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Trump hace balance navideño atacando a Biden y esquiva Venezuela en su discurso a la nación

Donald Trump, a punto de cumplir un año desde su regreso al poder, utilizó su discurso navideño a la nación para hacer balance con un tono combativo y anclado en el pasado. Lejos de centrarse en una defensa detallada de su gestión, el … presidente construyó su intervención sobre un ataque frontal a su predecesor, Joe Biden, una estrategia que, tras once meses en la Casa Blanca, resulta inusual en términos políticos, pero que volvió a marcar el eje de su mensaje.
El discurso llegaba precedido de expectativas sobre posibles anuncios en política exterior, alimentadas por comentarios del analista Tucker Carlson y por rumores en Washington sobre Venezuela. No se materializó nada de eso. Trump evitó cualquier referencia directa al pulso con Caracas, a la escalada militar en el Caribe o a la presión internacional, confirmando que su intervención estaba pensada para consumo interno y no para proyectar mensajes al exterior.
Desde el arranque, Trump presentó su segundo mandato como una operación de rescate nacional y habló con un tono más propio de campaña que de balance institucional. «Hace once meses heredé un desastre, y lo estoy arreglando», afirmó, trazando una línea tajante entre un pasado que atribuyó íntegramente a Biden y un presente que se adjudicó en exclusiva. En su relato, Estados Unidos había estado gobernado durante cuatro años por una élite política volcada en proteger a inmigrantes irregulares, criminales, lobbies y potencias extranjeras que, según dijo, se aprovecharon del país como nunca antes. Frente a ese escenario, se presentó como el dirigente que ha revertido la situación en pocos meses, pasando «de lo peor a lo mejor».

La inmigración volvió a ocupar el centro del discurso, en línea con el ADN político de Trump. Aseguró que en los últimos siete meses no ha entrado en Estados Unidos «ni un solo inmigrante ilegal» y se jactó de haber logrado algo que, según él, todos consideraban imposible. Recordó que Biden defendía la necesidad de una reforma legislativa para cerrar la frontera y lo utilizó como arma política. «No necesitábamos leyes nuevas, necesitábamos un nuevo presidente», dijo. Según su versión, heredó «la peor frontera del mundo» y la transformó en «la más fuerte de la historia» del país.
Trump lleva años construyendo su identidad política alrededor de la inmigración y volvió a hacerlo en este discurso, pese a que los sondeos siguen reflejando una opinión pública dividida sobre su gestión en este ámbito. El presidente no entró en el debate sobre el giro de su política migratoria, ahora centrada en el interior del país, con un aumento notable de las detenciones y deportaciones de inmigrantes sin papeles que ya residían en Estados Unidos.
A lo largo de toda la intervención, Biden apareció como antagonista permanente. Trump fue enumerando lo que describió como un catálogo de agravios heredados, desde fronteras «abiertas» y criminalidad hasta políticas de diversidad, acuerdos comerciales «catastróficos» y un Gobierno federal al que calificó de «enfermo y corrupto». El tono fue deliberadamente sombrío al referirse al periodo entre 2021 y 2025, presentado como una etapa ajena a la normalidad democrática del país.

En contraste, el presidente dibujó su regreso al poder como una ruptura total. Aseguró haber reforzado la seguridad en las ciudades, citó Washington como ejemplo de recuperación y vinculó su política migratoria con una mejora directa de la seguridad pública. También afirmó que su Administración ha golpeado con dureza a los cárteles de la droga y a las redes criminales, integrando ese mensaje en una narrativa más amplia de orden y autoridad restaurados.
Ese balance llega, sin embargo, en un contexto incómodo para la Casa Blanca. Trump cierra el año presionado por una inflación que no termina de ceder al ritmo prometido y que sigue instalada en torno al 3%, una cifra inferior a los picos del pasado pero todavía elevada para los estándares que el propio presidente ha fijado como referencia de éxito.
A ello se suma la controversia en torno a la gestión de los archivos de Jeffrey Epstein, cuya publicación íntegra fue anunciada y después aplazada, alimentando críticas tanto de la oposición como de sectores afines al trumpismo. Según el calendario oficial, esos documentos deberían hacerse públicos este viernes, un episodio que amenaza con volver a desplazar el foco mediático y político justo cuando el presidente intenta imponer su propio relato de control económico y orden institucional.
En el plano económico, Trump insistió en que ha conseguido reducir la inflación y bajar los precios, apoyándose en gráficos y cifras difundidos por la Casa Blanca en redes sociales mientras él hablaba. Trató de instalar la idea de que el coste de la vida ha empezado a descender de forma clara bajo su mandato, una percepción que no siempre coincide con la experiencia cotidiana de muchos votantes, pero que constituye uno de los pilares de su discurso, con un tono que recordó más a una reivindicación electoral que a un balance de gestión.
El cierre mantuvo ese mismo registro doméstico. Trump habló de orgullo nacional, de recuperación y de un país que, según él, vuelve a ser respetado. No hubo anuncios de calado ni giros estratégicos. El mensaje quedó reducido a una ecuación simple: Biden como origen de todos los males y Trump como corrector del rumbo perdido.

