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Tomar betabloqueantes tras un infarto ya no es obligatorio: ¿Debo dejar de tomarlos?

Las afirmaciones rotundas en cuestiones de salud las carga el diablo. Cada paciente es un mundo y los matices importan. Por eso, hace dos meses el anuncio de un ensayo clínico que concluía que los betabloqueantes, uno de los medicamentos más prescritos tras un infarto, … no servían e incluso podían ser peligrosos en mujeres, desencadenó una polémica que implicó al Consejo Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC), a los médicos generalistas y al propio Ministerio de Sanidad.
La investigación original se presentó en Madrid el pasado mes de agosto durante el Congreso de la Sociedad Europea de Cardiología y supuso «un bombazo», en palabras de uno de los investigadores principales y director científico del CNIC, Borja Ibáñez. Por primera vez, se demostraba que una medicación que llevaba recetándose desde hace cuarenta años no aportaba beneficio alguno si el infarto no era complicado y el paciente conservaba intacta la función contráctil del corazón. Es decir, su corazón no estaba débil.

Los betabloqueantes son medicamentos seguros, pero pueden provocar efectos secundarios que empeoran la calidad de vida como cansancio, frecuencia cardiaca baja o disfunción sexual, se explicaba entonces. Además, se llamaba la atención que en las mujeres, más allá de estos efectos, podrían ser dañinos.
Mientras los autores hablaban de un «cambio de paradigma» en la práctica clínica de la cardiología, los médicos generalistas y el secretario de Estado de Sanidad, Javier Padilla, pedían calma porque solo se trataba de una investigación. «Un único estudio, aunque sea amplio y de calidad, no invalida años de experiencia clínica y debe contrastarse con otros ensayos, con la evidencia acumulada a lo largo de los años y con la seguridad de cada paciente», publicaba Semergen en un comunicado.
Ahora, apenas dos meses después, llega la confirmación de ese único estudio del CNIC. Un megaestudio que compila trabajos de otras instituciones internacionales con casi 18.000 pacientes corrobora la principal conclusión: los betabloqueantes no aportan beneficio alguno en estos pacientes, que son la mayoría de los que superan un infarto hoy. Ni reducen el riesgo de muerte, ni la insuficiencia cardiaca, ni las posibilidades de que se repita el infarto. La mortalidad fue la misma tanto en los que recibieron el tratamiento como en los que no los tomaron, según este último análisis. Los resultados fueron similares en todos los grupos de pacientes, sin importar la edad o el tipo de betabloqueante que usaban.
Aunque sí hay una diferencia importante respecto al primer estudio: los otros trabajos internacionales no han detectado un mayor riesgo de mortalidad en las mujeres que tomaban esta medicación. Aunque ellas sí tuvieron más eventos adversos que ellos, no fueron tan relevantes como para que fuera estadísticamente significativo. «Esto lejos de preocuparnos, nos da cierta tranquilidad por las pacientes», comenta Borja Ibáñez. Todo estos resultados se publican este domingo en la revista ‘New England Journal of Medicine’ y en el Congreso de la Sociedad Americana del Corazón. «Es la prueba irrefutable que confirma las conclusiones de nuestro ensayo», insiste el director científico del CNIC.
Con la tranquilidad de los datos, Borja Ibáñez disculpa la polémica inicial: «Es normal cuando se produce un cambio de paradigma tan bestia. Entiendo que se tenga cierta resistencia al cambio. Nosotros nunca nos sentimos atacados porque sabíamos el rigor con el que habíamos hecho nuestra investigación. Ahora ya nadie tendrá dudas». Más allá de la eliminación de efectos secundarios, suprimir esta medicación podría suponer un ahorro para las arcas de la sanidad pública. Son fármacos baratos que tienen genérico, pero son tantas las personas que los toman que podría suponer un ahorro de unos 40 millones de euros al año, calcula el CNIC.
Otro beneficio añadido es que los cardiólogos podrán recomendar a sus pacientes tratamientos para bajar la presión arterial, más eficaces y con una mayor protección vascular, que no interactúen con los betabloqueantes que también hacen descender la tensión.
¿Y a partir de ahora qué? ¿Es urgente revisar la medicación de los pacientes? ¿Los betabloqueantes ya no sirven para nada? ¿Por qué han tardado tanto en darse cuenta? He aquí unas claves para no perderse:

Si tomo betabloqueantes, ¿debo dejar la medicación?

No, «que no cunda el pánico», pide Borja Ibáñez. «Si una persona ha sufrido un infarto y está tomando esta medicación no tiene que acudir con urgencia al médico. Puede esperar a la próxima revisión y comentarlo con su cardiólogo. Solo si el médico comprueba que su función cardiaca es normal y no lo toma para otra cualquier indicación, podrá retirarlo. Cada especialista debe valorar caso por caso». Los betabloqueantes son tratamientos seguros, insiste.

¿Para qué sirven?

