Polonia revive las heridas del pasado: «¡Que vienen los rusos!» - Colombia
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Polonia revive las heridas del pasado: «¡Que vienen los rusos!»

La tensa relación entre Rusia y Polonia, marcada por necesidades geoestratégicas y por una tórrida pasión amorosa, no ha concedido tregua desde la época zarista. Stanisław August Poniatowski, último rey de Polonia, fue elegido en 1764 con el apoyo de Catalina la Grande … , su antigua amante. Se habían conocido en 1755, cuando Poniatowski llegó a San Petersburgo como parte del séquito diplomático británico, y se encontró con Catalina Alekséievna, entonces esposa del príncipe Pedro de Holstein-Gottorp, futuro Pedro III. La atracción fue al parecer irrefrenable, atestiguada por apasionadas cartas, y Catalina siguió apoyando políticamente al polaco después de convertirse en emperatriz. Presionó militarmente a la nobleza polaca para que eligiese como rey a Poniatowski, que nunca fue perdonado por ello en su propio país.
Su dependencia de Rusia lo convirtió en un monarca débil a ojos de muchos polacos y, cuando la relación se enfrió, a Catalina no le tembló el pulso a la hora de fomentar rebeliones internas y permitir que Prusia y Austria desmembrasen Polonia. Rusia, de hecho, trató a Polonia como una provincia rebelde que debía ser domesticada por la vía de la represión militar, la asimilación cultural y la destrucción institucional. En las tres particiones de Polonia (1772, 1793, 1795), Rusia se quedó con vastas regiones del este polaco, incluyendo Vilna y Kiev, sometidas a una administración imperial directa, con gobernadores rusos y leyes zaristas.
Catalina la Grande «no solo destruyó la independencia polaca, sino que humilló a su rey», explica Marcin Król, filósofo e historiador polaco, «pero la verdadera tragedia de Polonia no fue solo perder el Estado, sino perder la confianza en que Europa nos protegería de Rusia». En su libro ‘Polonia y Rusia: vecindad entre libertad y tiranía’, Nadrzej Nowak, profesor de Historia de la Universidad Jaguelónica de Cracovia, explica que «Catalina trató a Polonia como una amante descartada: primero seducida, luego despreciada», y considera que «las particiones fueron una cirugía imperial: Rusia cortó a Polonia como si fuera un tumor que amenazaba su hegemonía». «La relación entre Catalina y Poniatowski fue la metáfora perfecta del destino polaco: enamorado de Europa, traicionado por ella», concluye el ensayista Tomasz Lubieski.

Sólo tras el Congreso de Viena, Rusia permitió el ‘Reino de Polonia del Congreso’, una entidad semiautónoma bajo el control del zar Alejandro I, con constitución, ejército y parlamento que fueron nuevamente eliminados a partir de 1930. Moscú respondía a los levantamientos cerrando las escuelas polacas, prohibiendo el polaco y cerrando instituciones como la Universidad de Vilna o el Liceo Krzemieniec. En Varsovia, el Palacio Staszic, símbolo de la ciencia polaca, fue transformado en una iglesia ortodoxa rusa de estilo bizantino.
El virrey ruso Iván Paskevich, apodado «el verdugo de Polonia», gobernó con mano de hierro desde 1832, imponiendo la ley marcial. «Todo eso se arrastró al siglo XX, agravado por las muertes de miles y miles de polacos», añade Lech Walesa, líder del sindicato católico Solidaridad durante la dominación soviética y presidente polaco entre 1990 y 1995. Cada 15 de agosto, los polacos celebran masivamente el «milagro del Vístula», en el que las fuerzas polacas detuvieron el avance del Ejército Rojo en territorios de Ucrania y Bielorrusia y evitaron que el comunismo se expandiera hacia Europa Occidental. «Se celebra de corazón. Es una fiesta profundamente enraizada en la identidad polaca, un episodio que inspiró también la resistencia contra el régimen soviético», señala.
Otra de las grandes heridas abiertas en la memoria nacional polaca es el Pacto Ribbentrop-Mólotov de 1939, que incluía un protocolo secreto para dividir Polonia entre la Alemania nazi y la Unión Soviética. Tras hacerlo realidad, en 1940, la URSS ejecutó a más de 22.000 oficiales polacos en la masacre de Katyn, un crimen negado por Moscú durante décadas. «Los drones rusos del pasado miércoles no solo violaron el espacio aéreo, violaron la memoria histórica. Cada incursión rusa revive el trauma de Katyn. Es un eco de siglos de agresión», apunta Aleksandra Galka Reczko.
Esta historiadora relata las horas de terror que vivió el martes al miércoles, como millones de polacos, siguiendo las noticias por radio y televisión y temiendo una nueva invasión. «Estuve despierta toda la noche. Desde las dos de la madrugada hubo un gran flujo de desinformación por parte de varios troles que difundían que los drones ya habían llegado cerca de Ciechanów», cuenta. Según recuerda, «sentíamos verdadero miedo y muchas dudas sobre si los aliados acudirían o no en nuestra ayuda».
«Desde niños, hemos escuchado historias de nuestros abuelos sobre el enemigo ruso, la amenaza siempre está ahí», admite la traductora Katarzyna Krajewski, quien también pasó la noche en vela.

