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Sin gobierno en EE.UU.

El cierre del Gobierno en Washington se hizo visible primero en uno de sus templos del saber y de la memoria. El pasado miércoles, las puertas de la Biblioteca del Congreso quedaron selladas, cancelando conferencias, conciertos y visitas largamente programadas de investigadores y … académicos, comprensiblemente frustrados.
No muy lejos, en el colosal edificio de granito de los Archivos Nacionales, donde reposan la Declaración de Independencia y la Constitución bajo cristales blindados, las luces se apagaron y los salones fueron asegurados «hasta que se restablezca la financiación», rezaba un cartel en la entrada.
A las puertas, un grupo de turistas miraba fotos en la tableta de un guía improvisado: «Esta es la Declaración de Independencia; el presidente Trump se ha colgado una copia facsímil en el Despacho Oval», explicaba, resignado a enseñar imágenes en lugar de documentos reales.

La misma suerte corrieron el Jardín Botánico y el Arboreto Nacional, con su célebre colección de bonsáis, además de varios museos dependientes del Servicio de Parques, como el monumento a la igualdad de las mujeres o la casa del líder abolicionista Frederick Douglass.
Incluso el Teatro Ford, escenario del asesinato de Abraham Lincoln, cerró su museo, dejando a decenas de escolares frente a una fachada que es apenas un vestigio de 1865. Tampoco abrió el Centro de Visitantes del Capitolio, la puerta de entrada a la sede del legislativo y a su imponente cúpula.
Dentro, en el Senado, sus señorías se enzarzaban en votaciones que acababan una tras otra en fracaso. Los demócratas presentaron su propia ley presupuestaria, que se hundió tras haber naufragado ya la de los republicanos. Se requieren 60 votos para aprobar cualquier propuesta, y la cámara está dividida entre 53 senadores republicanos y 47 demócratas.
Tras la votación, el Capitolio se fue vaciando, con la seguridad de que el cierre durará más de una semana, y no tiene visos de solucionarse por la vía rápida. Algún demócrata ha amagado con sumarse a los republicanos, porque la opinión pública culpa a la oposición de esta clausura temporal.

Apagón cultural

El cierre paulatino del Gobierno federal de Estados Unidos, el primero en siete años, comenzó a notarse con fuerza en la capital. Sí, el fin de semana abrió algún museo, pero con el reloj marcando la cuenta atrás. La red de museos Smithsonian y el Zoológico Nacional han informado de que podrán sostener su actividad únicamente hasta el 11 de octubre, gracias a fondos no gastados del ejercicio anterior.
La Galería Nacional de Arte, con obras de Da Vinci, Van Gogh y Goya, cerró ayer tras agotarse su presupuesto mixto. No habrá visitas guiadas, ni acceso a sus pasillos. También el Museo del Holocausto confía en resistir unos días más con recursos propios, antes de sumarse al apagón cultural que deja a la capital oscurecida, en un limbo que no le es ya ajeno.
La capital acusó de inmediato la falta de actividad federal. Menos afluencia de trabajadores en hora punta, oficinas cerradas, calles casi vacías en el centro como durante la pandemia. Restaurantes, bares y cafeterías que vivían de los empleados federales pierden clientela a diario. En el cierre de 2018 y 2019, Washington perdió unos 50 millones de dólares; ahora los comerciantes temen un golpe similar o peor. «No se veía una reducción así del trasiego desde el coronavirus», admitía un camarero en un local de la avenida Pensilvania.

Permisos sin sueldo

La distribución de los permisos sin sueldo refleja con nitidez las prioridades de la Administración Trump. En la Agencia de Protección Medioambiental (EPA), el 89% de los trabajadores, más de 13.000, han sido enviados a casa. En Educación, la cifra alcanza el 87%; en Comercio, el 81%; en Trabajo, tres de cada cuatro empleados han quedado apartados. Por el contrario, los departamentos vinculados a la seguridad nacional y a la aplicación de la ley siguen en gran medida operativos.
En Seguridad Nacional sí permanece activo el 95% de su personal, en Justicia el 89% y en la Administración de la Seguridad Social el 88%. Defensa mantiene en servicio a más de 330.000 empleados, el 55% de su plantilla. El mapa laboral del cierre dibuja un patrón inequívoco: la Casa Blanca garantiza el funcionamiento de las agencias militares, policiales y de control fronterizo, mientras paraliza aquellas que supervisan la educación, los derechos laborales, la salud pública y el medioambiente.
En la propia Casa Blanca, el trabajo se resiente. Muchos funcionarios están obligados a quedarse en casa. La secretaria de prensa, Karoline Leavitt, compareció el viernes ante el atril sola, sin asistentes, y acompañada únicamente de familiares que estaban de visita. Culpó a los demócratas: «Este cierre se produce porque quieren incluir en los presupuestos cobertura sanitaria a inmigrantes ilegales». Añadió que el presidente «trabaja 24 horas al día, siete días a la semana», una afirmación poco verosímil pero políticamente útil.