El beneficio de los betabloqueantes es que actúan como un escudo protector para el corazón porque reducen el consumo de oxígeno y hacen que el corazón trabaje con menos fuerza. Bajan la tensión arterial y reducen las arritmias. Aunque no son eficaces cuando el paciente conserva su función cardiaca siguen siendo esenciales en pacientes con insuficiencia cardiaca, angina, fibrilación auricular, infarto de miocardio con complicaciones y situaciones de hipertensión arterial con frecuencia cardiaca elevada.

¿Por qué ahora se ponen en duda?

Porque hasta ahora no había evidencia científica suficiente y se han introducido otras mejoras en el tratamiento de los infartos. La más importante es la colocación de ‘stents’, una intervención mínimamente invasiva que consiste en abrir la arteria coronaria para eliminar la obstrucción que ha provocado el infarto e impedir que se vuelva a ocluir con una malla metálica (‘stent’). Esta intervención que lleva años salvando vidas es lo que ha permitido simplificar el tratamiento ahora. Solo los pacientes que llegan tarde se quedan con una función cardiaca muy reducida y en ellos, sí siguen siendo beneficiosos los betabloqueantes. No significa que se haya estado tratando mal a los enfermos.

¿Los médicos dejarán de recetarlos de forma inmediata?

Depende de cada especialista. Lo habitual es esperar a que se actualicen las recomendaciones de las guías clínicas internacionales para orientar a los médicos, algo que aún no ha ocurrido, «pero probablemente sucederá porque se gradúan en base a la evidencia científica disponible y esta ahora es muy sólida», defiende Julián Pérez Villacastín, jefe de Servicio de Cardiología del Clínico San Carlos de Madrid y recoge SMC. El catedrático José Luis Zamorano, responsable de Cardiología del Hospital Ramón y Cajal, opina que no afectará a muchos pacientes. «La investigación es de interés, pero no son muchos los enfermos que con función ventricular normal reciben betabloqueantes en la fase crónica tras un infarto de miocardio».

Y después de los betabloqueantes, ¿la aspirina?

La mayoría de los pacientes que han sufrido un infarto sale del hospital con una pastilla para mantener la tensión arterial a raya, otra para regular el colesterol, un betabloqueante y un antiagregante para evitar que la sangre esté espesa y obstruya las arterias. El CNIC quiere comprobar cuál es el mejor antiagregante. Si es mejor la aspirina o otro. O si no es necesario mantener el tratamiento de por vida, «quizá solo basten dos años desde el infarto», apunta Ibáñez. Este ensayo clínico empezará el próximo año.

Publicado: noviembre 9, 2025, 1:15 pm

Fuente de la noticia : https://www.abc.es/salud/confirmado-tratamiento-infarto-toman-millon-espanoles-funciona-20251109204343-nt.html

Las afirmaciones rotundas en cuestiones de salud las carga el diablo. Cada paciente es un mundo y los matices importan. Por eso, hace dos meses el anuncio de un ensayo clínico que concluía que los betabloqueantes, uno de los medicamentos más prescritos tras un infarto, no servían e incluso podían ser peligrosos en mujeres, desencadenó una polémica que implicó al Consejo Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC), a los médicos generalistas y al propio Ministerio de Sanidad.

La investigación original se presentó en Madrid el pasado mes de agosto durante el Congreso de la Sociedad Europea de Cardiología y supuso «un bombazo», en palabras de uno de los investigadores principales y director científico del CNIC, Borja Ibáñez. Por primera vez, se demostraba que una medicación que llevaba recetándose desde hace cuarenta años no aportaba beneficio alguno si el infarto no era complicado y el paciente conservaba intacta la función contráctil del corazón. Es decir, su corazón no estaba débil.

Los betabloqueantes son medicamentos seguros, pero pueden provocar efectos secundarios que empeoran la calidad de vida como cansancio, frecuencia cardiaca baja o disfunción sexual, se explicaba entonces. Además, se llamaba la atención que en las mujeres, más allá de estos efectos, podrían ser dañinos.

Mientras los autores hablaban de un «cambio de paradigma» en la práctica clínica de la cardiología, los médicos generalistas y el secretario de Estado de Sanidad, Javier Padilla, pedían calma porque solo se trataba de una investigación. «Un único estudio, aunque sea amplio y de calidad, no invalida años de experiencia clínica y debe contrastarse con otros ensayos, con la evidencia acumulada a lo largo de los años y con la seguridad de cada paciente», publicaba Semergen en un comunicado.

Ahora, apenas dos meses después, llega la confirmación de ese único estudio del CNIC. Un megaestudio que compila trabajos de otras instituciones internacionales con casi 18.000 pacientes corrobora la principal conclusión: los betabloqueantes no aportan beneficio alguno en estos pacientes, que son la mayoría de los que superan un infarto hoy. Ni reducen el riesgo de muerte, ni la insuficiencia cardiaca, ni las posibilidades de que se repita el infarto. La mortalidad fue la misma tanto en los que recibieron el tratamiento como en los que no los tomaron, según este último análisis. Los resultados fueron similares en todos los grupos de pacientes, sin importar la edad o el tipo de betabloqueante que usaban.

