Pedro Sánchez pone rumbo a Pekín por tercera vez en dos años, una frecuencia tan inusitada en la relación entre España y China como exigua es la reflexión académica al respecto. Mario Esteban, investigador principal del Real Instituto Elcano y catedrático en la Universidad … Autónoma de Madrid, representa una ‘rara avis’ que reflexiona sobre un extremo de Eurasia desde el otro. Coautor del reciente libro ‘Introducción a la China actual’ (Alianza Editorial, 2024), comparte sus impresiones ante la concatenación de escenarios excepcionales, desde los crecientes lazos bilaterales hasta el caótico escenario global, que contextualizan al presidente del Gobierno en su viaje al este.
—¿Cómo definiría el momento de la relación entre España y China?
—Creo que hay un intento claro por parte de España de recuperar tiempo perdido. Si uno observa, desde la década de los 2000 hasta la pandemia, el número de visitas que hacían altos de cargos de Francia, Alemania, Italia y otras grandes economías de la Unión Europea y lo compara con las que hacían las autoridades españolas, es evidente que no estábamos haciendo el mismo tipo de esfuerzo diplomático. Y, de hecho, hoy en día la economía española es mucho menos dependiente de China que otras de la UE. Por supuesto, el contexto geopolítico anterior a la pandemia es muy diferente al actual. Ahora, muchos países que hicieron una mayor apuesta de integración económica y presencia en China se lo están replanteando. Si tuviéramos que reducir a una expresión la estrategia de la UE hacia China en los últimos años sería esa idea: reducción de riesgos. Pero el volumen de riesgo que tiene España por su dependencia de China es estructuralmente más bajo. Entonces, el Gobierno entiende que aún hay margen para reforzar lazos con China de manera provechosa.
—¿En qué se traduce ese provecho?
—Las inversiones son uno de los elementos estrella. Es evidente que uno de los puntos más significativos es la atracción de un mayor nivel de inversión de China en España, sobre todo en sectores importantes para la transición verde como el vehículo eléctrico y las energías renovables. Pedro Sánchez está haciendo ahora lo que no hizo ningún presidente anterior: buscar una relación con continuidad de alto nivel con China, cosa que, insisto, ya habían hecho los grandes líderes europeos de otros países.
—Esa intensificación de la relación, plasmada en la tercera visita en dos años, ¿es un logro o llega tarde?
—Yo creo que Sánchez ve una ventana de oportunidad de conseguir ese nivel de interlocución de alto nivel que históricamente no hemos tenido y está apostando por ello. Obviamente, eso no significa que todo lo que hagamos con China esté bien, pero hay que entender las claves de este movimiento diplomático, que creo que van por esa línea.
—En sus visitas anteriores Sánchez ha hablado de Ucrania y se ha ofrecido a mediar ante la UE. Pero no ha hecho, por ejemplo, mención alguna a Venezuela pese a que su último viaje a China, la primera potencia que reconoció la supuesta victoria electoral de Nicolás Maduro, coincidió con el exilio de Edmundo González. ¿Cuánto hay de impostación en ese pretendido posicionamiento en primera línea geopolítica?
—Es que yo creo que los objetivos no son esos. Los objetivos tienen que ver con la estrategia de país de España. Pedro Sánchez entiende que en el rato que puede hablar con Xi Jinping no va a cambiar su posición respecto a Venezuela. Podríamos pensar que tampoco lo va a hacer respecto a Ucrania, pero hay una diferencia importante. La UE no tiene nominalmente una política exterior y de seguridad común, pero, si vas a China y no haces un determinado posicionamiento de las cuestiones que son claves para la UE, desde Bruselas te acusarán de falta de lealtad. El objetivo central no es cambiar la posición de China en estos temas, algo que España no va a conseguir porque la relación es claramente asimétrica, el objetivo tiene que ver con una visión-país, es decir, ¿a España qué le conviene más? Y, aparte, ahí hay un punto que es cómo se interpreta el panorama geopolítico global. Me explico: hay un elemento central que es la necesidad de diversificar la política exterior. La gran apuesta que ha hecho España es europea. Esto no es un tema de este Gobierno, es un consenso claro de la política exterior española. Pero ni siquiera la apuesta europea es en sí suficiente, necesitamos otro tipo de socios. Y como país, ¿España qué ve? Que China es un socio que puede ofrecer muchas cosas.
—Generan cautela los peajes. Por ejemplo, los aranceles europeos a los coches eléctricos chinos. España pasó de apoyarlos a abstenerse. ¿Fue eso una claudicación?