Obras en la Casa Blanca

Mientras tanto, proyectos muy del agrado del presidente no se detienen. En el Ala Este avanzan a toda prisa las obras para levantar un gran salón de estilo versallesco, pensado para recepciones, cenas de gala y ruedas de prensa. Los contratistas, se les ve y se les oye, trabajan a destajo, y en esas labores no se ha decretado cierre alguno.
En la página web de la Presidencia y de varias agencias gubernamentales, así como en los correos de respuesta automática a cualquier mensaje enviado a direcciones oficiales, aparece el mismo aviso: «Debido al cierre impuesto por los demócratas, nuestros servidores no funcionan a pleno rendimiento». Es una fórmula diseñada para dejar claro, de manera explícita y repetitiva, a quién atribuye la Casa Blanca la responsabilidad del parón.
Tampoco se detiene la presión contra ciudades en manos de la oposición. La Oficina de Presupuesto anunció el viernes la suspensión de 2.100 millones de dólares destinados a proyectos de transporte en Chicago, con el argumento de revisar contratos «con criterios de equidad racial», en lo que supone un nuevo pulso político contra los demócratas. El presidente ha advertido con hacer lo mismo en Nueva York, de cuyo estado proceden los líderes demócratas en las dos cámaras del Capitolio.
El cierre también golpea la vida personal de los residentes. La Corte Superior del Distrito, que depende de fondos federales, ha suspendido la expedición de licencias de matrimonio y la celebración de bodas civiles.
Decenas de parejas que tenían todo preparado para formalizar su unión han visto sus planes truncados: pueden seguir adelante con la ceremonia en otro lugar, pero no podrán inscribir su matrimonio en el registro mientras dure la parálisis. Algunos suspenden los planes, lo que a su vez afecta a restaurantes y salas de fiesta.
El sistema judicial local funciona a medio gas: el servicio de defensores públicos y de supervisión de penados, incluidos inmigrantes indocumentados, también dependiente de fondos federales, acumula retrasos y abogados desbordados.

Parálisis e incertidumbre

Washington, acostumbrada a vivir con la política como telón de fondo, razón de su ser, se enfrenta ahora a la parálisis institucional y a la incertidumbre económica. En sus calles, el cierre no es una abstracción legislativa, sino una realidad palpable: instituciones cerradas, tribunales ralentizados, cafeterías vacías y un aire de provisionalidad que lo impregna todo.
La capital federal se ha convertido en un espejo de las prioridades del presidente Trump, que mantiene intacto el músculo militar y policial, con soldados y agentes federales desplegados a cada esquina, pero deja en suspenso el funcionamiento del propio Gobierno federal y la Administración pública de la que depende.

Publicado: octubre 5, 2025, 10:45 pm

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/gobierno-eeuu-20251005203029-nt.html

El cierre del Gobierno en Washington se hizo visible primero en uno de sus templos del saber y de la memoria. El pasado miércoles, las puertas de la Biblioteca del Congreso quedaron selladas, cancelando conferencias, conciertos y visitas largamente programadas de investigadores y académicos, comprensiblemente frustrados.

No muy lejos, en el colosal edificio de granito de los Archivos Nacionales, donde reposan la Declaración de Independencia y la Constitución bajo cristales blindados, las luces se apagaron y los salones fueron asegurados «hasta que se restablezca la financiación», rezaba un cartel en la entrada.

A las puertas, un grupo de turistas miraba fotos en la tableta de un guía improvisado: «Esta es la Declaración de Independencia; el presidente Trump se ha colgado una copia facsímil en el Despacho Oval», explicaba, resignado a enseñar imágenes en lugar de documentos reales.

La misma suerte corrieron el Jardín Botánico y el Arboreto Nacional, con su célebre colección de bonsáis, además de varios museos dependientes del Servicio de Parques, como el monumento a la igualdad de las mujeres o la casa del líder abolicionista Frederick Douglass.

Incluso el Teatro Ford, escenario del asesinato de Abraham Lincoln, cerró su museo, dejando a decenas de escolares frente a una fachada que es apenas un vestigio de 1865. Tampoco abrió el Centro de Visitantes del Capitolio, la puerta de entrada a la sede del legislativo y a su imponente cúpula.

Dentro, en el Senado, sus señorías se enzarzaban en votaciones que acababan una tras otra en fracaso. Los demócratas presentaron su propia ley presupuestaria, que se hundió tras haber naufragado ya la de los republicanos. Se requieren 60 votos para aprobar cualquier propuesta, y la cámara está dividida entre 53 senadores republicanos y 47 demócratas.

Tras la votación, el Capitolio se fue vaciando, con la seguridad de que el cierre durará más de una semana, y no tiene visos de solucionarse por la vía rápida. Algún demócrata ha amagado con sumarse a los republicanos, porque la opinión pública culpa a la oposición de esta clausura temporal.

Apagón cultural

El cierre paulatino del Gobierno federal de Estados Unidos, el primero en siete años, comenzó a notarse con fuerza en la capital. Sí, el fin de semana abrió algún museo, pero con el reloj marcando la cuenta atrás. La red de museos Smithsonian y el Zoológico Nacional han informado de que podrán sostener su actividad únicamente hasta el 11 de octubre, gracias a fondos no gastados del ejercicio anterior.

