Starmer endurece su tono contra Farage mientras Reform encabeza las encuestas y Burnham lo supera en popularidad - Colombia
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Starmer endurece su tono contra Farage mientras Reform encabeza las encuestas y Burnham lo supera en popularidad

El Reino Unido «está en una bifurcación del camino. Podemos elegir la decencia o podemos elegir la división. Renovación o declive». Con esa frase, pronunciada desde el atril del centro de convenciones de Liverpool en el último día del congreso laborista, Keir Starmer … intentó fijar un rumbo inequívoco para un Gobierno que, tras quince meses en Downing Street y con Reform UK convertido en una amenaza cada vez más real, necesita demostrar que aún dispone de energía política, de un proyecto reconocible y de la capacidad de imponer un marco de debate que no gire en torno a su adversario.
El primer ministro, a menudo descrito como un político frío y de perfil técnico, adoptó un registro inusualmente combativo. Elevó la voz en los pasajes clave, forzó pausas largas para subrayar ideas y recurrió a símbolos pensados para cerrar viejas heridas. Uno de los momentos más significativos llegó con el agradecimiento a Margaret Aspinall, madre de una de las 97 víctimas de la avalancha de Hillsborough de 1989 en un estadio y figura central de la lucha por la justicia. A ella le dedicó la promesa de hacer efectiva la llamada Ley Hillsborough, concebida para obligar al Estado a rendir cuentas en casos de fallos institucionales.
«Ahora el Estado será responsable porque la injusticia no tiene lugar donde esconderse», aseguró Starmer, en un compromiso que en Liverpool conserva un eco moral imposible de ignorar. El público, primero dubitativo y después más receptivo, respondió con aplausos que no siempre nacieron de la zona reservada a los diputados.

El tramo de anuncios concretos ocupó el centro de la pieza programática: un servicio digital del NHS (el servicio nacional de salud), bajo la etiqueta «NHS Online» y con inicio previsto para 2027, que, según la cifra defendida por el propio Ejecutivo, añadiría hasta 8,5 millones de citas médicas en sus tres primeros años sin que se retire la opción presencial para quienes la reclamen.
También una rectificación explícita de un emblema de la era Blair, ya que Starmer eliminó la meta de que el 50% de los jóvenes acceda a la universidad y la reemplazó por un objetivo que sitúa a dos tercios en la educación superior o en programas de aprendizaje considerados de «estándar de oro», con una defensa de la dignidad de trayectorias diferentes que incluyó una referencia personal a su hermano Nick, presentado como un ejemplo de alumno al que el sistema educativo, en palabras del primer ministro, dejó a un lado.
El bloque político más cargado de electricidad, sin embargo, se articuló alrededor de Reform UK y de su líder, Nigel Farage, a quien Starmer colocó en el centro del relato de amenaza y de desafío cívico con una cadena de ataques inusualmente directos para su estilo habitual. «¿Cuándo fue la última vez que oíste a Nigel Farage decir algo positivo sobre el futuro del Reino Unido? No puede. No le gusta el Reino Unido, no cree en el Reino Unido», aseveró con intensidad, mientras el auditorio alternaba gritos de aprobación y silencios que delataban la tensión de un partido que busca una posición propia en la disputa por el patriotismo y por el control del debate migratorio.

El antídoto contra la división

El primer ministro trazó una «línea moral» en esa discusión, defendió que el deseo de fronteras seguras expresa una preocupación legítima y condenó los episodios de violencia frente a hoteles con solicitantes de asilo con una frase tajante: «Lanzar ladrillos no resulta legítimo, eso es matonismo», al tiempo que advirtió de que el Gobierno combatirá «con todo lo que tenemos» propuestas que, según su diagnóstico, romperían la promesa de renovación nacional.
En el plano económico, Starmer definió el crecimiento como «la misión definitoria de este Gobierno, el antídoto contra la división», enlazó la extensión de derechos laborales con la productividad diciendo que «un mercado laboral más seguro, con derechos más fuertes para los trabajadores, será mejor para la productividad» y presentó como prueba de orientación social medidas como la ampliación de las comidas escolares gratuitas y un compromiso que, de acuerdo con el relato gubernamental, ya habría permitido sacar a 100.000 niños de la pobreza en una «primera etapa» de una estrategia más amplia contra la pobreza infantil.

