Publicado: julio 7, 2025, 4:35 pm
- La migración colombiana sigue en aumento, con más de 4,7 millones de connacionales viviendo en el exterior de forma regular, según el Ministerio de Relaciones Exteriores. Este fenómeno plantea desafíos humanos, económicos y sociales tanto para quienes migran como para quienes permanecen en el país.
Los principales destinos para los colombianos que migran siguen siendo Estados Unidos y España. De acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el 34,6 % de los connacionales en el exterior reside en EE. UU., mientras que un 23,1 % lo hace en España. Solo en 2021 se reportaron 855.000 colombianos en territorio estadounidense, y en 2023, 453.943 en suelo español. Las razones que impulsan este éxodo son claras: estabilidad, oportunidades laborales y la promesa de una vida mejor. Pero detrás de estos números se esconden historias de sacrificio, largas jornadas, trabajos de alto riesgo y una lucha constante por brindar bienestar a quienes permanecen en Colombia.
La paradoja es evidente y dolorosa: quienes con su esfuerzo y remesas sostienen a sus familias, lo hacen muchas veces sin acceso a una red mínima de protección cuando más la necesitan. La informalidad migratoria, la falta de cobertura en salud y la ausencia de herramientas financieras seguras convierten cualquier imprevisto —una enfermedad, un accidente, incluso la muerte— en una tragedia de múltiples dimensiones.
“El migrante colombiano sale a construir futuro, pero pocas veces se detiene a pensar en los riesgos del presente”, señala Bryan Torres, CEO de Wilosur Seguros, agencia con más de veinte años de experiencia apoyando a familias dentro y fuera del país. “Nosotros trabajamos por proteger a quienes protegen, porque entendemos que la migración necesita más que valentía: requiere planificación y acceso a servicios esenciales, sin importar en qué parte del mundo se encuentren”.
Los costos de enfrentar una emergencia sin seguro son alarmantes. Una consulta médica de urgencias en Estados Unidos puede superar los 1.000 dólares, mientras que una repatriación por fallecimiento ronda los 3.000 dólares o más. Sin un fondo estatal que asista a sus ciudadanos en el exterior, el peso de estas situaciones recae directamente sobre las familias.
A esto se suma una realidad insoslayable: el migrante se convierte, casi siempre, en el principal sostén económico de su hogar. Muchos laboran en sectores de alto riesgo como la construcción, el transporte o la limpieza industrial, y sus ingresos son el pilar que mantiene a flote a varias personas en Colombia. Su ausencia repentina no solo deja un vacío emocional, sino también un colapso económico difícil de superar.
En este contexto, hablar de protección financiera no es referirse a un privilegio, sino a una necesidad urgente. Se trata de garantizar continuidad, estabilidad y dignidad para las familias que dependen de estos ingresos.
La educación es otro eje clave. El acceso a estudios superiores puede romper ciclos de pobreza y abrir nuevas oportunidades para futuras generaciones. Y si bien los costos académicos son elevados tanto en Colombia como en el exterior, la capacidad de ahorro en ciertos destinos permite a muchos migrantes proyectar el futuro educativo de sus hijos. Solo falta acompañamiento, información y planeación adecuada.
“La protección económica no es solo una cuestión de dinero; es una forma de asegurar los sueños y esfuerzos que los colombianos han depositado en su decisión de migrar”, concluye Torres. Y no exagera. En un panorama migratorio que se vuelve cada vez más complejo y en un mundo que exige previsión, contar con un respaldo que entienda las necesidades del migrante colombiano no es un lujo: es una prioridad impostergable.