Una reciente actuación del grupo Los Ángeles del Barranco en Guadalajara, capital del estado de Jalisco, ha desatado una polémica en México que ha llegado hasta Estados Unidos. La controversia surgió cuando este conjunto conocido por sus narcocorridos, canciones que narran las vidas … y los hechos de grandes capos del narco, interpretó uno de sus temas. Mientras tocaban ‘El del palenque’, sobre una pantalla tras el escenario se proyectaba las imágenes de Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, histórico líder del cártel de Sinaloa, hoy preso en Estados Unidos; y de Nemesio Oceguera, ‘El Mencho’, jefe del cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG). Este es el mismo grupo criminal que gestionaba en este mismo estado el rancho del horror que hace dos semanas fue noticia por encontrarse en él restos humanos.
Las imágenes proyectadas desencadenaron inmediatamente una tormenta política. Mientras la presidenta, Claudia Sheinbaum, criticaba la decisión del grupo desde su conferencia matutina en el Palacio Nacional, el Gobierno de EE.UU. retiraba el visado a los músicos. Y se abría de nuevo el eterno debate sobre si los narcocorridos son libertad de expresión o, por el contrario, una apología del delito.
Lo que es indiscutible es la vigencia de este subgénero musical en la cultura mexicana. Los narcocorridos tienen su origen a comienzos del siglo XX en la frontera con EE.UU., y servían en sus inicios como un mecanismo de información a través de las letras de las canciones que hablaban sobre atracos, batallas de la revolución mexicana, relatos de pistoleros y cuestiones de la vida política. A comienzos de la década de 1930, este subgénero se centró en la vida criminal. Las canciones se grababan en El Paso (Texas) y contaban historias de figuras del hampa de aquel entonces, como Pablo González ‘El Pablote’ o Ignacia Jasso ‘La Nacha’, la primer mujer narcotraficante de la historia que se destacó por enviar opio, morfina y marihuana hacia EE.UU.
A mediados del siglo pasado, con la irrupción de los medios de comunicación electrónicos, el narcocorrido se popularizó y se consolidó con grupos como Los tigres del norte y Los tucanes de Tijuana. Pero no todo fue difusión y éxito. Varios intérpretes, conectados con el mundo criminal, fueron asesinados tras recibir amenazas de bandas rivales a las que ellos conocían y que se decían a disgusto por las letras de sus canciones, ya sea por supuestas imprecisiones o porque le daban demasiado protagonismo a otros rivales en el espinoso ámbito de los cárteles.
En 1992 fue secuestrado y asesinado en Sinaloa el cantante Rosalino Sánchez, quien antes de terminar el concierto había recibido una carta sospechosa procedente del público. En 2006 fue tiroteado Valentín Elizalde, cantante que estaba en el cénit de su carrera, cuando, tras salir de una presentación en Tamaulipas, le descerrajaron 70 balazos. Según las versiones policiales, el músico fue asesinado por cantar ‘A mis enemigos’, narcocorrido considerado como un mensaje del Chapo al cártel de Los Zetas.
Música de sangre y fuego
Todos los grandes capos han tenido sus canciones. Los Canelos de Durango le cantaban a ‘El Chapo’ Guzmán; Gerardo Ortíz a Amado Carrillo Fuentes, el ‘Señor de los cielos’; y Alfredo Ríos a Ismael ‘Mayo’ Zambada. Canciones que no solo suenan en las madrugadas de los antros. En los estados del Pacífico y del norte de México se pueden escuchar en las radios, las cafeterías, los supermercados y hasta en los autobuses escolares. La vida de las personas normales esta musicalizada con estas narraciones de sangre y fuego.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca también ha influido de alguna manera en el mundo de los narcocorridos y la respuesta hacia ellos en un momento muy sensible en la relación entre ambos países. EE.UU. ha presionado a Sheinbaum para endurecer su política contra el crimen organizado a cambio de no imponerle aranceles y de no ordenar operaciones militares de modo unilateral al sur del río Bravo tras haber declarado a los cárteles mexicanos agrupaciones terroristas.
Este movimiento en Washington ha forzado a México a obtener resultados en su lucha contra el crimen, aumentando las detenciones e incautaciones de droga, poniendo en la mira a políticos con vinculaciones peligrosas y, como ahora se evidencia, incluso cuestionar aspectos muy enraizados en la vida popular como son los narcocorridos.
La semana pasada, una diputada aliada de Sheinbaum propuso que este tipo de canciones sean tipificadas como apología del delito y se establezcan penas de hasta cuatro años de prisión. «Hay que endurecer las penas y limitar su difusión, prohibir la manifestación del narcocorrido por grupos musicales en vivo o grabada, en cualquier evento masivo, ya sean instalaciones públicas o privadas, así como la reproducción en restaurantes, bares, cantinas», dijo la legisladora de Morena.
Cerrar locales
El gobernador del estado de Jalisco, de signo político opositor, estableció que quienes hagan apología del crimen no podrá participar en ningún concierto que tenga apoyos estatales. En diversos estados del país se está comenzando a tramitar leyes para que los establecimientos que reciban a grupos de narcocorridos queden clausurados. En Colima, por ejemplo, en el Pacífico mexicano, el Congreso decidió que ya no se podrá emitir esta música en las radios.
Para el Gobierno, no se trata de una embestida sencilla. Sheinbaum representa a un movimiento con bases populares y donde los narcocorridos están muy presentes: todos los gobernadores de los estados del Pacífico pertenecen a Morena.
La presión de Trump y la obligación de imponer mano dura está llegando a todos los ámbitos, lo que no ha impedido que el mundo del hampa le haya dedicado al presidente su propio narcocorrido. Lo escribió Melitón Méndez a los pocos días de que una bala le rozara la oreja al entonces candidato a la Presidencia de EE.UU. en plena campaña electoral. Así reza la letra: «Trump es un hombre valiente que no conoce el miedo / porque parecía tranquilo y de eso hay muchos testigos / no se echó atrás en absoluto a pesar de lo ocurrido».