Aunque sí hay una diferencia importante respecto al primer estudio: los otros trabajos internacionales no han detectado un mayor riesgo de mortalidad en las mujeres que tomaban esta medicación. Aunque ellas sí tuvieron más eventos adversos que ellos, no fueron tan relevantes como para que fuera estadísticamente significativo. «Esto lejos de preocuparnos, nos da cierta tranquilidad por las pacientes», comenta Borja Ibáñez. Todo estos resultados se publican este domingo en la revista ‘New England Journal of Medicine’ y en el Congreso de la Sociedad Americana del Corazón. «Es la prueba irrefutable que confirma las conclusiones de nuestro ensayo», insiste el director científico del CNIC.

Con la tranquilidad de los datos, Borja Ibáñez disculpa la polémica inicial: «Es normal cuando se produce un cambio de paradigma tan bestia. Entiendo que se tenga cierta resistencia al cambio. Nosotros nunca nos sentimos atacados porque sabíamos el rigor con el que habíamos hecho nuestra investigación. Ahora ya nadie tendrá dudas». Más allá de la eliminación de efectos secundarios, suprimir esta medicación podría suponer un ahorro para las arcas de la sanidad pública. Son fármacos baratos que tienen genérico, pero son tantas las personas que los toman que podría suponer un ahorro de unos 40 millones de euros al año, calcula el CNIC.

Otro beneficio añadido es que los cardiólogos podrán recomendar a sus pacientes tratamientos para bajar la presión arterial, más eficaces y con una mayor protección vascular, que no interactúen con los betabloqueantes que también hacen descender la tensión.

¿Y a partir de ahora qué? ¿Es urgente revisar la medicación de los pacientes? ¿Los betabloqueantes ya no sirven para nada? ¿Por qué han tardado tanto en darse cuenta? He aquí unas claves para no perderse:

Si tomo betabloqueantes, ¿debo dejar la medicación?

No, «que no cunda el pánico», pide Borja Ibáñez. «Si una persona ha sufrido un infarto y está tomando esta medicación no tiene que acudir con urgencia al médico. Puede esperar a la próxima revisión y comentarlo con su cardiólogo. Solo si el médico comprueba que su función cardiaca es normal y no lo toma para otra cualquier indicación, podrá retirarlo. Cada especialista debe valorar caso por caso». Los betabloqueantes son tratamientos seguros, insiste.

¿Para qué sirven?

El beneficio de los betabloqueantes es que actúan como un escudo protector para el corazón porque reducen el consumo de oxígeno y hacen que el corazón trabaje con menos fuerza. Bajan la tensión arterial y reducen las arritmias. Aunque no son eficaces cuando el paciente conserva su función cardiaca siguen siendo esenciales en pacientes con insuficiencia cardiaca, angina, fibrilación auricular, infarto de miocardio con complicaciones y situaciones de hipertensión arterial con frecuencia cardiaca elevada.

¿Por qué ahora se ponen en duda?

Porque hasta ahora no había evidencia científica suficiente y se han introducido otras mejoras en el tratamiento de los infartos. La más importante es la colocación de ‘stents’, una intervención mínimamente invasiva que consiste en abrir la arteria coronaria para eliminar la obstrucción que ha provocado el infarto e impedir que se vuelva a ocluir con una malla metálica (‘stent’). Esta intervención que lleva años salvando vidas es lo que ha permitido simplificar el tratamiento ahora. Solo los pacientes que llegan tarde se quedan con una función cardiaca muy reducida y en ellos, sí siguen siendo beneficiosos los betabloqueantes. No significa que se haya estado tratando mal a los enfermos.

¿Los médicos dejarán de recetarlos de forma inmediata?

Depende de cada especialista. Lo habitual es esperar a que se actualicen las recomendaciones de las guías clínicas internacionales para orientar a los médicos, algo que aún no ha ocurrido, «pero probablemente sucederá porque se gradúan en base a la evidencia científica disponible y esta ahora es muy sólida», defiende Julián Pérez Villacastín, jefe de Servicio de Cardiología del Clínico San Carlos de Madrid y recoge SMC. El catedrático José Luis Zamorano, responsable de Cardiología del Hospital Ramón y Cajal, opina que no afectará a muchos pacientes. «La investigación es de interés, pero no son muchos los enfermos que con función ventricular normal reciben betabloqueantes en la fase crónica tras un infarto de miocardio».

Y después de los betabloqueantes, ¿la aspirina?

La mayoría de los pacientes que han sufrido un infarto sale del hospital con una pastilla para mantener la tensión arterial a raya, otra para regular el colesterol, un betabloqueante y un antiagregante para evitar que la sangre esté espesa y obstruya las arterias. El CNIC quiere comprobar cuál es el mejor antiagregante. Si es mejor la aspirina o otro. O si no es necesario mantener el tratamiento de por vida, «quizá solo basten dos años desde el infarto», apunta Ibáñez. Este ensayo clínico empezará el próximo año.

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