«Ondear todas nuestras banderas»

El tono, mucho más vehemente que en comparecencias previas, buscó apoyarse en una estética de orgullo cívico que incluyó una llamada a «ondear todas nuestras banderas» y una escena final con delegados que levantaron la Union Jack, gesto que pretendía desactivar la acusación, extendida en el eje Reform – Conservador, de que la izquierda habría entregado el terreno simbólico del patriotismo.
Ese esfuerzo de apropiación resultó visible en la sala, aunque la coreografía de aplausos nacidos con puntualidad desde la bancada laborista y no siempre replicados con la misma intensidad por la militancia dejó la impresión de un auditorio que acompañó al líder en su crescendo oratorio con más disciplina que entusiasmo en los primeros compases, antes de que el tramo social y la sucesión de logros provocaran ovaciones sostenidas.
Las reacciones exteriores llegaron con rapidez tras el final del discurso y dibujaron un contraste nítido: John McDonnell, exresponsable de Hacienda en la sombra, declaró que el discurso se apoyó en «floritura retórica» y resultó «extremadamente ligero en políticas»; Kemi Badenoch, líder conservadora, afirmó que Starmer «prácticamente confirmó» subidas de impuestos en noviembre y acusó al Gobierno de deteriorar la economía; el sindicato GMB, por el contrario, saludó el énfasis en inversión industrial, en el NHS y en nueva capacidad nuclear y sostuvo que el Ejecutivo «quiere hacer de nuestro país un lugar mejor»; y el líder liberal demócrata, Ed Davey, valoró que el primer ministro «por fin» decidiera plantar cara a Farage.

Obsesión laborista

El propio Farage respondió con dureza y con la voluntad de seguir en el foco, acusó a Starmer de poner en peligro la seguridad de cargos y activistas de Reform, haciendo incluso referencia al asesinato en Estados Unidos de Charlie Kirk, sostuvo que el primer ministro habría «insultado» a millones de votantes al mezclar el control de fronteras con el racismo, denunció lo que describió como una «obsesión» del congreso laborista con su figura y prometió «una lección que la historia política británica no olvidará» en las locales elecciones locales de mayo del próximo año, con un énfasis particular en Escocia y Gales.
En su réplica, Farage insistió en que Starmer «no cree en el Reino Unido», sostuvo que el primer ministro habría tratado de «anular» el mandato del Brexit y describió a un país con carreteras colapsadas, criminalidad fuera de control y una atención primaria inaccesible.
El congreso, en el que llamó la atención la imagen de Andy Burnham, alcalde del Gran Manchester y favorito para suceder a Starmer, saliendo del recinto justo antes del discurso del premier, concluyó con un líder que elevó el volumen, se expuso al choque con Reform y que decidió corregir piezas simbólicas del legado laborista para abrir espacio a una narrativa de competencias y oficios, de crecimiento con derechos y de patriotismo inclusivo. La forma fue más llamativa que el fondo, y el intento no es para menos: las encuestas de YouGov difundidas esta semana muestran la magnitud del desafío, con Reform UK liderando en intención de voto en varias regiones y, en el terreno personal, Burnham superando a Starmer entre las bases.

Publicado: septiembre 30, 2025, 12:45 pm

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/starmer-endurece-tono-farage-reform-encabeza-encuestas-20250930183109-nt.html

El Reino Unido «está en una bifurcación del camino. Podemos elegir la decencia o podemos elegir la división. Renovación o declive». Con esa frase, pronunciada desde el atril del centro de convenciones de Liverpool en el último día del congreso laborista, Keir Starmer intentó fijar un rumbo inequívoco para un Gobierno que, tras quince meses en Downing Street y con Reform UK convertido en una amenaza cada vez más real, necesita demostrar que aún dispone de energía política, de un proyecto reconocible y de la capacidad de imponer un marco de debate que no gire en torno a su adversario.

El primer ministro, a menudo descrito como un político frío y de perfil técnico, adoptó un registro inusualmente combativo. Elevó la voz en los pasajes clave, forzó pausas largas para subrayar ideas y recurrió a símbolos pensados para cerrar viejas heridas. Uno de los momentos más significativos llegó con el agradecimiento a Margaret Aspinall, madre de una de las 97 víctimas de la avalancha de Hillsborough de 1989 en un estadio y figura central de la lucha por la justicia. A ella le dedicó la promesa de hacer efectiva la llamada Ley Hillsborough, concebida para obligar al Estado a rendir cuentas en casos de fallos institucionales.

«Ahora el Estado será responsable porque la injusticia no tiene lugar donde esconderse», aseguró Starmer, en un compromiso que en Liverpool conserva un eco moral imposible de ignorar. El público, primero dubitativo y después más receptivo, respondió con aplausos que no siempre nacieron de la zona reservada a los diputados.

El tramo de anuncios concretos ocupó el centro de la pieza programática: un servicio digital del NHS (el servicio nacional de salud), bajo la etiqueta «NHS Online» y con inicio previsto para 2027, que, según la cifra defendida por el propio Ejecutivo, añadiría hasta 8,5 millones de citas médicas en sus tres primeros años sin que se retire la opción presencial para quienes la reclamen.

También una rectificación explícita de un emblema de la era Blair, ya que Starmer eliminó la meta de que el 50% de los jóvenes acceda a la universidad y la reemplazó por un objetivo que sitúa a dos tercios en la educación superior o en programas de aprendizaje considerados de «estándar de oro», con una defensa de la dignidad de trayectorias diferentes que incluyó una referencia personal a su hermano Nick, presentado como un ejemplo de alumno al que el sistema educativo, en palabras del primer ministro, dejó a un lado.

