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Regresar al epicentro de la violencia para no morir de hambre en un campamento de refugiados

La guerra en Sudán sigue extendiéndose y la violencia no pierde su ferocidad. Pero quienes escaparon de las balas y las explosiones y se refugiaron en campos de desplazados lejos de sus hogares, ahora regresan a los epicentros de combate. Prefieren arriesgarse a morir … en sus casas bajo un bombardeo que perecer de hambre en los campamentos, pues no hay suficientes recursos para atenderlos a todos.
«Más que prueba del deseo de volver a casa, estos retornos son un llamado desesperado para que la guerra termine y la gente pueda reconstruir su vida», afirmó Mamadou Dian Baldé, director regional de ACNUR para África Oriental, tras visitar Jartum y la frontera con Egipto.
A pesar de que la violencia persiste en Darfur —una región occidental de Sudán marcada por décadas de conflictos armados y desplazamientos masivos— y en Kordofán, al sur del país, donde enfrentamientos intercomunales y militares siguen obligando a miles de personas a huir, más de un millón de desplazados internos han regresado a sus comunidades en los últimos meses, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones . A ellos se suman 320.000 refugiados que han cruzado de vuelta desde Egipto y Sudán del Sur, algunos para probar si es posible reinstalarse, otros con la esperanza de que la relativa calma en ciertas zonas sea duradera. Los principales puntos de retorno son Jartum, Sennar y Gezira, regiones profundamente devastadas por más de dos años de guerra.

Baldé, que vivió en Sudán hace más de dos décadas, describe lo que encontró como una escena desoladora: viviendas arrasadas, servicios destruidos, oficinas y hospitales reducidos a ruinas. Sin embargo, también percibe un impulso colectivo: «Hay una voluntad fuerte de reconstruir, incluso en medio del sufrimiento», comenta a ABC.
El movimiento de regreso no significa que el conflicto haya terminado. Cada día, cientos siguen huyendo dentro y fuera de Sudán, sobre todo desde las zonas de combate en Darfur y Kordofán. En total, la guerra ha provocado el desplazamiento de casi 13 millones de personas, de las cuales 8,6 millones permanecen dentro del país y 3,8 millones han buscado refugio en naciones vecinas.
Egipto concentra la mayor población refugiada sudanesa con 1,5 millones —según cifras de ACNUR—, seguido por Chad (773.000), Sudán del Sur (350.000), Libia (256.000), Uganda (72.000) y Etiopía (43.000). Estos países, ya sobrecargados, afrontan la presión creciente de sostener a quienes no pueden volver. «Los retornos son una señal de esperanza, pero también reflejan el peso que soportan los países vecinos. Necesitamos una solidaridad internacional mucho más fuerte con Sudán y con quienes han abierto sus puertas a los refugiados», subrayó Baldé.

La amenaza de un éxodo a Europa

La fragilidad de los retornos se explica por el estado del país. El 50% de la población —25 millones de personas— necesita ayuda humanitaria, y más de 8,5 millones enfrentan niveles de hambre de emergencia. En 2024, la ONU confirmó una hambruna en Darfur mientras enfermedades como cólera, sarampión y malaria se propagaban entre la población, con hospitales cerrados o destruidos por la guerra.
Para Baldé, el riesgo de no atender esta crisis trasciende las fronteras africanas: «La falta de apoyo puede provocar que más sudaneses migren hacia Europa y otros destinos», advierte a este periódico.
La comunidad internacional apenas ha cubierto el 17% de los fondos necesarios para sostener la respuesta humanitaria en Sudán y en los países receptores. Con tan pocos recursos, las agencias no logran ofrecer refugio, alimentos ni servicios básicos a millones de personas.
Preguntado por la razón de que la guerra de Sudán, tan cruel o peor que otras, quede en segundo plano frente a conflictos como el de Gaza o Ucrania, Baldé asegura que «todos los conflictos graves merecen atención. Sudán es clave geopolíticamente y su población ha sufrido una de las guerras más brutales. Además, sigue acogiendo a más de 800.000 refugiados. Apoyarles es un deber moral y también un interés propio: si los países que los reciben no tienen ayuda, muchos buscarán llegar a Europa u otras regiones».
«Los retornos son un cambio esperanzador pero frágil», concluye Baldé. «Reflejan la resiliencia del pueblo sudanés, pero también la urgencia de que la guerra termine. Sudán es clave en la estabilidad regional. Si no hay solidaridad real, la crisis no se quedará en África: se sentirá mucho más lejos».

