Publicado: agosto 16, 2025, 4:45 am
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La cumbre entre Donald Trump y Vladímir Putin en Alaska no concluyó con un alto el fuego en Ucrania, ni con un acuerdo sobre la mesa. Como resumió John Bolton, exasesor de seguridad nacional del propio Trump en su primer mandato, el balance … es claro: «Trump no perdió, pero Putin claramente ganó». El presidente ruso no obtuvo cesiones concretas -todavía-, pero sí logró algo quizá más importante para Moscú en el corto plazo: una nueva legitimidad internacional.
Desde el aterrizaje de su avión en la Base Conjunta Elmendorf-Richardson, Putin fue recibido con honores, como si no pesara sobre él una orden de arresto del Tribunal Penal Internacional por crímenes de guerra. Se le vio sonriente, relajado, y caminó junto a Trump por una alfombra roja tendida en suelo estadounidense. Ni siquiera se alteró por el calculado sobrevuelo de un bombardero B-2 escoltado por cuatro F-35. Por unas horas, dejó de ser el autócrata aislado para convertirse en un interlocutor de igual a igual con el presidente de la democracia más poderosa del mundo.
Sin embargo, lo que se presentó como una oportunidad histórica para el diálogo derivó en una puesta en escena sin sustancia. La reunión, anunciada como una doble jornada de negociaciones, concluyó tras una única ronda. Lo que se vendió como rueda de prensa fue, en realidad, un intercambio de declaraciones de apenas 12 minutos. Ninguno aceptó preguntas. Putin habló primero -lo que sorprendió incluso a periodistas estadounidenses- y, con tono afable, evocó la «hermandad» histórica entre EE.UU. y Rusia, la cooperación en la Segunda Guerra Mundial, y la cercanía geográfica entre los dos países, que inmediatamente evocaba lo lejos que se halla Bruselas de ahí.
El autócrata ruso sugirió que se había alcanzado algún tipo de acuerdo. Trump, en contraste, negó que se hubiese cerrado nada. El presidente estadounidense se limitó a decir que «hay muchos puntos acordados, pero todavía queda uno importante» y, acto seguido, dio por finalizado el evento.
Trump insistió después, en entrevista con Sean Hannity, en que la conversación había sido «un 10» porque él y Putin «se entendieron muy bien». Dio muestras de que su ego y su narrativa política se sintieron muy recompensados por el hecho de que el ruso afirmó públicamente que si en la Casa Blanca hubiese estado un presidente distinto a Biden, no hubiera invadido Ucrania. Es más, Trump reconoció que Putin le dijo que las elecciones estadounidenses de 2020 fueron «amañadas», y que el voto por correo hacía imposible una democracia honesta. No evaluó el éxito por los resultados diplomáticos, sino por la calidez del encuentro.
Trump no quiso revelar -pese a que Hannity le preguntó- cuál fue ‘el punto importante’ qué impidió alcanzar el alto el fuego que él se había puesto como objetivo. Dijo que informaría a Zelenski y a los países europeos sobre el asunto y que entonces, posiblemente, se conocerá lo que Putin está exigiendo. Esa información es crucial para valorar en las próximas horas el resultado real de la cumbre, pero sí la transforma en una mera toma de temperatura, un prolegómeno de otras reuniones futuras.
Alaska fue, esta vez, el escenario de una escenografía vacía. La guerra sigue, la paz no se vislumbra y las víctimas continúan acumulándose. El verdadero logro de Putin ha sido diplomático: consigue escapar de su condición de paria internacional y posar como interlocutor legítimo. Trump, con su estilo directo y su desprecio por la diplomacia tradicional, le facilitó ese retorno. No hubo mención de sanciones secundarias, ni recordatorio de las líneas rojas que Trump había trazado antes de la reunión. Lo que había sido presentado como un ultimátum, acabó siendo una postal de cordialidad.