Boryslav observa en silencio cómo la doctora Iryna Volodymyrivna se prepara para revisar la cicatriz de su reciente operación de apendicitis. Sus manos firmes recorren la herida con la precisión de quien ha suturado muchas más. Iryna forma parte del nuevo equipo médico del hospital … de Zolochiv, una pequeña localidad en el oeste de Ucrania, en el óblast de Leópolis. Pero no siempre trabajó aquí. Hasta hace tres años, su vida estaba en Melitópol, donde ejercía como cirujana pediátrica.
El 24 de febrero de 2022, el inicio de la invasión rusa la obligó a huir junto a su familia. Llegó a Zolochiv como desplazada interna. Hoy, tres años después, es una de las principales cirujanas del hospital. «Veo muy difícil poder regresar a mi hogar, por no decir imposible. Toca mirar hacia el futuro y empezar de nuevo», dice con el pragmatismo de quien ha visto la guerra demasiado cerca y ha aprendido a contar las pérdidas en silencio.
Como Iryna, varios de sus compañeros llegaron a Zolochiv tras la invasión, obligados a dejar atrás su vida anterior. Al principio, el regreso parecía una posibilidad. Pero con el tiempo, la realidad impuesta por el conflicto convirtió el exilio en algo permanente. Hoy, muchos han echado raíces aquí, reconstruyendo lo que la guerra les arrebató.
Boryslav observa en silencio cómo la doctora Iryna Volodymyrivna se prepara para revisar la cicatriz de su reciente operación de apendicitis
Álvaro Ybarra Zavala
«Veo muy difícil poder regresar a mi hogar, por no decir imposible. Toca mirar hacia el futuro y empezar de nuevo»
Iryna Volodymyrivna
Doctora en el hospital de Zolochiv
Casos como el de Iryna se han convertido en el destino común de cientos de miles de desplazados en Ucrania. Para la mayoría, volver a casa ya no es una opción. Sus hogares han sido reducidos a escombros o permanecen bajo control ruso, atrapados en una geografía que ya no les pertenece. Desde el inicio de la invasión, Ucrania ha enfrentado una crisis humanitaria sin precedentes. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), casi 6,5 millones de personas han sido forzadas a abandonar sus hogares en busca de seguridad en otras regiones del país. Para muchos desplazados, la idea de regresar se ha convertido en un anhelo imposible. No les ha quedado más opción que empezar de nuevo en comunidades donde, hasta hace poco, eran extraños.
Larisa Afanasieva nunca imaginó que un misil reduciría su hogar a escombros. Tenía 52 años cuando la guerra la obligó a tomar una decisión que cambiaría su destino. Madre soltera de cuatro hijos, vivía en Bajmut y trabajaba para mantener a su familia. «Creí que todo sería pasajero», recuerda. «Pensaba que todo terminaría pronto». Pero en el otoño de 2022, la guerra ya era imparable.
La casa en la que vivían en Bajmut quedó destruida tras un ataque. «Ya no teníamos adónde regresar». Decidió trasladarse a Lutsk con sus hijos, pero allí no había plazas escolares. Finalmente, Leópolis les ofreció un espacio donde empezar de nuevo. Hace un año y medio encontraron alojamiento y una rutina que, aunque frágil, les permite mirar hacia adelante. Sus hijos estudian en la ciudad y ella intenta construir un nuevo hogar lejos de lo que fue su vida anterior.
Yulia, Oleksandra y Danylo, tres niños desplazados de Lysychansk, se refugian en la luz de sus teléfonos móviles mientras permanecen en un albergue para desplazados en Zolochiv
Álvaro Ybarra Zavala
Sin embargo, la incertidumbre pesa. En Bajmut, Larisa había comenzado a pagar un apartamento de tres habitaciones, pensando en el futuro de sus hijos. Ahora ese lugar no existe más. «No sé si alguna vez podré volver. Amaba esa ciudad con todo mi corazón. Allí crecí, me casé, crié a mis hijos». La destrucción de su pasado es irreversible, y aunque el deseo de reconstrucción existe, sabe que llevará décadas.