Publicado: agosto 25, 2025, 8:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/regresar-epicentro-violencia-morir-hambre-campamento-refugiados-20250825234245-nt.html

La guerra en Sudán sigue extendiéndose y la violencia no pierde su ferocidad. Pero quienes escaparon de las balas y las explosiones y se refugiaron en campos de desplazados lejos de sus hogares, ahora regresan a los epicentros de combate. Prefieren arriesgarse a morir en sus casas bajo un bombardeo que perecer de hambre en los campamentos, pues no hay suficientes recursos para atenderlos a todos.

«Más que prueba del deseo de volver a casa, estos retornos son un llamado desesperado para que la guerra termine y la gente pueda reconstruir su vida», afirmó Mamadou Dian Baldé, director regional de ACNUR para África Oriental, tras visitar Jartum y la frontera con Egipto.

A pesar de que la violencia persiste en Darfur —una región occidental de Sudán marcada por décadas de conflictos armados y desplazamientos masivos— y en Kordofán, al sur del país, donde enfrentamientos intercomunales y militares siguen obligando a miles de personas a huir, más de un millón de desplazados internos han regresado a sus comunidades en los últimos meses, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones . A ellos se suman 320.000 refugiados que han cruzado de vuelta desde Egipto y Sudán del Sur, algunos para probar si es posible reinstalarse, otros con la esperanza de que la relativa calma en ciertas zonas sea duradera. Los principales puntos de retorno son Jartum, Sennar y Gezira, regiones profundamente devastadas por más de dos años de guerra.

Baldé, que vivió en Sudán hace más de dos décadas, describe lo que encontró como una escena desoladora: viviendas arrasadas, servicios destruidos, oficinas y hospitales reducidos a ruinas. Sin embargo, también percibe un impulso colectivo: «Hay una voluntad fuerte de reconstruir, incluso en medio del sufrimiento», comenta a ABC.

El movimiento de regreso no significa que el conflicto haya terminado. Cada día, cientos siguen huyendo dentro y fuera de Sudán, sobre todo desde las zonas de combate en Darfur y Kordofán. En total, la guerra ha provocado el desplazamiento de casi 13 millones de personas, de las cuales 8,6 millones permanecen dentro del país y 3,8 millones han buscado refugio en naciones vecinas.

Egipto concentra la mayor población refugiada sudanesa con 1,5 millones —según cifras de ACNUR—, seguido por Chad (773.000), Sudán del Sur (350.000), Libia (256.000), Uganda (72.000) y Etiopía (43.000). Estos países, ya sobrecargados, afrontan la presión creciente de sostener a quienes no pueden volver. «Los retornos son una señal de esperanza, pero también reflejan el peso que soportan los países vecinos. Necesitamos una solidaridad internacional mucho más fuerte con Sudán y con quienes han abierto sus puertas a los refugiados», subrayó Baldé.

La amenaza de un éxodo a Europa

La fragilidad de los retornos se explica por el estado del país. El 50% de la población —25 millones de personas— necesita ayuda humanitaria, y más de 8,5 millones enfrentan niveles de hambre de emergencia. En 2024, la ONU confirmó una hambruna en Darfur mientras enfermedades como cólera, sarampión y malaria se propagaban entre la población, con hospitales cerrados o destruidos por la guerra.

Para Baldé, el riesgo de no atender esta crisis trasciende las fronteras africanas: «La falta de apoyo puede provocar que más sudaneses migren hacia Europa y otros destinos», advierte a este periódico.

La comunidad internacional apenas ha cubierto el 17% de los fondos necesarios para sostener la respuesta humanitaria en Sudán y en los países receptores. Con tan pocos recursos, las agencias no logran ofrecer refugio, alimentos ni servicios básicos a millones de personas.

Preguntado por la razón de que la guerra de Sudán, tan cruel o peor que otras, quede en segundo plano frente a conflictos como el de Gaza o Ucrania, Baldé asegura que «todos los conflictos graves merecen atención. Sudán es clave geopolíticamente y su población ha sufrido una de las guerras más brutales. Además, sigue acogiendo a más de 800.000 refugiados. Apoyarles es un deber moral y también un interés propio: si los países que los reciben no tienen ayuda, muchos buscarán llegar a Europa u otras regiones».

«Los retornos son un cambio esperanzador pero frágil», concluye Baldé. «Reflejan la resiliencia del pueblo sudanés, pero también la urgencia de que la guerra termine. Sudán es clave en la estabilidad regional. Si no hay solidaridad real, la crisis no se quedará en África: se sentirá mucho más lejos».

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