Bajo el liderazgo del primer ministro Keir Starmer, el Reino Unido ha iniciado una reorientación profunda de su estrategia de defensa. En un momento de creciente inseguridad internacional, con la fiabilidad de Estados Unidos en entredicho y la agresión rusa en Ucrania como … telón de fondo, Londres apuesta por un aumento sustancial del gasto militar y una cooperación más estrecha con la Unión Europea en materia de seguridad. Esta nueva etapa marca un giro en la era pos-Brexit, ya que ahora la integración estratégica parece anteponerse a la autonomía del divorcio.
«Ahora es el momento de explorar vías prácticas para una mayor implicación del Reino Unido con los instrumentos de defensa de la UE», afirman Max Becker, Johanna Flach y el Nicolai von Ondarza, del German Institute for International and Security Affairs (SWP). «La relación UE-Reino Unido ha adquirido una nueva importancia», añaden, en referencia a la creciente incertidumbre sobre el compromiso de Washington con la seguridad europea.
Starmer ha anunciado que el Reino Unido alcanzará el 2,5% del PIB en gasto de defensa en 2027, tres años antes del compromiso del anterior gobierno conservador. Y en el ‘Spring Statement’ (‘Declaración de Primavera’) de esta semana, la ministra de Economía, Rachel Reeves, reiteró ese compromiso y la ambición de llegar al 3% del PIB en la próxima legislatura. Además, detalló que el Ministerio de Defensa recibirá 2.200 millones de libras (2.640 millones de euros) adicionales en el periodo 2025-2026.
Pero esta inversión tendrá un coste. Starmer ha decidido financiar el aumento recortando el presupuesto de ayuda al desarrollo, una decisión polémica que rompe con compromisos anteriores del Reino Unido.
«Reunir los recursos necesarios para alcanzar el 2,5%, o incluso el 3%, implica cifras enormes», apunta el investigador Ben Paxton, del Institute for Government. En su opinión, «Starmer ha optado por recortar la ayuda al desarrollo para evitar más presión sobre los servicios públicos. Pero ahora debe tener responsabilidad en el uso de esos fondos y claridad sobre dónde caerán los recortes restantes».
Aunque el Gobierno británico ha prometido que no se verán afectadas áreas como sanidad y educación, otros departamentos «no protegidos», como justicia, policía, medioambiente o administaciones locales, podrían sufrir recortes para cumplir con los objetivos.
En este contexto, el Gobierno laborista ha adoptado un tono más pragmático hacia Bruselas. A diferencia de la etapa de Boris Johnson, que excluyó la defensa de las negociaciones del Brexit, Starmer apuesta por una «relación especial» en materia de seguridad con Bruselas. «La UE ha diseñado sus instrumentos de defensa para evitar la dependencia de terceros países», advierten Becker, Flach y von Ondarza. Aunque existen mecanismos como la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO) que permiten la participación puntual de terceros, las restricciones son muchas: pocas iniciativas abiertas, sin transferencia de tecnología, y con derechos de decisión limitados.
El Reino Unido fue invitado en 2022 a participar en el proyecto de Movilidad Militar, pero aún no se ha convertido en miembro pleno por desacuerdos sobre Gibraltar, y la Agencia Europea de Defensa (EDA) tampoco permite una participación significativa sin acuerdos marco. Así, según los analistas, el Reino Unido se encuentra actualmente en una fase de cooperación ‘ad hoc’ con la UE, con perspectivas de avanzar hacia una asociación más estructurada.
Pero la situación no es sencilla. Londres sigue atrapado entre sus alianzas atlánticas y la necesidad de reinsertarse en un espacio de defensa europeo.
El profesor Anand Menon, del ‘think tank’ UK in a Changing Europe, advierte de que «años de subinversión han dejado al Reino Unido sin preparación para un conflicto sostenido… mientras que Europa depende de EE.UU. para inteligencia, defensa aérea y mando y control». Menon y Jannike Wachowiak señalan además que las iniciativas como el Fondo Europeo de Defensa «no contemplan la participación del Reino Unido», pese a su papel histórico.
En este contexto, Starmer y su ministro de Exteriores, David Lammy, han abogado por un «pacto de seguridad» con la UE que sirva como base para una cooperación más profunda.
Y es que «la última esperanza de Europa en materia de seguridad y defensa es Keir Starmer», sostiene el profesor Anthony Glees, experto en inteligencia de la Universidad de Buckingham, quien considera que «Trump, en el fondo, quiere la paz, y la conseguirá casi a cualquier precio». En su opinión, «si no se logra un acuerdo con EE.UU., Ucrania caerá, y después vendrán los países bálticos. Y, después, ataques cibernéticos y militares convencionales en el Reino Unido y Francia». «Si Putin no logra ganar la guerra por medios convencionales», dice, «utilizará el poder nuclear. Y entonces Europa se verá forzada a responder o aceptar la derrota», explica. Ante este panorama, defiende con vehemencia la estrategia de rearme y liderazgo diplomático de Starmer.
Sin embargo, otros expertos piden cautela. El profesor Paul Rogers, de la Universidad de Bradford, afirma que «no hay que alarmarse excesivamente sobre una Tercera Guerra Mundial inminente», aunque reconoce que «cualquier conflicto nuclear es siempre peligroso». «Hemos tenido más suerte de la que merecemos durante 80 años», considera, mientras que el profesor Bart Cammaerts, de la London School of Economics, lanza una advertencia clave: «El pánico bélico que recorre Europa puede convertirse en una profecía autocumplida. La historia demuestra que, cuando las naciones se preparan para la guerra en nombre de la paz, acaban en guerra».