Según la Cepal, debido a la pandemia en Colombia, la pobreza extrema subiría del 10,9% registrado en el 2019 hasta un 14,3% en 2020; sobre el concepto de pobreza la misma entidad estima que subirá del 29,0% en el 2019 hasta el 34,1% en 2020. Recordemos que para esta institución la pobreza extrema se mide de una forma indirecta, al establecer un estándar de ingresos mínimo con que los hogares pueden conseguir una canasta básica de alimentos y la pobreza se mide cuando este grupo de hogares puede adquirir, además de lo anterior, una canasta básica de no alimentos, usualmente observado en estos hogares de referencia.
Es increíble que nuestro país aún tenga estas cifras tan escalofriantes, y lo peor es que subirán de nuevo por la crisis económica que ha generado la pandemia. Creo que este hecho es razón suficiente para resaltar las acciones de personas como Juanita y Mariana, que han decidido dejar sus vidas corporativas, donde se encontraban en una posición que muchos considerarían ideal, para trabajar por comunidades vulnerables.
Un escenario inimaginable
Aunque suene increíble, en un principio Juanita y Mariana pudieron ser vistas en esas zonas como las clásicas personas que sólo se interesan por los pobres en épocas de diciembre para lavar sus almas o para favorecer a políticos de turno, a quienes suelen exprimir al máximo, ya que no los volverán a ver. En estas poblaciones existe el agravante de que muchas personas en estado de vulnerabilidad identifican a las “Fundaciones” como instituciones que están obligadas a darles recursos por su misma condición de pobreza, bajo un esquema asistencialista al que los han acostumbrado, sin corresponsabilidad alguna.
Adicionalmente, conseguir recursos para fines sociales es cada vez más difícil, los recursos de empresas son escasos porque muchas organizaciones decidieron hacer una función social directa, sin impacto en la comunidad que podrían llegar a tener con un modelo como el de Kaironare o Alascinco. El modelo que ellas han optado por desarrollar es trabajar con las comunidades con corresponsabilidad, es decir sin asitencialismo donde unos ganan y otros pierden, sino bajo concepto de ganar-ganar, como lo explica una de ellas “Te daremos de comer pero debes limpiar tu barrio”, “Te doy una forma de sustento pero vamos a hacer alimentos para vender a las empresas que al mismo tiempo compran estos productos por hacer el bien a las comunidades”; su idea no es llegar a diciembre y entregar un juguete a cambio de nada, porque eso no desarrolla a la persona y a las comunidades, lo que las saca de la pobreza es la generación de trabajos autosostenibles.
El modelo de corresponsabilidad
La idea de Mariana y sus colegas fue trabajar para espantar al monstruo del hambre, nombre que salió cuando le preguntaron a un niño de la comunidad de altos de Cazucá sobre el significado del hambre, a lo que contestó que era el monstruo que sonaba en su barriga. De allí, la idea de hacer alimentos con grandeza, tan buenos como la mejor marca nacional, y que pudiera estar compitiendo de igual a igual en las mejores tiendas del país. Nos dice Mariana “Aprendí a juntar el lenguaje de lo social con el lenguaje empresarial, mis habilidades puestas al servicio de lo social. Lo social no debe ser caridad de los demás porque se estaría dando desde la escases, mi lenguaje es desde la abundancia, como gana usted señor empresario y como gana nuestra comunidad, eso hace que podamos expandir de manera autosostenible todo nuestro emprendimiento social del cual, yo puedo vivir también, hay que acabar con ese concepto de que la gente dedicada a los social, no pueda ni siquiera estar bien vestida, o que no tenga un lugar bonito donde trabajar, por eso incluso le quitamos el nombre de fundación, ya que los empresarios sentían que yo venía solo a pedir plata y su actitud ya estaba predispuesta. Acabar con el hambre necesita de ingenio y de habilidades directivas e invito a todos los que quieren un nuevo país a que realmente utilicen sus habilidades en los social pero de manera autosustentable”.
La idea de Juanita, quien tuvo la experiencia de ser voluntaria en África cuando trabajaba en una empresa multinacional española, surgió cuando se cuestionaba un día por qué estaba allí, sabiendo que en Colombia estaba un territorio como la Guajira donde morían de manera proporcional igual número personas por hambre y sed; así que pensó en dedicarse a hacer algo por esas comunidades locales, en especial las indígenas, como la Wayuu. Desde ese momento, ha dedicado su vida a trabajar en la autosostenibilidad de esas comunidades al decir: “Hacemos el mejor producto del mundo y lo vendemos de manera virtual por internet, al eliminar intermediarios las comunidades reciben lo que es realmente justo por su trabajo artesanal, estamos a la vanguardia en redes sociales… no los tratamos con palabras como pobrecitos, porque cuando los tratas de esa manera, las personas no se desarrollan”.
El mensaje es claro, desde hace días en el país se viene hablando de una renta básica universal, de cubrir a nueve millones de hogares con un mínimo vital correspondiente a un salario mínimo, que se plantea para unos de manera temporal, pero incluso para muchos de manera permanente. El cuestionamiento a esta propuesta es ¿a cambio de qué?, el asistencialismo se ve como una obligación, en la que te doy algo por tu condición de pobreza pero no tienes que dar nada a cambio, la pregunta es ¿cuáles son los efectos secundarios de este modelo?, ¿no será que las personas se acostumbrarán a no trabajar esperando que el estado les de para vivir sin ningún tipo de esfuerzo? ¿No será mejor promocionar el emprendimiento social con corresponsabilidad?, cuántos trabajos no se necesitan en este país donde las personas realmente puedan construir sus propios medios de autosubsistencia a partir de la ayuda de otros, entre ellos los empresarios y el estado.
CEO Legacy & Management Consulting Group