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Un G7 con una misión: evitar la bronca con Trump

Lo último que quieren los líderes de las potencias occidentales es que entre los valles majestuosos de las Rocosas canadienses, entre los picos escarpados y resorts de lujo que acogen la reunión del G7, aparezca el ‘fantasma de Charlevoix’. Esta es otra región idílica de … Canadá -esta vez en Quebec- donde se celebró la última reunión del grupo en territorio canadiense. Aquello fue en 2018 y algo parecido a su final -acabó como el rosario de la aurora- es lo que busca evitar.
Los elementos comunes entre aquella cumbre y la que ha empezado este domingo y se alargará hasta el martes son dos: tiene lugar en Canadá y asiste también Donald Trump. En 2018, el multimillonario neoyorquino, en su primer mandato, mostró su perfil más belicoso en el plano internacional. Su delegación peleó hasta la última coma del comunicado que los participantes firman por costumbre. Nada lo retrató mejor que aquella foto de las discusiones, que hubiera merecido un cuadro de Rembrandt: Trump sentado con los brazos cruzados y gesto obstinado, inasequible a las presiones de la entonces canciller alemana, Angela Merkel, y el todavía presidente de Francia, Emmanuel Macron, entre el gesto asustado de otros mandatarios y asesores. La cumbre acabó por los aires, con Trump insultando al anfitrión -Justin Trudeau, primer ministro canadiense- por afearle los aranceles. «Es deshonesto y débil», dijo del ahora exprimer ministro.
Este G7 en Kananaskis (Canadá) podría ser peor. Muchos firmarían no que acabara con grandes acuerdos, declaraciones y compromisos, sino que simplemente se cierre sin bronca. De hecho, los países han decidido no acordar el tradicional comunicado de fin de reunión y dejarlo en declaraciones segmentadas. Todo un cambio para este formato de encuentro multilateral, que en esta edición cumple 50 años. En su primera edición en 1975, los seis países participantes -Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, EE.UU. y Japón- firmaron a las afueras de París la Declaración de Rambouillet, en la que afirmaban que se habían reunido por sus «creencias y responsabilidades compartidas».

Ahora, los países saldrían contentos si el distanciamiento con el miembro más importante del grupo -EE.UU.- no se agudiza. El de esta semana es el primer G7 tras el retorno de Trump a la Casa Blanca, tras unos primeros meses de mandato rompedores, también en el contexto internacional.
El multimillonario neoyorquino ha pegado dos patadas al orden que ha regido las relaciones internacionales desde la Segunda Guerra Mundial. El primero, el volantazo en sus afinidades y en su compromiso con sus socios occidentales, que tuvo su representación más evidente en la emboscada y bronca en el Despacho Oval a Volodímir Zelenski, el presidente de Ucrania, mientras que a Vladímir Putin le ha tratado con tacto. El segundo, la guerra comercial declarada al mundo a comienzos de abril, en el llamado ‘Día de la Liberación’: aranceles universales y abultados con el objetivo de cambiar para siempre el papel de EE.UU. en la economía global.
La reunión estará marcada por algo que no figuraba en la agenda: los ataques cruzados entre Israel e Irán, con verdadero potencial de inestabilidad global. Ahí es fácil que las delegaciones encuentren una posición común para exigir el fin de las hostilidades y el impulso de un proceso diplomático sobre el programa nuclear de Irán.

Posibilidades de encontronazo y bronca

Fuera de eso, las posibilidades de encontronazo y bronca son abundantes. Entre quienes viajarán a las montañas canadienses no solo están Trump -con llegada prevista el domingo por la noche, madrugada del lunes en España- y el resto de jefes de Estado y de Gobierno de Canadá, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Japón, además de los representantes de la Unión Europea. También estará allí Volodímir Zelenski, quien se volverá a ver con Trump tras el que mantuvieron en Roma durante los funerales del Papa Francisco. Ocurrirá en medio de una creciente impaciencia del presidente de EE.UU. con el desarrollo de la guerra en Ucrania, con la creciente sensación de que Putin se está aprovechando de su deseo de mantener una relación correcta.
La cumbre del G7 podría servir para impulsar una nueva ofensiva contra la principal fuente de ingresos de Rusia, la exportación de petróleo y gas, con un nuevo plan para reducir el tope del precio y ahogar sus finanzas. Pero quizá Trump no lo vea con buenos ojos, por la inestabilidad en el mercado energético que acompaña a la nueva situación en Oriente Próximo.
Los encuentros serán también a pocas semanas de que acabe la moratoria que Trump ofreció a sus aranceles para negociar acuerdos comerciales. Su Gobierno solo ha cerrado uno con Reino Unido, pero que todavía está sin implementar. Y con la Unión Europea solo ha habido la habitual política bipolar de Trump en la que se mezclan insultos y amenazas con promesas de que todo acabará bien.
La reunión también podría servir para que Trump renueve las presiones a sus socios de la OTAN para que eleven hasta el 5% su compromiso de gasto en defensa, frente al 2% actual y que muchos miembros no han cumplido.
Además, será la primera visita a Canadá de Trump, que ha conseguido la peor relación diplomática de la historia entre dos países vecinos y amigos. Desde que ganó la elección no ha dejado de repetir que desea «anexionar» Canadá, e insiste en que no es broma. Y, mientras, ha desatado una guerra comercial con su aliado del norte con la imposición de aranceles. Los canadienses no van a tirar flores a su paso, precisamente, y hay preocupación por las protestas que puede haber en Banff, la localidad turística más cercana, y Calgary, la principal ciudad de la región.

