Donald Trump le ha recuperado repentinamente el máximo respeto a Canadá y a su gobierno. Tras dos meses de amagar con la anexión, llamar a su primer ministro «gobernador» e imponer aranceles y más aranceles, este viernes el presidente de Estados Unidos … habló con el nuevo jefe de gobierno canadiense, Mark Carney, y dijo después en redes sociales que la conversación fue «extremadamente productiva».
El presidente afirmó haber acordado con su homólogo un encuentro después de las elecciones canadienses del 28 de abril para tratar temas de «política, negocios y otros asuntos que beneficiarán a ambos países». La cordialidad del mensaje contrasta con los intercambios que Trump mantuvo con el anterior líder canadiense, Justin Trudeau, marcados por reproches y amenazas comerciales.
Trump no solo reconoció formalmente a Carney como «primer ministro», dejando atrás las chanzas de «gobernador», sino que omitió su habitual referencia a la idea de convertir a Canadá en el estado número 51 de Estados Unidos.
El cambio de tono parece responder a una estrategia de reposicionamiento político tras semanas de fricciones, especialmente después de que Washington impusiera nuevos aranceles a las importaciones de vehículos y componentes canadienses.
Horas antes de la publicación de Trump, Carney había comparecido en Ottawa tras una reunión de gabinete para advertir que «la relación que Canadá tenía con Estados Unidos se ha terminado». A su juicio, el vínculo bilateral tradicional, basado en una integración económica creciente y una cooperación en defensa, ya no es viable.
Carney, que está en funciones y aspira a renovar su mandato al frente de la izquierda, afirmó que su gobierno contempla una «reorientación dramática» del comercio canadiense y un nuevo marco de seguridad con otros socios, en especial Francia y el Reino Unido, países que visitó en su primer viaje oficial como primer ministro (y no Estados Unidos).
El detonante inmediato de esta crisis fue el anuncio de Trump, el miércoles, de un arancel del 25% a todos los automóviles y repuestos, incluidos los importados desde Canadá.
Carney calificó la medida como «un ataque directo» que vulnera el tratado comercial entre ambos países, y advirtió que su gobierno prepara una estrategia de represalias, aunque evitó dar detalles hasta conocer los próximos pasos arancelarios de Washington, previstos para el 2 de abril. «Nada está descartado para defender a nuestros trabajadores», aseguró.
Trump ha convertido los aranceles en uno de los ejes de su política económica y exterior, no solo contra Canadá, sino también contra México, China y la Unión Europea. Carney, por su parte, afronta su primer gran desafío como jefe de Gobierno, con un mandato aún reciente y una presión creciente para sostener el empleo y la competitividad en sectores clave como el automotriz, el aluminio o la industria farmacéutica, todos afectados por los aranceles trumpistas.
Un día antes, el jueves, Trump había amenazado a Canadá y a la Unión Europea con sanciones aún mayores si alcanzan un entendimiento comercial que vaya «en detrimento» de Estados Unidos. «Se arrepentirán de atacar al mejor amigo que nunca han tenido», escribió.
Lo cierto es que su ofensiva contra Trudeau y la soberanía canadiense ha provocado un resurgir de la izquierda en ese país, además de un boicot en toda regla a productos estadounidenses. Un país poco dado a los patriotismos, como es Canadá, ha visto despertar un orgullo nacionalista que, según las encuestas más recientes, ha dejado debilitado al movimiento independentista de Quebec.