Donald Trump llegó a la Casa Blanca hace un mes con ambición rupturista, dispuesto a no dejar títere con cabeza para transformar un Gobierno federal que, en su visión, ha dejado de servir a los intereses de los estadounidenses. En los últimos días, el … presidente de EE.UU. ha llevado esa ambición al principal frente de la política exterior en los últimos años: Ucrania y la guerra de agresión desatada por Rusia. Este cambio de postura ha sido no solo un giro abrupto sobre este conflicto en Europa del Este, sino sobre los principios de política exterior de los republicanos desde Ronald Reagan. El faro global de la libertad y de la democracia se abre a transaccionar con la Rusia de Vladimir Putin. Y los republicanos, hasta ayer halcones contra el autoritarismo expansionista de un dictador formado e inspirado por la Unión Soviética, no apuntan a interponer oposición, en un partido dominado con mano de hierro por Trump.
El cambio ha sido pasmoso: para el Gobierno de la primera potencia mundial, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, ha pasado de ser un héroe en la resistencia frente a la invasión ilegal de Rusia a un «dictador», como le ha calificado Trump.
No ha sido una sorpresa que el presidente de EE.UU. haya movido el tablero de juego en Ucrania. Trump nunca ha sentido gran admiración por Zelenski: en 2019, durante el primer mandato del multimillonario neoyorquino, el ucraniano se negó a impulsar investigaciones en su país contra la familia de Joe Biden, entonces a punto de convertirse en su rival electoral, en un escándalo que acabó en el primer ‘impeachment’ de Trump. Como candidato en las presidenciales de 2024, Trump exigió que se cortaran los fondos, cada vez más impopulares, de ayuda militar a Ucrania. Tampoco ha ocultado su admiración por la fortaleza de Putin en Rusia y llegó a decir que la invasión de Ucrania fue una «decisión genial» por su parte.
Poco a poco, antes y después de ganar las elecciones, Trump telegrafió cuál sería su postura sobre la guerra: impulsar un acuerdo con Rusia contra los intereses de Ucrania, es decir, con cesión de parte de su soberanía territorial y eliminando la posibilidad de adhesión a la OTAN.
Semanas frenéticas
La materialización de esta sacudida de la relación con Ucrania y Rusia ha ocurrido en las dos últimas semanas, de manera frenética e ‘in crescendo’. Trump llamó a Putin para arrancar un proceso de paz, antes de hacerlo con Zelenski, el líder del país aliado de EE.UU. Sus altos cargos hablaban de forma abierta de cesiones territoriales de Ucrania y de dejar fuera la entrada en la OTAN.
El presidente de EE.UU. aseguró que los ucranianos estarían incluidos en las conversaciones con Rusia. Pero eso no ocurrió en Arabia Saudí, donde la delegación estadounidense, liderada por su secretario de Estado, Marco Rubio, solo se vio con los rusos. Allí se habló de buscar la paz, pero también de «oportunidades económicas» para EE.UU. en Rusia. Los europeos, aliados tradicionales de EE.UU. y con impacto directo en las negociaciones con Rusia, quedaban también marginados. El malestar en Kiev se disparaba cada día. Zelenski acusó a Trump devivir en una «burbuja de desinformación»rusa, después de que el presidente de EE.UU. dijera que su popularidad está en el 4% (el último sondeo en Ucrania la sitúa en el 57%, después de haber estado en el 90% durante la guerra). Esto enfureció a Trump y llevó la confrontación y la relación de EE.UU. con Ucrania a un lugar inesperado y repleto de falsedades: llamó a Zelenski «dictador» (fue elegido en elecciones libres, al contrario que Putin), le acusó de haber comenzado la guerra (quien invadió Ucrania fue Rusia), o de haber perdido la mitad de los 350.000 millones de dólares que EE.UU. se ha gastado en Ucrania (EE.UU. ha aprobado un gasto de 183.000 millones. «O se mueve rápido, o se quedará sin país», aseguraba Trump en una amenaza de que se plantea retirar todo el apoyo a su aliado. En pocos días, se tendían puentes a Putin -un nostálgico de la fortaleza de la URSS, un convencido de que Ucrania es parte de Rusia- y se quemaban puentes con Zelenski. Una inversión de la política exterior de EE.UU. en las últimas décadas.
Republicanos descolocados
La sacudida ha dejado a los republicanos descolocados. Hace un año, el senador John Thune y otros 21 compañeros de la bancada republicana desafiaban a Trump y daban luz verde a un paquete de 60.000 millones en ayuda a Ucrania frente a Rusia. EE.UU. no puede retroceder en el escenario mundial», decía entonces Thune, ahora líder de la mayoría republicana en la Cámara Alta. «El liderazgo estadounidense es más necesario hoy que en cualquier otro momento de la historia reciente y necesitamos asegurarnos de que Ucrania tiene el armamento y los recursos necesarios para derrotar a los rusos».
Ahora, Thune, como tantos otros líderes republicanos, están entre la espada y la pared: entre mantenerse en los principios que ha defendido el partido durante décadas y ser leal a Trump, que tiene la capacidad de tumbar casi cualquier carrera política. De momento, Thune, mira para otro lado. «Ahora hay que darle espacio», dijo sobre las negociaciones de Trump con Rusia. «Yo estoy a favor de un resultado de paz», añadió sin querer cuestionar que el presidente llamara a Zelenski «dictador».
Algunos senadores republicanos -Susan Collins, Thom Tillis, Chuck Grassley- han negado que el presidente ucraniano sea un dictador, pero sin llegar a criticar a Trump. La mayoría, sin embargo, han tratado de acomodarse a la retórica de su líder. Algunos, desde el silencio. Otros, con cambio de posición.. Entre ellos, halcones muy combativos con Rusia, como Lindsay Graham, que ha llamado a Putin «matón», «líder ilegítimo», «criminal de guerra del que hay que ocuparse» y ha llegado a sugerir que es necesario su asesinato. Ahora ve con buenos ojos las negociaciones -y la próxima cumbre con Putin- y ha alabado el plan de Trump de quedarse con la mitad de los minerales raros de Ucrania a cambio de apoyo -algo que Kiev de momento rechaza- como algo que «cambia las reglas de juego».
Otro ejemplo es Joni Ernst, que llegó a decir sobre Rusia que «permitir que el agresor dicte los límites de nuestra respuesta no es solo estúpido es suicida» y que EE.UU. debe mantener un «compromiso inamovible con nuestros aliados». Ahora justifica que la marginación de los intereses de Ucrania y de Europa por parte de la Administración Trump «es solo el principio» de la negociación.
Las últimas declaraciones de Trump son un escenario soñado para Rusia. «Si hace tres meses me hubieras dicho que esas serían las palabras de un presidente de EE.UU., me hubiera partido de risa», reacción Dmitri Medvedev, el que fue presidente ruso interpuesto por Putin, sobre las críticas de Trump a Zelenski. «Trump tiene razón al 200%», añadió Medvedev, que calificó al rival ucraniano de «payaso arruinado».
En la opinión pública, las encuestas todavía muestran que la causa ucraniana tiene apoyo entre los estadounidenses, aunque cada vez más deteriorado y con más convencimiento de que Kiev tendrá que hacer cesiones: según una sondeo reciente de Economist/YouGov, casi el 60% cree que Rusia se quedará con un trozo de Ucrania.