta económica global: ha hundido los mercados financieros, empezando por la Bolsa de Nueva York, donde se han evaporado casi siete billones de dólares en capitalización bursátil desde el anuncio de los aranceles; ha abierto la posibilidad de una recesión global, algo que según Larry Fink, el consejero delegado de BlackRock, la mayor firma inversora del mundo, probablemente ya es una realidad; y ha creado incomodidad entre muchos aliados de Trump, tanto en el Congreso como en Wall Street, que ven con preocupación el caos causado.
A Trump, sin embargo, estas turbulencias no le mueven el tupé. El fin de semana, mientras las bolsas se hundían -y, con ellas, las pensiones de la mayoría de jubilados y pequeños ahorradores de EE.UU.-, él se dedicó a jugar al golf. Y este martes por la noche, en la cuenta atrás para el comienzo de la guerra comercial, se enfundó un esmoquin, acudió a la cena del Comité Nacional Republicano del Congreso y dio un discurso donde defendió, más desatado que nunca, su visión proteccionista y antiglobalista para EE.UU. Y celebró, ante todo, la puesta en marcha de los aranceles.
«Muchos países nos han estafado, por arriba y por abajo», dijo Trump a la reunión de republicanos. «Ahora nos toca estafar a nosotros».
Trump aseguró, como hizo ya unas horas antes, que gracias a su primer tramo de aranceles estaban entrando en las arcas de EE.UU. 2.000 millones de dólares al día. «¿Os lo podéis creer?», dijo sobre una cifra sobre la que la Casa Blanca no ha dado detalles, y con la que trata de compensar, de cara a su electorado, las pérdidas en bolsa que sufren los ahorradores y la amenaza de más inflación que algunos asocian a sus aranceles.
Trump pronunciaba estas palabras después de otra sesión para olvidar en Wall Street, donde los indicadores arrancaron en verde, con la esperanza de que empezaran a anunciarse acuerdos con otros países para aliviar aranceles. Nada se llegó a materializar, a pesar de que el presidente de EE.UU. aseguró que estaba cerca de un acuerdo con Corea del Sur y con Japón y que había contactos con cerca de setenta países. Al final, la Bolsa de Nueva York cerró de nuevo en rojo, tras una corrección brusca.
«Nos lo están dando todo», dijo Trump sobre esas negociaciones con otros países. «Os digo una cosa, los países me están llamando, me están besando el culo, lo están haciendo», dijo el presidente de EE.UU., entre las risas de algunos republicanos en la sala. «Se mueren por llegar a un acuerdo. ‘¡Por favor, por favor, señor, lleguemos a un acuerdo! ¡Haré lo que sea, señor, haré lo que sea!’», teatralizó Trump con mofa, en referencia a otros mandatarios internacionales.
La mención especial fue para China, la gran batalla de esta guerra comercial. Desde esta medianoche, el gigante asiático, uno de los principales exportadores a EE.UU., sufre un arancel del 104%. Es el resultado de la tasa de 20% que ya estaba impuesta, más el 34% de arancel ‘recíproco’ anunciado por Trump la semana pasada, más otro más del 50% porque Pekín decidió responder con su propia medicina: un arancel del 34% a las exportaciones estadounidenses a su país.
Durante el día, Trump se mostró confiado en que recibiría la llamada de China para llegar a un acuerdo.
«China está desesperada por llegar a un acuerdo, pero no saben por dónde empezar», dijo en su red social, «Estamos esperando su llamada, ¡ocurrirá!», pronosticó. Pero la llamada no llegó. Después,, el que parecía desesperado era Trump: «El presidente me ha pedido que os diga que si China le contacta para llegar a un acuerdo, él será increíblemente benévolo», anunció su portavoz, Karoline Leavitt, en rueda de prensa.
«Los aranceles a China son del 104% hasta que lleguen a un acuerdo con nosotros», dijo ante los republicanos. «»Creo que querrán acuerdo en algún momento. Quieren hacerlo, realmente. Pero no saben cómo empezar porque son gente orgullosa».
Fue un discurso largo, sinuoso, lleno de digresiones marca de la casa: desde discusiones hogareñas con su esposa, Melania, hasta las explosiones de los coches alimentados por hidrógeno, pasando por los habituales insultos a demócratas como su antecesor, Joe Biden, del que dijo que babea, o del ahora senador Adam Schiff, al que llamó «cabeza de sandía».
Pero fue, sobre todo, un llamamiento a filas a los republicanos del Congreso para que no haya deserciones -las empieza a haber- en sus planes económicos; y una apuesta redoblada en su mensaje de populismo económico.
Trump atacó al «’establishment’ globalista corrupto que ha mandado en nuestro país durante décadas»; defendió que las «voces estridentes que hablan ahora sobre aranceles son los mismos canallas a los que nunca les preocupó si EE.UU. perdía 90.000 fábricas»; y anunció que pronto vendrán todavía más aranceles, en concreto, en la industria farmacéutica.
«Estoy orgulloso de ser el presidente de los trabajadores, no de los subcontratadores; el presidente que está con la gente de la calle, no con Wall Street; que protege a la clase media, no a la clase política; y que defiende a EE.UU. no a tramposos comerciales de todo el mundo», proclamó. El impacto en la economía de EE.UU. de su guerra comercial recién inaugurada tendrá la última palabra.