—Yo lo interpreto de otra manera. Esos aranceles se hicieron efectivos, ¿sí o no? Sí. El hecho de que España cambiase el sentido de su voto, ¿modificó el voto final de lo que hace la UE? No. Sin embargo, en el proceso España estaba en el punto de mira de potenciales aranceles chinos sobre el sector del porcino. ¿Finalmente eso se ha implementado o no? No. Entonces, yo lo que veo es que el Gobierno antepuso los intereses de un sector económico español, que es el más significativo de las exportaciones españolas a China. Uno puede decir que estamos traicionando a la UE, esos análisis se van a hacer. Pero, si uno observa cómo maniobran otros Estados miembros con estas cuestiones, verá más bien que la política exterior española ha pecado tradicionalmente de seguidismo cuando otros hacían la guerra por su lado. Dicho esto, yo creo que este Gobierno tiene el orden de prioridades muy claro. Europa es infinitamente más importante que China y en temas sustantivos nadie va a romper consensos europeos, pero en el caso de los vehículos eléctricos la fragmentación de los Estados miembros era enorme. España cambió el sentido de su voto, pero sin romper ningún consenso porque no lo había, sin modificar el resultado final de la política que se llevaba a cabo desde Bruselas y, sin embargo, consiguiendo esquivar esas sanciones para el sector porcino.
—Pero China no decidió que el primer sector europeo investigado y potencialmente sancionado fuera el porcino por casualidad, sino porque pretendía señalar a España y forzar un cambio de posición.
—¿Qué actor no utiliza en su política exterior sus bazas en un sentido u otro para hacer valer sus intereses? Lo hace China, lo hace Estados Unidos y lo hacen todos. Hay países con los que tenemos una asimetría desfavorable y nos van a apretar. Incluso con EE.UU., que es nuestro aliado, y no solo con Trump, Wikileaks mostró las cosas que salían desde la Embajada de Madrid en momentos de mucha cordialidad diplomática. China juega sus bazas, claro. En esto, ¿qué ha conseguido China? Pues sí, ha conseguido que España modifique su voto, pero en efectos prácticos nada. Es más, hay una cosa que los chinos normalmente hacen muy bien y nosotros los europeos hacemos peor, que es conseguir mediante su política exterior concesiones tangibles a cambio de promesas. Pues en este caso concreto del cambio del voto yo creo que es un poco al revés. Es cierto que China te estaba generando un problema y luego te lo soluciona, pero no creo que lo que han conseguido tenga mucho impacto.
—¿Qué diferenciará a esta tercera visita de las anteriores?
—Hay diferentes planos que van a estar presentes porque, como decíamos, una cosa son las narrativas, el lenguaje diplomático, y otra en qué se traducen a nivel sustantivo. Yo creo que un elemento evidente, más general, que va a estar presente en la visita va a ser el cambio hacia la gran volatilidad que hay ahora en el orden internacional y la necesidad de apostar por más previsibilidad. Yo creo que hay coincidencias entre la posición de España y China en esta retórica de apoyo al orden multilateral estable, Naciones Unidas, comercio internacional, cambio climático, por lo que creo que habrá toda una narrativa subrayando estas áreas de cierta afinidad. Luego, obviamente, dentro de ese contexto geopolítico también saldrá el tema de Ucrania, probablemente también el de Palestina y cómo China apoya la autonomía estratégica europea. ¿Qué va a estar también encima de la mesa? Lo que comentábamos antes, muy importante, la cuestión de las inversiones. Este es un tema muy sustantivo para el Gobierno, esta idea de qué puede aportar China al tejido productivo español. Y ahí hay un asunto de matiz pero muy importante en todas estas negociaciones. Y es que, claro, no se trata solo de invertir, sino de que esas inversiones sean de calidad.
El tema del vehículo eléctrico es un ejemplo muy claro. Al final, ¿de qué estamos hablando aquí? De cómo nos repartimos el valor añadido que generan estas actividades. China ahora está en una posición dominante porque tiene financiación y tiene tecnología. ¿Qué intentan hacer países como España? Pues presentarse como un lugar atractivo para el posicionamiento de sus centros con inversión de calidad, es decir, que si vas a acoger una planta de vehículos eléctricos chinos no sea meramente una planta de ensamblaje, sino que esté conectada con cadenas de valor locales. Este tema va a ser fundamental, porque hay grandes proyectos en el aire.