Por Gabriela Cugat y Futoshi Narita
Las economías de mercados emergentes y en desarrollo crecieron continuamente en los decenios previos a la pandemia de COVID-19, lo que permitió que se concretaran avances muy necesarios en cuanto a reducción de la pobreza y mejora de la esperanza de vida. La crisis ahora pone en riesgo muchos de esos avances y ensancha la brecha entre ricos y pobres.
Antes de la pandemia muchos de estos países lograron reducir la pobreza y extender la esperanza de vida, pero aun así han tenido dificultades a la hora de reducir la desigualdad del ingreso. Al mismo tiempo, en sus economías había proporciones persistentemente elevadas de jóvenes inactivos (es decir, que no estaban empleados ni en procesos de formación o capacitación), amplias diferencias de nivel educativo y grandes brechas en cuanto a oportunidades económicas para la mujer. Se prevé que la crisis de COVID-19 agrave la desigualdad incluso más que crisis anteriores, ya que las medidas para contener la pandemia han incidido de forma desproporcionada en los trabajadores vulnerables y las mujeres.
En el último informe sobre las Perspectivas de la economía mundial (informe WEO) analizamos dos hechos de la actual pandemia para estimar su efecto en la desigualdad: la capacidad de las personas para trabajar desde casa y la caída prevista del PIB en la mayoría de los países.
La importancia del lugar de trabajo
En primer lugar, la capacidad de trabajar desde casa ha sido decisiva durante la pandemia. Según un estudio reciente del FMI, la capacidad para trabajar desde casa es más limitada en los trabajadores de menores ingresos que en los de mayores ingresos. A partir de datos de Estados Unidos, sabemos que el empleo se redujo menos en los sectores cuyas actividades es más probable que puedan realizarse desde casa. Juntos, estos dos hechos indican que era menos probable que los trabajadores de menores ingresos pudieran trabajar desde casa y más probable que perdieran sus empleos como consecuencia de la pandemia, lo cual empeoraría la distribución del ingreso.
En segundo lugar, usamos las proyecciones del FMI sobre el crecimiento del PIB en 2020 como indicador indirecto de la reducción agregada del ingreso en el futuro. Distribuimos esta pérdida entre los diferentes niveles de ingreso en proporción con la capacidad de teletrabajo. Usando esta nueva distribución del ingreso, calculamos un indicador resumido de la distribución del ingreso después de la COVID (coeficiente de Gini) en 2020 para 106 países y calculamos la variación porcentual. Cuanto mayor es el coeficiente de Gini, mayor es la desigualdad, y las personas de altos ingresos reciben porcentajes mucho más cuantiosos del ingreso total de la población.
Esto apunta a que el efecto estimado de la COVID-19 en la distribución del ingreso es mucho mayor que el de pandemias anteriores. Y también indica que los avances logrados por las economías de mercados emergentes y los países en desarrollo de bajo ingreso desde la crisis financiera mundial podrían revertirse. El análisis muestra que el coeficiente de Gini medio para las economías de mercados emergentes y en desarrollo aumentará a 42,7, nivel que es comparable con el de 2008. El impacto será mayor para los países en desarrollo de bajo ingreso, pese a los avances más lentos registrados desde 2008.
Deterioro del bienestar
El aumento de la desigualdad en promedio tiene una clara incidencia en el bienestar de las personas. Evaluamos los avances logrados antes de la pandemia y lo que podemos esperar para 2020 en términos de bienestar usando un indicador que va más allá del PIB. Empleamos un indicador de bienestar que combina información sobre aumento del consumo, esperanza de vida, tiempo de ocio y desigualdad del consumo. Según estos factores, entre 2002 y 2019 el bienestar en las economías de mercados emergentes y en desarrollo aumentó casi 6%, o 1,3 puntos porcentuales más que el crecimiento del PIB real per cápita, lo que hace pensar que el nivel de vida de las personas estaba mejorando en muchos aspectos. El aumento se debió en su mayor parte a mejoras en la esperanza de vida.
La pandemia podría reducir el bienestar un 8% en los países de mercados emergentes y en desarrollo, y más de la mitad de esa reducción obedecería a la variación excedentaria de la desigualdad atribuible a la capacidad de las personas para teletrabajar. Cabe señalar que estas estimaciones no reflejan ninguna medida de redistribución después de la pandemia. Esto significa que los países pueden atenuar los efectos en la desigualdad y el bienestar más en general con medidas de política.
¿Qué hacer al respecto?
En la última edición del informe WEO describimos algunas políticas y medidas para apoyar a las personas y empresas afectadas que serán esenciales para impedir que la brecha de desigualdad se ensanche más.
Invertir en programas de reconversión laboral y de aptitudes puede mejorar las perspectivas de que puedan volver a ser contratados los trabajadores adaptables cuyas actividades quizá se vean alteradas a largo plazo a raíz de la pandemia. Mientras tanto, ampliar el acceso a Internet y fomentar la inclusión financiera será importante en un entorno laboral que está cada vez más digitalizado.
Para amortiguar el impacto de la crisis en el empleo también cabe flexibilizar los criterios para acceder al seguro de desempleo y ampliar las licencias remuneradas por razones familiares y médicas. La asistencia social proporcionada mediante transferencias monetarias condicionadas, cupones para alimentos y prestaciones nutricionales y médicas para hogares de bajo ingreso no deben ser retiradas demasiado pronto.
Las políticas para evitar que se pierdan los avances logrados tras décadas de mucho esfuerzo serán cruciales para garantizar un futuro más equitativo y próspero después de la crisis.
Gabriela Cugat es Economista en el Departamento de Estudios del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Futoshi Narita es Economista Principal en el Departamento de Estudios del Fondo Monetario Internacional (FMI)