Publicado: junio 16, 2025, 12:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/mision-evitar-bronca-trump-20250615185752-nt.html

Lo último que quieren los líderes de las potencias occidentales es que entre los valles majestuosos de las Rocosas canadienses, entre los picos escarpados y resorts de lujo que acogen la reunión del G7, aparezca el ‘fantasma de Charlevoix’. Esta es otra región idílica de Canadá -esta vez en Quebec- donde se celebró la última reunión del grupo en territorio canadiense. Aquello fue en 2018 y algo parecido a su final -acabó como el rosario de la aurora- es lo que busca evitar.

Los elementos comunes entre aquella cumbre y la que ha empezado este domingo y se alargará hasta el martes son dos: tiene lugar en Canadá y asiste también Donald Trump. En 2018, el multimillonario neoyorquino, en su primer mandato, mostró su perfil más belicoso en el plano internacional. Su delegación peleó hasta la última coma del comunicado que los participantes firman por costumbre. Nada lo retrató mejor que aquella foto de las discusiones, que hubiera merecido un cuadro de Rembrandt: Trump sentado con los brazos cruzados y gesto obstinado, inasequible a las presiones de la entonces canciller alemana, Angela Merkel, y el todavía presidente de Francia, Emmanuel Macron, entre el gesto asustado de otros mandatarios y asesores. La cumbre acabó por los aires, con Trump insultando al anfitrión -Justin Trudeau, primer ministro canadiense- por afearle los aranceles. «Es deshonesto y débil», dijo del ahora exprimer ministro.

Este G7 en Kananaskis (Canadá) podría ser peor. Muchos firmarían no que acabara con grandes acuerdos, declaraciones y compromisos, sino que simplemente se cierre sin bronca. De hecho, los países han decidido no acordar el tradicional comunicado de fin de reunión y dejarlo en declaraciones segmentadas. Todo un cambio para este formato de encuentro multilateral, que en esta edición cumple 50 años. En su primera edición en 1975, los seis países participantes -Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, EE.UU. y Japón- firmaron a las afueras de París la Declaración de Rambouillet, en la que afirmaban que se habían reunido por sus «creencias y responsabilidades compartidas».

Ahora, los países saldrían contentos si el distanciamiento con el miembro más importante del grupo -EE.UU.- no se agudiza. El de esta semana es el primer G7 tras el retorno de Trump a la Casa Blanca, tras unos primeros meses de mandato rompedores, también en el contexto internacional.

El multimillonario neoyorquino ha pegado dos patadas al orden que ha regido las relaciones internacionales desde la Segunda Guerra Mundial. El primero, el volantazo en sus afinidades y en su compromiso con sus socios occidentales, que tuvo su representación más evidente en la emboscada y bronca en el Despacho Oval a Volodímir Zelenski, el presidente de Ucrania, mientras que a Vladímir Putin le ha tratado con tacto. El segundo, la guerra comercial declarada al mundo a comienzos de abril, en el llamado ‘Día de la Liberación’: aranceles universales y abultados con el objetivo de cambiar para siempre el papel de EE.UU. en la economía global.

La reunión estará marcada por algo que no figuraba en la agenda: los ataques cruzados entre Israel e Irán, con verdadero potencial de inestabilidad global. Ahí es fácil que las delegaciones encuentren una posición común para exigir el fin de las hostilidades y el impulso de un proceso diplomático sobre el programa nuclear de Irán.

Posibilidades de encontronazo y bronca

Fuera de eso, las posibilidades de encontronazo y bronca son abundantes. Entre quienes viajarán a las montañas canadienses no solo están Trump -con llegada prevista el domingo por la noche, madrugada del lunes en España- y el resto de jefes de Estado y de Gobierno de Canadá, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Japón, además de los representantes de la Unión Europea. También estará allí Volodímir Zelenski, quien se volverá a ver con Trump tras el que mantuvieron en Roma durante los funerales del Papa Francisco. Ocurrirá en medio de una creciente impaciencia del presidente de EE.UU. con el desarrollo de la guerra en Ucrania, con la creciente sensación de que Putin se está aprovechando de su deseo de mantener una relación correcta.

La cumbre del G7 podría servir para impulsar una nueva ofensiva contra la principal fuente de ingresos de Rusia, la exportación de petróleo y gas, con un nuevo plan para reducir el tope del precio y ahogar sus finanzas. Pero quizá Trump no lo vea con buenos ojos, por la inestabilidad en el mercado energético que acompaña a la nueva situación en Oriente Próximo.

Los encuentros serán también a pocas semanas de que acabe la moratoria que Trump ofreció a sus aranceles para negociar acuerdos comerciales. Su Gobierno solo ha cerrado uno con Reino Unido, pero que todavía está sin implementar. Y con la Unión Europea solo ha habido la habitual política bipolar de Trump en la que se mezclan insultos y amenazas con promesas de que todo acabará bien.

La reunión también podría servir para que Trump renueve las presiones a sus socios de la OTAN para que eleven hasta el 5% su compromiso de gasto en defensa, frente al 2% actual y que muchos miembros no han cumplido.

Además, será la primera visita a Canadá de Trump, que ha conseguido la peor relación diplomática de la historia entre dos países vecinos y amigos. Desde que ganó la elección no ha dejado de repetir que desea «anexionar» Canadá, e insiste en que no es broma. Y, mientras, ha desatado una guerra comercial con su aliado del norte con la imposición de aranceles. Los canadienses no van a tirar flores a su paso, precisamente, y hay preocupación por las protestas que puede haber en Banff, la localidad turística más cercana, y Calgary, la principal ciudad de la región.

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