Desde Leópolis, Larisa observa con dolor cómo el mundo parece perder interés en la tragedia de su país. Ha visto de cerca la muerte y la destrucción, ha retirado escombros con sus propias manos. «Podría irme al extranjero, comenzar de nuevo lejos de todo esto», dice, pero no lo hará. Ha encontrado en la comunidad desplazada de Urban Camp de Leópolis una nueva razón para quedarse. «Quiero ayudar a mi gente, darle a mis hijos una infancia digna y construir algo nuevo aquí. El pasado duele, pero tenemos que encontrar un propósito en el presente».
La guerra en Ucrania ha fracturado innumerables familias, separando a sus miembros entre territorios ocupados y zonas bajo control ucraniano. Esta división forzada ha generado una profunda incertidumbre y angustia entre quienes han quedado atrapados entre ambos bandos del conflicto.
En las áreas ocupadas por Rusia, las condiciones de vida son extremadamente difíciles. Los civiles enfrentan restricciones severas, intimidación constante y una campaña activa de ‘rusificación’ que busca erradicar la identidad ucraniana. Algunos, considerados indóciles por las autoridades de ocupación, son permitidos a salir previo pago, en un intento de acelerar este proceso de asimilación forzada.
Mientras tanto, en las regiones controladas por Ucrania, familiares de los atrapados en territorios ocupados viven con el temor constante de no volver a ver a sus seres queridos. La falta de comunicación fiable y las noticias sobre traslados forzosos y deportaciones agravan la desesperación. Organizaciones internacionales han denunciado que las autoridades rusas han sometido a civiles a traslados forzosos y deportaciones desde las zonas ocupadas, lo que constituye crímenes de guerra y, posiblemente, crímenes de lesa humanidad
Anhelina, en la intimidad de su habitación en un albergue para desplazados en Zolochiv. Originaria de Lysychansk, se vio obligada a huir al inicio de la invasión rusa para salvar su vida, dejando atrás su hogar y todo cuanto conocía
Álvaro Ybarra Zavala
Para Darina, a quien todos llaman Dori, la guerra no llegó con bombas, sino con la imposición silenciosa de un nuevo régimen. Su pueblo, en la región de Luhansk, fue ocupado en 2022. Durante los primeros meses, la vida siguió con relativa normalidad, hasta que la presencia rusa se hizo asfixiante. Las escuelas cambiaron al sistema educativo ruso, los pasaportes ucranianos fueron reemplazados por documentos rusos. La resistencia no era una opción.
Su familia decidió esperar. Sus padres creían que la guerra terminaría rápido. Pero con el tiempo, la presión sobre la población civil aumentó. Para cuando decidieron huir, solo quedaba un corredor seguro dentro de Ucrania. «Ese fue el último corredor disponible», recuerda. Solo podían salir mujeres, niños y ancianos. Su padre tuvo que quedarse atrás.
«No sé si alguna vez podré volver. Amaba esa ciudad con todo mi corazón. Allí crecí, me casé, crié a mis hijos»
Larisa Afanasieva
Madre soltera de cuatro hijos en Leópolis
Salieron de Starobilsk en un taxi especial hasta una presa, luego caminaron tres kilómetros antes de encontrarse con las autoridades ucranianas. Pasaron veinte puestos de control antes de alcanzar la libertad. «Sabíamos que era la única oportunidad», dice Darina.
Desde Leópolis, donde estudia administración y sueña con una carrera en gestión, su vida se ha transformado en una espera constante. Espera noticias de su padre, quien sigue en el pueblo ocupado, cuidando de sus abuelos. «Un mes después de nuestra huida, comenzaron a exigir pasaportes rusos. Si no lo haces, las consecuencias pueden ser graves». Su padre ha escondido su documento ucraniano, pero sabe que es cuestión de tiempo antes de que sea descubierto.
Un grupo de desplazados en el interior de un albergue temporal en Zolochiv, donde intentan reconstruir sus vidas tras huir del conflicto
Álvaro Ybarra Zavala
La economía bajo la ocupación es precaria. Antes de la guerra, su familia vivía de la venta de cereales, pero ahora los precios en Rusia son bajos y el dinero escasea. Además, moverse dentro de la zona ocupada es un riesgo. «Cada puesto de control es una amenaza. Pueden reclutarlo en cualquier momento».
A pesar de todo, Darina mantiene la esperanza de reunirse con su padre. «Sé que volver a mi pueblo no será posible. Quizás pueda visitarlo algún día, pero no me hago ilusiones de regresar para quedarme». Ha aceptado que su futuro está en Leópolis. «Este es mi presente y mi futuro». Mientras tanto, sigue esperando.