Mientras el presidente Iván Duque, en una alocución presidencial decía anoche: “somos un Gobierno que escucha. El diálogo social ha sido la bandera principal de este Gobierno. Debemos profundizarlo con todos los sectores de nuestra sociedad”, en las principales ciudades del país se produjo un hecho inédito: un cacerolazo que muchos calificaron de histórico.
Atrás había quedado una jornada de paro con marchas que, en su mayoría, transcurrieron en forma pacífica, con la excepción de Cali donde el alcalde, Maurice Armitage, se vio obligado a decretar un toque de queda desde las 7:30 de la noche. En Bogotá, la jornada fue pacífica aunque al final de la misma, se produjeron actos vandálicos contra la Alcaldía Mayor y las instalaciones del Congreso de la República.
En su alocución, al cierre de la jornada, Duque señaló: “Hoy, a pesar de los actos de violencia, atribuibles a vándalos que no representan el espíritu de los marchantes colombianos, demostramos que este país puede ejercer las libertades individuales sin vulnerar las libertades de los demás”.
Agregó que “los hechos sucedidos con posterioridad a la marcha son vandalismo puro y no obedecen a una expresión de la voluntad popular, ni serán legitimados por el derecho a la protesta”.
En un mal momento para su gobierno, que apenas lleva 15 meses y cuya gestión es desaprobada por el 69% de los colombianos, el mandatario señaló que espera acelerar la agenda social y la lucha contra la corrupción.
El 69%, revelado por una encuesta de Invamer, constituye el peor resultado para el joven mandatario en los 15 meses de su administración y para muchos analistas simboliza la desconexión de Duque con la realidad nacional, algo que ha sido explotado por sus adversarios políticos.
Sin una coalición mayoritaria en el Congreso que le garantice gobernabilidad, un bajo índice de aprobación y el “fuego amigo” en las huestes del propio uribismo, Duque enfrenta el peor momento de su gobierno y tiene varias papas calientes entre manos.
Aunque la economía crece 3%, en un momento en el que el FMI y el Banco Mundial disminuyen sus proyecciones para la región y el mundo, el desempleo se mantiene en niveles de dos dígitos, lo cual es social y políticamente explosivo.