Dentro de lo malo, las naciones americanas han acogido con cierto alivio el anuncio de aranceles que Estados Unidos quiere aplicar a los productos que le llegan desde el exterior. Donald Trump les aplicará la tarifa mínima —el 10%— frente a aranceles notoriamente mayores … a muchos otros países. La única salvedad son México y Canadá, que de momento quedan al margen (aunque afectados en ciertos productos) en virtud del vigente tratado de libre comercio de América del Norte, y tres excepciones: Guyana, Nicaragua y Venezuela, a los que Washington ha asignado un sobrecoste, respectivamente, del 38%, el 18% y el 15%.
Los gobiernos latinoamericanos hacen sus cálculos y confían en que, a pesar de que sus productos resultarán un 10% más caros en Estados Unidos, al menos seguirán resultando más baratos que los que puedan llegar de China (con un arancel base del 34%, pero que llega al 70% sumando rondas previas y podría superar el 100% si sigue la escalada), la Unión Europea (20%), el sudeste asiático (con varios ejemplos en torno al 40%) e incluso parte de África (ocho países africanos están por encima del 20%).
Además, muchas naciones americanas son exportadoras de hidrocarburos y minerales y esos rubros quedan exentos de los aranceles de Trump: de ello se libra el cobre, principal producto de exportación de Perú y Chile, o el petróleo, del que EE.UU., tiene a Canadá, México, Brasil y Colombia como su primer, segundo, quinto y sexto proveedor.
Dependencia de la economía de EE.UU.
No obstante, el verse menos perjudicados que otros países del mundo no es una gran garantía. Además, esa ventaja comparativa podría quedar ampliamente contrarrestada si Estados Unidos entra en recesión, arrastrando a las economías de su entorno (no solo a sus dos vecinos; América Central sigue también los ciclos estadounidenses). Asimismo, los miedos inversores y la redirección de los flujos globales de capitales pueden castigar a una región especialmente vulnerable en términos financieros.
Igualmente hay que tener en cuenta los aranceles que, al margen de este ordenamiento general anunciado la semana pasada, pueda fijar la Administración Trump para determinados productos, como el acero y el aluminio, un asunto sobre el que aún viene litigando con Canadá, la Unión Europea y otros países, entre ellos Brasil, que es el segundo exportador de acero a EE.UU. Estos aranceles particulares se suman al arancel general determinado para cada país.
Los tres países latinoamericanos marcados con mayor arancel son los que tienen un claro superávit comercial con Estados Unidos: Guyana, que desde que ha comenzado a producir y vender petróleo en el exterior ha girado ampliamente su balanza comercial con EE.UU.; Nicaragua, que es el único centroamericano que les vende más a los estadounidenses de lo que les compra; y Venezuela, en cuyo reducido comercio con EE.UU. pesan las operaciones petroleras, por más que limitadas. En su lista, la Casa Blanca ni mencionó a Cuba, país sobre el que Washington mantiene un embargo.
Los países latinoamericanos han preferido ver y esperar. Solo Nicolás Maduro ha amenazado con represalias desde Venezuela. Ni siquiera el presidente colombiano, Gustavo Petro, que otras veces ha tenido respuestas airadas hacia iniciativas de Trump, ha pasado a una contraofensiva, que tal vez fuera contra productiva. Podrían surgir voces proponiendo cobrar aranceles cero a EE.UU. a cambio de una reciprocidad, como han empezado a hacer algunas capitales; eso tendría sentido en países que venden productos industriales.
Primer socio comercial de la región
El hecho de que la mayor parte de Latinoamérica haya recibido el arancel más bajo de los asignados por Trump indica un par de cosas. 1) Aunque desde comienzos de siglo China ha crecido en presencia comercial en toda América Latina, convirtiéndose en primer socio de diversos países, Estados Unidos sigue siendo el mayor socio comercial de la región en su conjunto: y el tipo de productos manufacturados que vende, frente a lo menos elaborados que compra, le supone un superávit final. 2) A pesar de esa primacía sobre la región, el interés comercial de EE.UU. hacia ella es relativo (salvo en el caso de México y Canadá): EE.UU. importa o exporta más a Asia, Europa y resto de Norteamérica que a América Central o del Sur.
En su política de aranceles, Trump ha respetado de momento el T-MEC, el tratado de libre comercio de América del Norte, pero no ha hecho lo mismo con el tratado de libre comercio que Estados Unidos tiene con Centroamérica y República Dominicana. Para Washington el volumen de ese mercado es menor, y además ejerce en él tal dominio, dada su cercanía geográfica, que difícilmente los productos centroamericanos pueden hallar destinos alternativos sustitutivos.
Pieza aquí importante son las zonas francas de exportación de Costa Rica y República Dominicana, candidatas a cualquier proceso de ‘nearshoring’ o de ‘friendshoring’ que acerque a EE.UU. procesos de producción ahora en lugares más alejados o en rivalidad. Si el peaje del 10% supone un sobreprecio a la exportación a EE.UU. que desde esos dos países se venía realizando, al menos constituye una ventaja frente a otros emplazamientos alternativos a China, teniendo en cuenta los aranceles prescritos para Camboya (49%), Vietnam (46%) o Tailandia (35%).