Al principio, la carretera es plana. En los arcenes parece haber flores, saltan blancos conejitos. La sensación de peligro no existe. Hay bienestar. Pero poco a poco en ese camino comienza a haber rocas difíciles de saltar. Aparecen las deudas. Las rocas son cada vez más grandes y, en un momento dado, te das cuenta de que detrás de ellas solo hay un precipicio. Así describe Joan (nombre ficticio), de 25 años y vecino de Castelldefels (Baix Llobregat), sus inicios en el consumo de porros.