El cambio en Honduras afianza el giro trumpista de Iberoamérica
El trumpismo ha dejado de ser solo una manera de ejercer el poder en Estados Unidos para convertirse en una dinámica reconocible en buena parte del continente americano. La victoria de Nasry ‘Tito’ Asfura en Honduras refuerza esa idea: no es una ideología cerrada … ni un programa exportable punto por punto, sino un método. Seguridad como prioridad política, control de fronteras como símbolo y una diplomacia basada en premios y castigos que obliga a cada capital a definirse frente a la Casa Blanca.
En 2025, esa sacudida ya se ha traducido en resultados tangibles. Triunfos en las urnas, realineamientos regionales y un cuestionamiento cada vez más explícito del discurso de la izquierda que dominó gran parte de América Latina durante la década pasada. No se trata de una ola uniforme, pero sí de una tendencia que se repite con matices locales.
El 14 de diciembre de 2025, José Antonio Kast ganó la presidencia de Chile con una campaña centrada en seguridad, inmigración y orden público. Su victoria marcó el giro a la derecha más claro en el Cono Sur en años y cerró un ciclo político iniciado tras el estallido social de 2019. Diez días después, el 24 de diciembre, el Consejo Electoral de Honduras proclamó vencedor a Asfura tras semanas de recuento voto a voto, protestas en la calle y acusaciones de fraude. En ese tramo final, mensajes públicos de Donald Trump ayudaron a apuntalar su candidatura cuando las encuestas lo situaban por detrás de su rival.
Cansancio social
El mapa se amplía con otros movimientos relevantes del año. En Ecuador, Daniel Noboa revalidó el poder en abril con un discurso de mano dura frente al crimen organizado, convertido en una amenaza estructural para el Estado. En Bolivia, la victoria de Rodrigo Paz en octubre puso fin a casi veinte años de hegemonía del Movimiento al Socialismo y abrió una etapa de transición marcada por reformas graduales y un lenguaje económico más pragmático. Y en Argentina, Javier Milei cerró 2025 con mayor respaldo parlamentario tras las legislativas de octubre, reforzado por el apoyo explícito de Trump y con 2026 señalado como el año clave para consolidar su agenda de reformas.
El año 2026 será la prueba de fondo de esta revolución conservadora. Brasil y Colombia, los dos grandes bastiones recientes de la izquierda sudamericana, acudirán a las urnas
Detrás de estas victorias hay un factor común que va más allá de la ideología: el cansancio social. La región arrastra años de crecimiento débil, servicios públicos deteriorados y una violencia que se ha normalizado en amplias zonas urbanas y rurales. En ese contexto, los líderes que prometen respuestas rápidas, incluso por la vía del choque, parten con ventaja frente a proyectos percibidos como continuistas con la ola de izquierdas de la década pasada.
Mano dura como la de Bukele
El fenómeno tiene dos referentes claros, recibidos con brazos abiertos en el Despacho Oval. Nayib Bukele encarna el modelo de mano dura en seguridad, con resultados visibles y costes democráticos asumidos. Javier Milei representa el experimento de ajuste, desregulación y confrontación abierta con el Estado tradicional. Por encima de ambos, Trump marca el ritmo, prioridades, aliados y apoyos financieros, políticos y militares, condicionados a gestos explícitos de alineamiento.
El año 2026 será la prueba de fondo de esta revolución conservadora. Brasil y Colombia, los dos grandes bastiones recientes de la izquierda sudamericana, acudirán a las urnas con la seguridad como eje central y la economía como juez silencioso. Perú llegará con fragmentación política y un electorado exhausto. Costa Rica afrontará una campaña atravesada por el aumento de la violencia. Haití, si logra sostener el calendario electoral entre el caos y la inseguridad, volverá a recordar hasta qué punto el colapso institucional también decide elecciones.

