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¿Y si Canadá se incorporara a la Unión Europea?

Donald Trump no es el único al que se le ocurren ideas agresivas y de difícil ejecución, como la anexión de Canadá. Algunos canadienses han respondido con otra propuesta igual de audaz: ¿y si nos integramos en la Unión Europea?«Canadá será el estado 51º de EE.UU.», … ha proclamado Trump desde que ganó la elección presidencial el pasado noviembre. Esto es solo el lado pintoresco del deterioro de las relaciones entre dos países vecinos y aliados. La guerra comercial decretada por el presidente de EE.UU. ha sido más agresiva con los amigos canadienses que contra países rivales y ha puesto a Canadá bajo la amenaza de la recesión.
EE.UU. empieza a ser percibido como un socio en el que ya no se puede confiar, del que Canadá depende demasiado. Se impone observar otras opciones: nada de ser el estado 51º de EE.UU., pero quizá sí ser el 28º país miembro de la Unión Europea.

El debate lo generó a comienzos de enero una columna en ‘The Economist’ firmada por el jefe de su delegación en Bruselas, Stanley Pignal. «Europa necesita espacio y recursos, Canadá necesita gente. Negociemos», escribía Pignal para defender la integración en la UE.
Para entonces, Trump todavía no había jurado su cargo, ni había dicho cosas como que utilizaría la «fuerza económica» para lograr la anexión de Canadá. Pero sí había mencionado varias veces esa ambición, rechazada con fuerza desde todos los sectores políticos canadienses.
Ante el aislacionismo y la combatividad comercial que predicaba Trump, «tanto Europa como Canadá están buscando alianzas mejoradas en el mercado».
La columna generó mucha atención en ambas orillas del Atlántico. «¿Es un chiste, una rabieta o una propuesta real?», se preguntaba el columnista Philippe Mercure en el diario canadiense ‘La Presse’. «Pero con un presidente estadounidense completamente hostil hacia Canadá, un acercamiento a Europa estaría lejos de no tener sentido».
Las encuestas mostraron pronto que los canadienses están abiertos a la idea. El 46% apoyan unirse a la Unión Europea, frente al 29% que está en contra, según un sondeo de Abacus Data de finales de febrero. Además, el 68% de los canadienses tienen una idea positiva de la UE, frente al 34% que dice lo mismo sobre EE.UU.
«¿Por qué no?», defiende Frédéric Mérand, director del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Montreal, en una tribuna en el ‘think-tank’ Institute for Research on Public Policy. «Tras la deserción de EE.UU., Europa queda como el único club de democracias liberales y multilateralismo (….). Convertirnos en el país miembro 28º de la UE en lugar del 51º estado de EE.UU. sería una ventaja en seguridad económica al mismo tiempo que mantenemos nuestra soberanía política».
Entre quienes ven con buenos ojos la idea en Europa está un exministro de Exteriores de Alemania, Sigmar Gabriel. A comienzos de este mes, defendió que la integración podía ser «parcial» y que Canadá «es mucho más europea que algunos miembros de la Unión Europea».
Esa es una de las claves: ¿puede formar parte de la Unión Europea un país que no está en Europa? El artículo 49 del Tratado de la Unión Europea establece que la membresía en la unión está abierta a «todo país europeo que respete y esté comprometido con la promoción de la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el imperio de la ley y el respeto a los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas que pertenecen a minorías».
Pero, ¿qué hace a un país europeo? ¿Estar en el continente europeo o compartir los valores europeos? Cuando el debate tomó temperatura, la portavoz de la Unión Europea, Paula Pinho, dijo que el bloque estaba «honrado» por esas encuestas y por el interés creado, pero que solo los estados europeos pueden llamar a la puerta.
La historia puede quitar la ilusión a muchos: en 1987, la UE no permitió la solicitud de entrada de Marruecos por no ser un «país europeo». Pero algunos analistas aseguran que el límite geográfico no está especificado en el tratado y que lo «europeo» está abierto a interpretación.
Pero, incluso si se abriera la puerta, los desafíos serían enormes. Para empezar, hay diez candidatos ya en la lista de espera, desde Bosnia Herzegovina, hasta Turquía o Georgia, y algunos llevan décadas esperando. Además, la integración requeriría cesiones de soberanía y una integración financiera y regulatoria que está por ver si sería popular en Canadá. Y la posibilidad amenaza con dividir a un país que mira a Europa con ojos diferentes: entre los canadienses del Oeste y los más conservadores, la afinidad es con Reino Unido; entre los canadienses del Este y los progresistas, más con la Europa continental.
Quizá el acercamiento sería más realista en otros términos, como una mayor cooperación económica entre Canadá y la UE –su relación comercial es anecdótica comparada con la que mantiene con EE.UU., de largo su gran socio comercial– y una intensificación de sus relaciones diplomáticas.
Algunos, como Ménard, sostienen que, pese a su improbabilidad, Canadá debería dar el paso de solicitar la integración en la UE: «Este gesto de soberanía tendría mucho simbolismo. Mostraría a Donald Trump que no estamos solos, y que tenemos opciones si busca estrangular nuestra economía, interferir en nuestra política o algo peor».

