Cuando empezó la emergencia económica y sanitaria por el Covid, en marzo de este año, los trabajadores pensaban que serían unas semanas de encierro y de trabajo en casa.
El hecho de que trabajar en casa no fuera opcional y discriminatorio sino obligatorio, facilitó que todos lo aceptaran y lo asumieran como un compromiso con la vida, con la empresa, con la familia y con el planeta.
Bien distinto es cuando por enfermedad o por selección algunos deben trabajar en casa y otros no. Eso genera desigualdades entre los empleados y hace que al final, los empleados no disfruten del todo quedarse en casa pues se sienten alejados o ignorados.
Por eso la primera etapa, a pesar de no entender bien de qué se trataba, fue bien recibida por todos, en cualquier lugar del mudo.
Después e un mes de encierro, empezó a llegar el pánico y la incertidumbre. Todos pedían a gritos volver a salir, regresar a la oficina. Incluso extrañaban el tráfico, la rudeza de la calle y a los compañeros tóxicos de trabajo.
Pasaba el tiempo y la gente se fue desesperando y quería ir a la oficina mientras veían en noticias cómo la cifra de contagios y muertos aumentaba.
Luego empezó a llegar un momento de calma y de confort. A pesar de la incertidumbre, ya la rutina de trabajar en casa se volvió un hábito e inconscientemente empezaban a preguntarse los trabajadores si en realidad querían regresar a la oficina, o incluso si en realidad llegaría ese día en algún momento.
De repente llegó ese día y la gente empezó a regresar a las oficinas. ¿Era en realidad lo que querían?
Los riesgos
El investigador Ethan Bernstein de la Harvard Business School, se dedicó a entrevistar trabajadores estadounidenses en esta época para entender lo que ocurría y tiene varios datos en su estudio «Las implicaciones de trabajar sin una oficina».
Se dio cuenta de estas etapas y que los oficinistas se dieron cuenta, finalmente, que podían ser igualmente productivos en la casa, aunque todos afirman que ahora trabajan más horas que en la oficina.
La investigación muestra que en promedio la carga de trabajo en casa aumentó de 10 a 20%. Para agosto el nivel de estrés había disminuido 10% con respecto a abril.
Parce que la comodidad de no tener que madrugar tanto, ni salir temprano de casa, alejarse de su zona de confort y hacer el esfuerzo de todo lo que implica salir y regresar a casa, ha hecho que ya el deseo de regresar a la oficina, no esté tan despierto como en los meses más críticos de la pandemia.
Sin embargo los encuestados son conscientes de los riesgos de trabajar en casa. Primero, se pierde sentido de pertenencia con la empresa. Eso es un problema tanto par el empleador como para el empleado.
Ahora que algunos regresaron y otros no, de nuevo se empiezan a sentir discriminados quienes están en casa aunque tengan pereza de salir.
El empleador empieza a cuestionarse si realmente necesita o extraña a todo su equipo de trabajo. Más allá de la evidente crisis económica y en las finanzas de las empresas que deje la pandemia, los empresarios se cuestionan ahora si vale la pena regresar con una carga laboral del tamaño que tenían antes.
Los empleados lo saben y sienten que puede que su labor en la oficina ya no sea prescindible en un entorno remoto.
Así mismo, las posibilidades de ascenso o cambios de cargo se disminuyen ya que las empresas tienden a suspender cualquier acción que genere cambios de riesgo. Hay otras prioridades ahora que hacer ascensos.
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Las paradojas
Esa paranoia de sentir que van a ser despedidos porque ya no son necesarios o tal vez su jefe ni los recuerda, contrasta con la paranoia propia de la pandemia, y puede crear la paradoja de querer ir a la oficina para no sentirse excluido y no perder el trabajo, o quedarse en casa trabajando porque es peligroso salir y porque se está en una zona de confort.
También están quienes empiecen a bajar la guardia con el cuidado porque tras la reapertura económica sienten que ya no hay virus y que todo debe volver a la normalidad.
Los empresarios también están en un dilema, pues si pretenden que us trabajadores regresen, deben invertir más dinero en adecuar espacios más amplios que aseguren distanciamiento social, replantear zonas comunes de comedores, horarios de trabajo, reuniones, salas pequeñas de reuniones, protocolos de ingreso y aseo, entre otras.
Esto hace que algunas oficinas, a pesar de poder hacerlo, no quieren regresar al trabajo. Y puede que en vez de aumentar espacios, reduzcan personal. Al final se traduce en menos personas por metro cuadrado, lo que resulta en distanciamiento y aforo legal.
Otra preocupación de los empleadores, es la productividad a largo plazo, pues si se han mantenido vigentes, puede ser por el espíritu colaborador y de doble pánico (empleo y salud) de la época. Pero eso no garantiza que a futuro se mantenga la misma productividad y el mismo entusiasmo.
la creatividad también se ve amenazada y esto preocupa igual a empleados y empleadores, pues desaparecen los espacios formales e informales de reunión y las charlas de café donde surgen ideas de trabajos colaborativos.
Las relaciones interpersonales están en riesgo. Quienes ya se conocía, pueden de alguna manera mantener una relación a distancia. Pero para los nuevos empleados será más difícil ser parte de una empresa, de un equipo.
Algunos empleados pueden incluso tener a salvo su trabajo mientras esto pase, pues saben que no es buen momento para cambios, así que seguramente el jefe no los remplazará por alguien a quien no conoce en persona ni puede entrenar o supervisar fácilmente a distancia.
Así que regresar a la oficina puede ser una amenaza para aquellos que habían logrado una tabla de salvación durante la pandemia pues ya en oficina, pueden ser remplazados por otra persona.