La Galería Nacional de Arte, con obras de Da Vinci, Van Gogh y Goya, cerró ayer tras agotarse su presupuesto mixto. No habrá visitas guiadas, ni acceso a sus pasillos. También el Museo del Holocausto confía en resistir unos días más con recursos propios, antes de sumarse al apagón cultural que deja a la capital oscurecida, en un limbo que no le es ya ajeno.

La capital acusó de inmediato la falta de actividad federal. Menos afluencia de trabajadores en hora punta, oficinas cerradas, calles casi vacías en el centro como durante la pandemia. Restaurantes, bares y cafeterías que vivían de los empleados federales pierden clientela a diario. En el cierre de 2018 y 2019, Washington perdió unos 50 millones de dólares; ahora los comerciantes temen un golpe similar o peor. «No se veía una reducción así del trasiego desde el coronavirus», admitía un camarero en un local de la avenida Pensilvania.

Permisos sin sueldo

La distribución de los permisos sin sueldo refleja con nitidez las prioridades de la Administración Trump. En la Agencia de Protección Medioambiental (EPA), el 89% de los trabajadores, más de 13.000, han sido enviados a casa. En Educación, la cifra alcanza el 87%; en Comercio, el 81%; en Trabajo, tres de cada cuatro empleados han quedado apartados. Por el contrario, los departamentos vinculados a la seguridad nacional y a la aplicación de la ley siguen en gran medida operativos.

En Seguridad Nacional sí permanece activo el 95% de su personal, en Justicia el 89% y en la Administración de la Seguridad Social el 88%. Defensa mantiene en servicio a más de 330.000 empleados, el 55% de su plantilla. El mapa laboral del cierre dibuja un patrón inequívoco: la Casa Blanca garantiza el funcionamiento de las agencias militares, policiales y de control fronterizo, mientras paraliza aquellas que supervisan la educación, los derechos laborales, la salud pública y el medioambiente.

En la propia Casa Blanca, el trabajo se resiente. Muchos funcionarios están obligados a quedarse en casa. La secretaria de prensa, Karoline Leavitt, compareció el viernes ante el atril sola, sin asistentes, y acompañada únicamente de familiares que estaban de visita. Culpó a los demócratas: «Este cierre se produce porque quieren incluir en los presupuestos cobertura sanitaria a inmigrantes ilegales». Añadió que el presidente «trabaja 24 horas al día, siete días a la semana», una afirmación poco verosímil pero políticamente útil.

Obras en la Casa Blanca

Mientras tanto, proyectos muy del agrado del presidente no se detienen. En el Ala Este avanzan a toda prisa las obras para levantar un gran salón de estilo versallesco, pensado para recepciones, cenas de gala y ruedas de prensa. Los contratistas, se les ve y se les oye, trabajan a destajo, y en esas labores no se ha decretado cierre alguno.

En la página web de la Presidencia y de varias agencias gubernamentales, así como en los correos de respuesta automática a cualquier mensaje enviado a direcciones oficiales, aparece el mismo aviso: «Debido al cierre impuesto por los demócratas, nuestros servidores no funcionan a pleno rendimiento». Es una fórmula diseñada para dejar claro, de manera explícita y repetitiva, a quién atribuye la Casa Blanca la responsabilidad del parón.

Tampoco se detiene la presión contra ciudades en manos de la oposición. La Oficina de Presupuesto anunció el viernes la suspensión de 2.100 millones de dólares destinados a proyectos de transporte en Chicago, con el argumento de revisar contratos «con criterios de equidad racial», en lo que supone un nuevo pulso político contra los demócratas. El presidente ha advertido con hacer lo mismo en Nueva York, de cuyo estado proceden los líderes demócratas en las dos cámaras del Capitolio.

El cierre también golpea la vida personal de los residentes. La Corte Superior del Distrito, que depende de fondos federales, ha suspendido la expedición de licencias de matrimonio y la celebración de bodas civiles.

Decenas de parejas que tenían todo preparado para formalizar su unión han visto sus planes truncados: pueden seguir adelante con la ceremonia en otro lugar, pero no podrán inscribir su matrimonio en el registro mientras dure la parálisis. Algunos suspenden los planes, lo que a su vez afecta a restaurantes y salas de fiesta.

El sistema judicial local funciona a medio gas: el servicio de defensores públicos y de supervisión de penados, incluidos inmigrantes indocumentados, también dependiente de fondos federales, acumula retrasos y abogados desbordados.

Parálisis e incertidumbre

Washington, acostumbrada a vivir con la política como telón de fondo, razón de su ser, se enfrenta ahora a la parálisis institucional y a la incertidumbre económica. En sus calles, el cierre no es una abstracción legislativa, sino una realidad palpable: instituciones cerradas, tribunales ralentizados, cafeterías vacías y un aire de provisionalidad que lo impregna todo.

La capital federal se ha convertido en un espejo de las prioridades del presidente Trump, que mantiene intacto el músculo militar y policial, con soldados y agentes federales desplegados a cada esquina, pero deja en suspenso el funcionamiento del propio Gobierno federal y la Administración pública de la que depende.

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