Publicado: abril 27, 2025, 4:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/canada-incorporara-union-europea-20250426041556-nt.html

Donald Trump no es el único al que se le ocurren ideas agresivas y de difícil ejecución, como la anexión de Canadá. Algunos canadienses han respondido con otra propuesta igual de audaz: ¿y si nos integramos en la Unión Europea?

«Canadá será el estado 51º de EE.UU.», ha proclamado Trump desde que ganó la elección presidencial el pasado noviembre. Esto es solo el lado pintoresco del deterioro de las relaciones entre dos países vecinos y aliados. La guerra comercial decretada por el presidente de EE.UU. ha sido más agresiva con los amigos canadienses que contra países rivales y ha puesto a Canadá bajo la amenaza de la recesión.

EE.UU. empieza a ser percibido como un socio en el que ya no se puede confiar, del que Canadá depende demasiado. Se impone observar otras opciones: nada de ser el estado 51º de EE.UU., pero quizá sí ser el 28º país miembro de la Unión Europea.

El debate lo generó a comienzos de enero una columna en ‘The Economist’ firmada por el jefe de su delegación en Bruselas, Stanley Pignal. «Europa necesita espacio y recursos, Canadá necesita gente. Negociemos», escribía Pignal para defender la integración en la UE.

Para entonces, Trump todavía no había jurado su cargo, ni había dicho cosas como que utilizaría la «fuerza económica» para lograr la anexión de Canadá. Pero sí había mencionado varias veces esa ambición, rechazada con fuerza desde todos los sectores políticos canadienses.

Ante el aislacionismo y la combatividad comercial que predicaba Trump, «tanto Europa como Canadá están buscando alianzas mejoradas en el mercado».

La columna generó mucha atención en ambas orillas del Atlántico. «¿Es un chiste, una rabieta o una propuesta real?», se preguntaba el columnista Philippe Mercure en el diario canadiense ‘La Presse’. «Pero con un presidente estadounidense completamente hostil hacia Canadá, un acercamiento a Europa estaría lejos de no tener sentido».

Las encuestas mostraron pronto que los canadienses están abiertos a la idea. El 46% apoyan unirse a la Unión Europea, frente al 29% que está en contra, según un sondeo de Abacus Data de finales de febrero. Además, el 68% de los canadienses tienen una idea positiva de la UE, frente al 34% que dice lo mismo sobre EE.UU.

«¿Por qué no?», defiende Frédéric Mérand, director del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Montreal, en una tribuna en el ‘think-tank’ Institute for Research on Public Policy. «Tras la deserción de EE.UU., Europa queda como el único club de democracias liberales y multilateralismo (….). Convertirnos en el país miembro 28º de la UE en lugar del 51º estado de EE.UU. sería una ventaja en seguridad económica al mismo tiempo que mantenemos nuestra soberanía política».

Entre quienes ven con buenos ojos la idea en Europa está un exministro de Exteriores de Alemania, Sigmar Gabriel. A comienzos de este mes, defendió que la integración podía ser «parcial» y que Canadá «es mucho más europea que algunos miembros de la Unión Europea».

Esa es una de las claves: ¿puede formar parte de la Unión Europea un país que no está en Europa? El artículo 49 del Tratado de la Unión Europea establece que la membresía en la unión está abierta a «todo país europeo que respete y esté comprometido con la promoción de la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el imperio de la ley y el respeto a los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas que pertenecen a minorías».

Pero, ¿qué hace a un país europeo? ¿Estar en el continente europeo o compartir los valores europeos? Cuando el debate tomó temperatura, la portavoz de la Unión Europea, Paula Pinho, dijo que el bloque estaba «honrado» por esas encuestas y por el interés creado, pero que solo los estados europeos pueden llamar a la puerta.

La historia puede quitar la ilusión a muchos: en 1987, la UE no permitió la solicitud de entrada de Marruecos por no ser un «país europeo». Pero algunos analistas aseguran que el límite geográfico no está especificado en el tratado y que lo «europeo» está abierto a interpretación.

Pero, incluso si se abriera la puerta, los desafíos serían enormes. Para empezar, hay diez candidatos ya en la lista de espera, desde Bosnia Herzegovina, hasta Turquía o Georgia, y algunos llevan décadas esperando. Además, la integración requeriría cesiones de soberanía y una integración financiera y regulatoria que está por ver si sería popular en Canadá. Y la posibilidad amenaza con dividir a un país que mira a Europa con ojos diferentes: entre los canadienses del Oeste y los más conservadores, la afinidad es con Reino Unido; entre los canadienses del Este y los progresistas, más con la Europa continental.

Quizá el acercamiento sería más realista en otros términos, como una mayor cooperación económica entre Canadá y la UE –su relación comercial es anecdótica comparada con la que mantiene con EE.UU., de largo su gran socio comercial– y una intensificación de sus relaciones diplomáticas.

Algunos, como Ménard, sostienen que, pese a su improbabilidad, Canadá debería dar el paso de solicitar la integración en la UE: «Este gesto de soberanía tendría mucho simbolismo. Mostraría a Donald Trump que no estamos solos, y que tenemos opciones si busca estrangular nuestra economía, interferir en nuestra política o algo peor».

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