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¿Por qué el poder político para siempre es tan dañino para la democracia?

Cuando la República Popular de Huawei sacó en septiembre a pasear su modernizado ejército de terracota, no pasaron desapercibidas las disquisiciones en torno a la inmortalidad que Vladímir Putin y Xi Jinping buscan. Como dos villanos de una película de James Bond, la siniestra … pareja –unida en una alianza sin límites contra Occidente– llegó a especular si la ciencia les permitiría gobernar para siempre.
El afán de los autócratas por la longevidad no es nada nuevo. El primer emperador de China, Qin Shi Huang, envió expediciones al mítico monte Penglai en busca del elixir de la vida eterna, aunque los chupitos de mercurio que ingirió en su lugar pudieron haber acelerado su muerte. Adolf Hitler soñó con el Reich de los mil años, que al final se quedaron en doce. Hasta Franco pensaba que podía trascender el tiempo dejando su régimen «atado y bien atado».
El gran problema de esta recurrente obsesión dictatorial con el poder ‘forever and ever’ es que también ha empezado a reproducirse en nuestras democracias. Ahí están todos estos hiperliderazgos grotescos que se creen sin fecha de caducidad, que gobiernan al margen del interés general como si no hubiera alternativa posible a su sectarismo, incompetencia y corrupción.

La mejor ilustración es la reforma tan integral como hortera que está acometiendo el presidente Trump en la Casa Blanca. Su sobredosis de ‘bling-bling’, la demolición del Ala Este y el proyecto de construir un arco del triunfo en plan Germania son incompatibles con la idea de que los ocupantes del número 1600 de la Avenida Pensilvania no son más que inquilinos temporales. Sujetos a la rendición de cuentas electoral y desde 1951, gracias a la vigésimo segunda enmienda constitucional, limitados a dos mandatos de cuatro años.
Esta infinitud no se entiende sin la creciente impunidad de nuestros políticos, con la positiva excepción de Sarkozy en La Santé. El colmo, por supuesto, es Donald Trump exigiendo al Departamento de Justicia que le pague unos 230 millones de dólares en concepto de indemnización por todo el ‘lawfare’ que ha sufrido.

Publicado: octubre 23, 2025, 6:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/pedro-rodriguez-poder-politico-siempre-danino-democracia-20251023064120-nt.html

Cuando la República Popular de Huawei sacó en septiembre a pasear su modernizado ejército de terracota, no pasaron desapercibidas las disquisiciones en torno a la inmortalidad que Vladímir Putin y Xi Jinping buscan. Como dos villanos de una película de James Bond, la siniestra pareja –unida en una alianza sin límites contra Occidente– llegó a especular si la ciencia les permitiría gobernar para siempre.

El afán de los autócratas por la longevidad no es nada nuevo. El primer emperador de China, Qin Shi Huang, envió expediciones al mítico monte Penglai en busca del elixir de la vida eterna, aunque los chupitos de mercurio que ingirió en su lugar pudieron haber acelerado su muerte. Adolf Hitler soñó con el Reich de los mil años, que al final se quedaron en doce. Hasta Franco pensaba que podía trascender el tiempo dejando su régimen «atado y bien atado».

El gran problema de esta recurrente obsesión dictatorial con el poder ‘forever and ever’ es que también ha empezado a reproducirse en nuestras democracias. Ahí están todos estos hiperliderazgos grotescos que se creen sin fecha de caducidad, que gobiernan al margen del interés general como si no hubiera alternativa posible a su sectarismo, incompetencia y corrupción.

La mejor ilustración es la reforma tan integral como hortera que está acometiendo el presidente Trump en la Casa Blanca. Su sobredosis de ‘bling-bling’, la demolición del Ala Este y el proyecto de construir un arco del triunfo en plan Germania son incompatibles con la idea de que los ocupantes del número 1600 de la Avenida Pensilvania no son más que inquilinos temporales. Sujetos a la rendición de cuentas electoral y desde 1951, gracias a la vigésimo segunda enmienda constitucional, limitados a dos mandatos de cuatro años.

Esta infinitud no se entiende sin la creciente impunidad de nuestros políticos, con la positiva excepción de Sarkozy en La Santé. El colmo, por supuesto, es Donald Trump exigiendo al Departamento de Justicia que le pague unos 230 millones de dólares en concepto de indemnización por todo el ‘lawfare’ que ha sufrido.

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