Nintendo no está perdiendo el tiempo a la hora de dotar a su flamante Switch 2 de un catálogo de primer nivel. La consola llegó a las tiendas a inicios de junio con todo un ‘vendeconsolas’ como ‘Mario Kart World’, y solo unas semanas … después ha recibido su segundo gran título: Donkey Kong: Bananza.
El simio más famoso de los videojuegos vuelve, como siempre, puntual a su cita con una consola de la marca roja. A lo largo de las generaciones, ha protagonizado algunos de los títulos más icónicos, representativos y originales que han pasado por las máquinas de la ‘gran N’, desde aquel ‘Donkey Kong’ de NES -el primero- hasta el brillante ‘Tropical Freeze’ de Wii U. No hay generación en la que haya fallado al usuario con una propuesta mediocre: todas rozan el sobresaliente. Lo mismo que ocurre con los Mario y Zelda. Y Bananza no ha sido la excepción. Su diseño es atrevido e innovador, al igual que su jugabilidad. Pero, sobre todo, cumple con la que debería ser la máxima innegociable de cualquier gran exclusivo de Nintendo: es divertido. Muy divertido.
La clave: romperlo todo
La historia es básica, sin alardes narrativos. Donkey Kong trabaja en Isla Lingote, donde se dedica a excavar túneles y agujeros en busca de unos misteriosos plátanos cristalizados conocidos como Gemas de Banandio. Todo se tuerce cuando una compañía malvada, Void Company, los absorbe y los arrastra al subsuelo del planeta, y con ellos a DK.
A lo largo de la aventura, el simio tendrá que descender por distintos estratos, enfrentarse a enemigos y recuperar las preciadas gemas. Contará además con la ayuda de Pauline, una joven cantante cuya voz, entre otras cosas, servirá para guiarle en su viaje.
Y en lo narrativo, hasta ahí; porque ya decimos que la historia no es la clave de la propuesta. Lo importante aquí es la jugabilidad, y lo cierto es que ‘Bananza’ puede ser muy difícil de encasillar. Aunque recuerda a los plataformas tipo ‘Super Mario Odyssey’, su principal propuesta es destruir cada escenario haciendo agujeros en busca de plátanos, oro o fósiles, que luego servirán para desbloquear mejoras. Sí que hay momentos para el plataformeo y para los puzles, pero tenemos la sensación de que a lo que más invita la obra es a la exploración, a la exploración a puñetazo limpio, en concreto.
Cada nivel de los que conforman la experiencia está lleno de sorpresas ocultas bajo tierra, por lo que detenerse a explorar, resolver puzles y recolectar objetos resulta clave para exprimir realmente la aventura. Además, es tremendamente divertido: las horas se pasan volando mientras te dedicas a destruirlo todo a la búsqueda del tesoro de turno. La sensación es que no hay rincón del juego inaccesible sin usar los puños. Y en gran medida es cierto, aunque no todas las superficies son destructibles.
Además, según el usuario va avanzando encontrará nuevas habilidades que enriquecen la experiencia. Y, llegado el momento, DK hasta puede transformarse en otros animales gracias al poder de la voz de Pauline. Por ejemplo, puede convertirse temporalmente en un Kong gigante capaz de derribar superficies metálicas, o en una especie de avestruz que planea por el aire. Revisitar niveles ya superados con estas nuevas habilidades se puede ser muy recomendable.
Una buena opción para todos
En lo técnico, no hay pegas al videojuego. El apartado artístico es notable, y el juego funciona con fluidez. No hemos detectado caídas importantes de rendimiento; todo corre como la seda.
Además, Bananza es accesible para cualquier jugador, incluso para niños o personas con poca experiencia con los videojuegos. La historia principal está muy guiada y no exige demasiada pericia para avanzar. El verdadero reto aparece cuando uno se propone desbloquear absolutamente todo: ahí entran en juego minijuegos y desafíos más complejos, ideales para los completistas.
En cuanto a duración, depende del estilo de juego. Superar la historia principal y conseguir algunos extras puede llevar entre 20 y 25 horas, aunque ese número puede aumentar si se quiere exprimir al 100 %.
¿Merece la pena?
‘Bananza’ es un juego original, fresco y tremendamente entretenido. Ideal para las horas muertas del verano. Su mayor virtud es, sin duda, su jugabilidad: en cuanto llegas a un nuevo nivel, lo primero que apetece es hacer agujeros por todas partes. Más que avanzar en la historia, el placer está en seguir experimentando con sus mecánicas.
Quizá se echa en falta un poco más de dificultad en ciertos momentos, pero eso no le resta disfrute. Tiene muchas papeletas para convertirse en uno de los grandes imprescindibles del catálogo de la Switch 2.