Publicado: junio 17, 2025, 12:45 am
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Watergate –considerado como el mayor escándalo presidencial hasta Trump– no solamente generó su propia cultura polÃtica. Aquella odisea de abuso de poder también acuñó su propio vocabulario. Desde «la gran enchilada», el mote de John Mitchel, el su-fiscal-general de Nixon. Hasta … el «cáncer de la Presidencia» (la conspiración de encubrimiento). Sin olvidar a «garganta profunda» (la fuente decisiva para la investigación periodÃstica de Carl Bernstein y Bob Woodward), los intrigantes «fontaneros» y la incriminadora «pistola humeante».
De todo aquel glosario, del que ahora toma prestado la crónica polÃtica en España, con diferencia la frase más famosa fue pronunciado en el verano de 1973 por el senador Howard Baker. Como republicano de mayor rango en la comisión especial de la Cámara Alta para investigar Watergate, Nixon contaba con que Baker le ayudarÃa a salir bien. Hasta el punto de compartir sus expectativas con el senador en una reunión secreta celebrada en el Despacho Oval, convertido en la principal escena del crimen de la saga que terminarÃa por forzar la dimisión de Nixon.
La comisión empezó sus audiencias televisadas con testigos secundarios, hasta que llegó el turno de altos cargos de la Casa Blanca. Todo asumible hasta que John Dean, asesor jurÃdico de Nixon con un papel protagonista en el encubrimiento de las actividades delictivas dirigidas por el presidente, decidió cantar ‘La Traviata’. Cuando llegó su turno en el Capitolio, el senador Baker, con su habitual tono pausado, empezó manifestando su tesis fundamental en forma de pregunta: «¿Qué sabÃa el presidente y cuándo lo supo?».
Lo que muchos olvidan es que Baker pensaba que con esa frase estaba protegiendo a Nixon. El senador intentaba aislar al presidente de las acciones de sus asesores y fontaneros. Sin embargo, a los pocos dÃas, otro ayudante confirmó que Nixon grababa sus conversaciones. Y lo que hasta entonces eran indicios pasaron a ser pruebas fehacientes, a pesar del sospechoso borrado de 18,5 minutos. A partir de ese momento, Baker siguió presionando, no en beneficio de Nixon, sino en busca de la verdad.