El bloque político más cargado de electricidad, sin embargo, se articuló alrededor de Reform UK y de su líder, Nigel Farage, a quien Starmer colocó en el centro del relato de amenaza y de desafío cívico con una cadena de ataques inusualmente directos para su estilo habitual. «¿Cuándo fue la última vez que oíste a Nigel Farage decir algo positivo sobre el futuro del Reino Unido? No puede. No le gusta el Reino Unido, no cree en el Reino Unido», aseveró con intensidad, mientras el auditorio alternaba gritos de aprobación y silencios que delataban la tensión de un partido que busca una posición propia en la disputa por el patriotismo y por el control del debate migratorio.

El antídoto contra la división

El primer ministro trazó una «línea moral» en esa discusión, defendió que el deseo de fronteras seguras expresa una preocupación legítima y condenó los episodios de violencia frente a hoteles con solicitantes de asilo con una frase tajante: «Lanzar ladrillos no resulta legítimo, eso es matonismo», al tiempo que advirtió de que el Gobierno combatirá «con todo lo que tenemos» propuestas que, según su diagnóstico, romperían la promesa de renovación nacional.

En el plano económico, Starmer definió el crecimiento como «la misión definitoria de este Gobierno, el antídoto contra la división», enlazó la extensión de derechos laborales con la productividad diciendo que «un mercado laboral más seguro, con derechos más fuertes para los trabajadores, será mejor para la productividad» y presentó como prueba de orientación social medidas como la ampliación de las comidas escolares gratuitas y un compromiso que, de acuerdo con el relato gubernamental, ya habría permitido sacar a 100.000 niños de la pobreza en una «primera etapa» de una estrategia más amplia contra la pobreza infantil.

«Ondear todas nuestras banderas»

El tono, mucho más vehemente que en comparecencias previas, buscó apoyarse en una estética de orgullo cívico que incluyó una llamada a «ondear todas nuestras banderas» y una escena final con delegados que levantaron la Union Jack, gesto que pretendía desactivar la acusación, extendida en el eje Reform – Conservador, de que la izquierda habría entregado el terreno simbólico del patriotismo.

Ese esfuerzo de apropiación resultó visible en la sala, aunque la coreografía de aplausos nacidos con puntualidad desde la bancada laborista y no siempre replicados con la misma intensidad por la militancia dejó la impresión de un auditorio que acompañó al líder en su crescendo oratorio con más disciplina que entusiasmo en los primeros compases, antes de que el tramo social y la sucesión de logros provocaran ovaciones sostenidas.

Las reacciones exteriores llegaron con rapidez tras el final del discurso y dibujaron un contraste nítido: John McDonnell, exresponsable de Hacienda en la sombra, declaró que el discurso se apoyó en «floritura retórica» y resultó «extremadamente ligero en políticas»; Kemi Badenoch, líder conservadora, afirmó que Starmer «prácticamente confirmó» subidas de impuestos en noviembre y acusó al Gobierno de deteriorar la economía; el sindicato GMB, por el contrario, saludó el énfasis en inversión industrial, en el NHS y en nueva capacidad nuclear y sostuvo que el Ejecutivo «quiere hacer de nuestro país un lugar mejor»; y el líder liberal demócrata, Ed Davey, valoró que el primer ministro «por fin» decidiera plantar cara a Farage.

Obsesión laborista

El propio Farage respondió con dureza y con la voluntad de seguir en el foco, acusó a Starmer de poner en peligro la seguridad de cargos y activistas de Reform, haciendo incluso referencia al asesinato en Estados Unidos de Charlie Kirk, sostuvo que el primer ministro habría «insultado» a millones de votantes al mezclar el control de fronteras con el racismo, denunció lo que describió como una «obsesión» del congreso laborista con su figura y prometió «una lección que la historia política británica no olvidará» en las locales elecciones locales de mayo del próximo año, con un énfasis particular en Escocia y Gales.

En su réplica, Farage insistió en que Starmer «no cree en el Reino Unido», sostuvo que el primer ministro habría tratado de «anular» el mandato del Brexit y describió a un país con carreteras colapsadas, criminalidad fuera de control y una atención primaria inaccesible.

El congreso, en el que llamó la atención la imagen de Andy Burnham, alcalde del Gran Manchester y favorito para suceder a Starmer, saliendo del recinto justo antes del discurso del premier, concluyó con un líder que elevó el volumen, se expuso al choque con Reform y que decidió corregir piezas simbólicas del legado laborista para abrir espacio a una narrativa de competencias y oficios, de crecimiento con derechos y de patriotismo inclusivo. La forma fue más llamativa que el fondo, y el intento no es para menos: las encuestas de YouGov difundidas esta semana muestran la magnitud del desafío, con Reform UK liderando en intención de voto en varias regiones y, en el terreno personal, Burnham superando a Starmer entre las bases.

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