Publicado: diciembre 17, 2025, 9:45 pm

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/trump-balance-navideno-atacando-biden-esquiva-venezuela-20251218034458-nt.html

Donald Trump, a punto de cumplir un año desde su regreso al poder, utilizó su discurso navideño a la nación para hacer balance con un tono combativo y anclado en el pasado. Lejos de centrarse en una defensa detallada de su gestión, el presidente construyó su intervención sobre un ataque frontal a su predecesor, Joe Biden, una estrategia que, tras once meses en la Casa Blanca, resulta inusual en términos políticos, pero que volvió a marcar el eje de su mensaje.

El discurso llegaba precedido de expectativas sobre posibles anuncios en política exterior, alimentadas por comentarios del analista Tucker Carlson y por rumores en Washington sobre Venezuela. No se materializó nada de eso. Trump evitó cualquier referencia directa al pulso con Caracas, a la escalada militar en el Caribe o a la presión internacional, confirmando que su intervención estaba pensada para consumo interno y no para proyectar mensajes al exterior.

Desde el arranque, Trump presentó su segundo mandato como una operación de rescate nacional y habló con un tono más propio de campaña que de balance institucional. «Hace once meses heredé un desastre, y lo estoy arreglando», afirmó, trazando una línea tajante entre un pasado que atribuyó íntegramente a Biden y un presente que se adjudicó en exclusiva. En su relato, Estados Unidos había estado gobernado durante cuatro años por una élite política volcada en proteger a inmigrantes irregulares, criminales, lobbies y potencias extranjeras que, según dijo, se aprovecharon del país como nunca antes. Frente a ese escenario, se presentó como el dirigente que ha revertido la situación en pocos meses, pasando «de lo peor a lo mejor».

La inmigración volvió a ocupar el centro del discurso, en línea con el ADN político de Trump. Aseguró que en los últimos siete meses no ha entrado en Estados Unidos «ni un solo inmigrante ilegal» y se jactó de haber logrado algo que, según él, todos consideraban imposible. Recordó que Biden defendía la necesidad de una reforma legislativa para cerrar la frontera y lo utilizó como arma política. «No necesitábamos leyes nuevas, necesitábamos un nuevo presidente», dijo. Según su versión, heredó «la peor frontera del mundo» y la transformó en «la más fuerte de la historia» del país.

Trump lleva años construyendo su identidad política alrededor de la inmigración y volvió a hacerlo en este discurso, pese a que los sondeos siguen reflejando una opinión pública dividida sobre su gestión en este ámbito. El presidente no entró en el debate sobre el giro de su política migratoria, ahora centrada en el interior del país, con un aumento notable de las detenciones y deportaciones de inmigrantes sin papeles que ya residían en Estados Unidos.

A lo largo de toda la intervención, Biden apareció como antagonista permanente. Trump fue enumerando lo que describió como un catálogo de agravios heredados, desde fronteras «abiertas» y criminalidad hasta políticas de diversidad, acuerdos comerciales «catastróficos» y un Gobierno federal al que calificó de «enfermo y corrupto». El tono fue deliberadamente sombrío al referirse al periodo entre 2021 y 2025, presentado como una etapa ajena a la normalidad democrática del país.

En contraste, el presidente dibujó su regreso al poder como una ruptura total. Aseguró haber reforzado la seguridad en las ciudades, citó Washington como ejemplo de recuperación y vinculó su política migratoria con una mejora directa de la seguridad pública. También afirmó que su Administración ha golpeado con dureza a los cárteles de la droga y a las redes criminales, integrando ese mensaje en una narrativa más amplia de orden y autoridad restaurados.

Ese balance llega, sin embargo, en un contexto incómodo para la Casa Blanca. Trump cierra el año presionado por una inflación que no termina de ceder al ritmo prometido y que sigue instalada en torno al 3%, una cifra inferior a los picos del pasado pero todavía elevada para los estándares que el propio presidente ha fijado como referencia de éxito.

A ello se suma la controversia en torno a la gestión de los archivos de Jeffrey Epstein, cuya publicación íntegra fue anunciada y después aplazada, alimentando críticas tanto de la oposición como de sectores afines al trumpismo. Según el calendario oficial, esos documentos deberían hacerse públicos este viernes, un episodio que amenaza con volver a desplazar el foco mediático y político justo cuando el presidente intenta imponer su propio relato de control económico y orden institucional.

En el plano económico, Trump insistió en que ha conseguido reducir la inflación y bajar los precios, apoyándose en gráficos y cifras difundidos por la Casa Blanca en redes sociales mientras él hablaba. Trató de instalar la idea de que el coste de la vida ha empezado a descender de forma clara bajo su mandato, una percepción que no siempre coincide con la experiencia cotidiana de muchos votantes, pero que constituye uno de los pilares de su discurso, con un tono que recordó más a una reivindicación electoral que a un balance de gestión.

El cierre mantuvo ese mismo registro doméstico. Trump habló de orgullo nacional, de recuperación y de un país que, según él, vuelve a ser respetado. No hubo anuncios de calado ni giros estratégicos. El mensaje quedó reducido a una ecuación simple: Biden como origen de todos los males y Trump como corrector del rumbo perdido.

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