Trece horas y 18 minutos. Ese es el tiempo de vida que tuvieron los llamados aranceles ‘recíprocos’ de Donald Trump, la pieza central de su política económica, una de sus promesas de campaña centrales, la gran estrategia para ‘Make America Wealthy Again’ (‘Hacer … a EE.UU. rico otra vez’).
Entraron en vigor en la medianoche del martes al miércoles -seis de la mañana del miércoles en España-, después de haber sido anunciados por Trump una semana antes, en el llamado ‘Día de la Liberación’. Los aranceles supondrían una reformulación radical del orden comercial mundial, con todas las exportaciones a EE.UU. gravadas con un mínimo de un 10% y con cerca de 60 paíse sujetos a esos aranceles recíprocos para los «grandes ofendedores».
Para la Unión Europea, incluida España, del 20%. Para algunos países muy dependientes de sus exportaciones a EE.UU. como Vietnam, del 46%. Para China, tras un toma y daca entre los dos grandes rivales globales que elevó los aranceles mutuos, del 104%. Tras una semana de caos financiero y político, el propio Trump tumbó la joya de su política comercial, con la única excepción de China, cuyos aranceles siguen en pie y elevados hasta el 125%. En un proceso sorprendente, dramático y caótico, de la liberación se pasó a la claudicación. A las 13.18 horas los aranceles quedaban suspendidos.
El volantazo arancelario de Trump el miércoles
Tras días de turbulencias financieras, hundimiento de las bolsas, presiones de aliados republicanos y donantes de Wall Street, los aranceles entraron en vigor en la madrugada del miércoles. De puertas afuera, Trump quiso mantener en todo momento que seguirían en pie. Durante días, algunos altos cargos de su equipo dijeron que eran innegociables. Después, cuando era evidente que la Administración Trump daba la bienvenida a negociaciones, decían que no habría retraso ni excepciones en su ejecución. En la víspera, su portavoz, Karoline Leavitt, dijo, ante las presiones que llegaban de todos lados para que cambiara de rumbo, que el presidente tenía «los nervios de acero» y que «nunca cedería».
El propio Trump compartió un mensaje en su red social en la misma mañana del miércoles en el que decía «mantened la calma». Poco después, daba el campanazo: anunciaba la moratoria de los aranceles recíprocos durante 90 días. Se quedaban solo en el 10% para todos los países, con la excepción de China, que se los subía al 125%.
Versión oficial: la estrategia de un as de los neocios
En su mensaje en redes sociales, Trump explicaba que su volantazo se debía a que quería a los cerca de 75 países que, al contrario de China, no habían respondido con represalias y habían tocado su puerta para negociar «una solución». Después encargó a su secretario del Tesoro, Scott Bessent, y a Leavitt la difícil tarea de explicar lo ocurrido. Fue una comparecencia confusa, en la que en un principio no quedó claro si la Unión Europea también quedaría dentro de la moratoria, ya que había presentado poco antes un arancel de respuesta (sí quedaba exenta) y qué pasaba con Canadá y México (Bessent dijo que quedaban exentos, pero la realidad era que no).
El secretario del Tesoro dijo que lo ocurrido había sido «la estrategia todo el tiempo» y que Trump había conseguido «mucha mano en la negociación» de acuerdos con otros países. Stephen Miller, uno de los asesores más cercanos a Trump en la Casa Blanca, proclamaba desde la red social X: «Habéis estado viendo la más grande estrategia económica maestra por parte de un presidente estadounidense en toda la historia».
Trump embarra la versión oficial
Como Trump no se calla delante de un micrófono, nada más comparecer ante la prensa en una recepción a un equipo deportivo embarró la versión oficial. Frente a la idea de la estrategia bien pensada, el presidente aseguró que, en su giro radical, había actuado «más que nada por instinto».
De «los países me besan el culo» a «no quiero hacer daño a otros países»
El presidente enturbió todavía más la versión poco después, desde el Despacho Oval. Frente a la idea de la estrategia bien planificada que defendieron Bessent y Leavitt —«¿no te has leído ‘El arte del acuerdo’?»— reprendió la portavoz a un periodista, en referencia al célebre libro de Trump-, Trump dijo que la moratoria la decidió esa misma mañana, junto a un par de sus asesores -Bessent y el secretario de Comercio, Howard Lutnick- y «sin los abogados», especificó.
«Lo escribimos desde nuestros corazones», dijo sobre el comunicado que tumbó los aranceles. «No queremos dañar a países que no es necesario dañar», añadió. En la víspera, en un discurso ante una reunión de líderes republicanos, defendió que quizá no quería llegar a ningún acuerdo y se mofó de que los países «me están besando el culo».
La versión real: «La gente estaba nerviosa, con miedo»
Entre las apariciones públicas y los mensajes que tuvo durante el día, Trump dejó escapar la realidad de la moratoria a los aranceles. «Me parecía que la gente estaba un poco fuera de lugar. Se estaban poniendo ‘yippy’, un poco ‘yippy’», una expresión que significa algo así como ‘agitado’ o ‘nervioso’ y que se usa para el deportista al que le tiemblan las piernas antes de una competición. «La gente estaba con un poco de miedo». Era la primera alusión a lo que de verdad pasaba: había una gran preocupación y nerviosismo desde casi todos los sectores por los mercados financieros y las perspectivas económicas para EE.UU. Después de que Trump hiciera decir a todos sus altos cargos —el propio Bessent pocos minutos antes— que la caída de los mercados no tenía nada que ver con un cambio de rumbo, él daba señales de que era así.
El gran desencadenante: la venta masiva de bonos del Tesoro
La realidad de este episodio caótico de la presidencia de Trump es que la marcha atrás de los aranceles tiene que ver con las turbulencias financieras, que se volvieron insoportables. Comenzaron con el desplome en las bolsas. En solo dos días, nada más anunciar sus aranceles, la Bolsa de Nueva York perdió 6,6 billones de dólares en capitalización. Es un asunto que no solo afecta a las grandes fortunas de forma directa, en especial en un país como EE.UU. con muchos pequeños ahorradores y con millones de jubilados que tienen parte de su pensión invertida en bolsa. El nerviosismo se trasladó de los mercados a los aliados políticos y financieros de Trump. La presión interna al presidente llegó desde varios puntos: republicanos del Congreso, donantes poderosos, altos ejecutivos de Wall Street cercanos al presidente. Después de una gran recuperación económica tras la pandemia de Covid-19, esta política arancelaria era como dispararse al pie.
El propio Bessent fue uno de los miembros del Gabinete que, de puertas adentro, trató de convencerle de que el mejor camino era buscar acuerdos comerciales con otros países. También lo hizo Elon Musk, que se enfrentó a los gritos con uno de los ideólogos de los aranceles, Peter Navarro, asesor comercial de Trump.
Con el paso de los días, se acumulaban las previsiones de analistas, CEO y financieros de que EE.UU. se encaminaba a una recesión. En la misma mañana del miércoles, Trump escuchó a Jamie Dimon, el poderoso CEO de JPMorgan Chase, decirlo en Fox News.
Pero lo que rompió la cuerda fueron los bonos del Tesoro de Estados Unidos. Son normalmente un activo refugio en tiempos de crisis. Pero algo pasaba en el mercado: el martes, se registró una venta masiva de estos títulos, una señal de que el mercado perdía confianza en la estabilidad a largo plazo de la primera potencia mundial. Eso redobló las presiones a Trump e hizo, por fin, hincar la rodilla al presidente.