Tragedia de Smolensk

El penúltimo suceso marcado a fuego en la conciencia colectiva polaca fue la tragedia de Smolensk, el 10 de abril de 2010. El avión presidencial Tu-154M de la Fuerza Aérea Polaca se estrelló cerca de la base aérea de Smolensk, en Rusia, cuando se dirigía a conmemorar el aniversario de la masacre de Katyn. Murieron sus 96 ocupantes, entre ellos el presidente Lech Kaczyski y su esposa Maria; Franciszek Ggor, jefe del Estado Mayor General; Aleksander Szczyglo, jefe de la Oficina de Seguridad Nacional; Jerzy Szmajdziski, vicepresidente del Sejm (Parlamento polaco); Wladyslaw Stasiak, jefe de la Cancillería Presidencial; Janusz Kochanowski, defensor del pueblo; Slawomir Skrzypek, presidente del Banco Nacional de Polonia; y Anna Walentynowicz, histórica activista de Solidaridad. Polonia quedó descabezada. Una segunda comisión parlamentaria halló pruebas de dos artefactos explosivos posiblemente instalados durante el mantenimiento del avión. El hermano gemelo del fallecido presidente, Jaroslaw Kaczyski, dejó sembrada la sospecha de la autoría rusa.
Dos años antes, en 2008, durante un viaje a Georgia junto a otros líderes de Europa del este para mostrar solidaridad frente a la invasión rusa de las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, Jaroslaw Kaczyski afirmó que «estábamos profundamente convencidos de que la membresía en la OTAN y la Unión Europea pondría fin a los apetitos rusos, pero resultó ser un error y debemos resistir». Y añadió una frase que fue profética: «Hoy es Georgia, mañana será Ucrania, pasado mañana los Estados bálticos y, más adelante, quizás llegará el turno de mi país, Polonia».

Publicado: septiembre 13, 2025, 10:45 pm

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/polonia-rusos-historia-herida-abierta-20250913190657-nt.html

La tensa relación entre Rusia y Polonia, marcada por necesidades geoestratégicas y por una tórrida pasión amorosa, no ha concedido tregua desde la época zarista. Stanisław August Poniatowski, último rey de Polonia, fue elegido en 1764 con el apoyo de Catalina la Grande, su antigua amante. Se habían conocido en 1755, cuando Poniatowski llegó a San Petersburgo como parte del séquito diplomático británico, y se encontró con Catalina Alekséievna, entonces esposa del príncipe Pedro de Holstein-Gottorp, futuro Pedro III. La atracción fue al parecer irrefrenable, atestiguada por apasionadas cartas, y Catalina siguió apoyando políticamente al polaco después de convertirse en emperatriz. Presionó militarmente a la nobleza polaca para que eligiese como rey a Poniatowski, que nunca fue perdonado por ello en su propio país.

Su dependencia de Rusia lo convirtió en un monarca débil a ojos de muchos polacos y, cuando la relación se enfrió, a Catalina no le tembló el pulso a la hora de fomentar rebeliones internas y permitir que Prusia y Austria desmembrasen Polonia. Rusia, de hecho, trató a Polonia como una provincia rebelde que debía ser domesticada por la vía de la represión militar, la asimilación cultural y la destrucción institucional. En las tres particiones de Polonia (1772, 1793, 1795), Rusia se quedó con vastas regiones del este polaco, incluyendo Vilna y Kiev, sometidas a una administración imperial directa, con gobernadores rusos y leyes zaristas.

Catalina la Grande «no solo destruyó la independencia polaca, sino que humilló a su rey», explica Marcin Król, filósofo e historiador polaco, «pero la verdadera tragedia de Polonia no fue solo perder el Estado, sino perder la confianza en que Europa nos protegería de Rusia». En su libro ‘Polonia y Rusia: vecindad entre libertad y tiranía’, Nadrzej Nowak, profesor de Historia de la Universidad Jaguelónica de Cracovia, explica que «Catalina trató a Polonia como una amante descartada: primero seducida, luego despreciada», y considera que «las particiones fueron una cirugía imperial: Rusia cortó a Polonia como si fuera un tumor que amenazaba su hegemonía». «La relación entre Catalina y Poniatowski fue la metáfora perfecta del destino polaco: enamorado de Europa, traicionado por ella», concluye el ensayista Tomasz Lubieski.

Sólo tras el Congreso de Viena, Rusia permitió el ‘Reino de Polonia del Congreso’, una entidad semiautónoma bajo el control del zar Alejandro I, con constitución, ejército y parlamento que fueron nuevamente eliminados a partir de 1930. Moscú respondía a los levantamientos cerrando las escuelas polacas, prohibiendo el polaco y cerrando instituciones como la Universidad de Vilna o el Liceo Krzemieniec. En Varsovia, el Palacio Staszic, símbolo de la ciencia polaca, fue transformado en una iglesia ortodoxa rusa de estilo bizantino.

El virrey ruso Iván Paskevich, apodado «el verdugo de Polonia», gobernó con mano de hierro desde 1832, imponiendo la ley marcial. «Todo eso se arrastró al siglo XX, agravado por las muertes de miles y miles de polacos», añade Lech Walesa, líder del sindicato católico Solidaridad durante la dominación soviética y presidente polaco entre 1990 y 1995. Cada 15 de agosto, los polacos celebran masivamente el «milagro del Vístula», en el que las fuerzas polacas detuvieron el avance del Ejército Rojo en territorios de Ucrania y Bielorrusia y evitaron que el comunismo se expandiera hacia Europa Occidental. «Se celebra de corazón. Es una fiesta profundamente enraizada en la identidad polaca, un episodio que inspiró también la resistencia contra el régimen soviético», señala.

Otra de las grandes heridas abiertas en la memoria nacional polaca es el Pacto Ribbentrop-Mólotov de 1939, que incluía un protocolo secreto para dividir Polonia entre la Alemania nazi y la Unión Soviética. Tras hacerlo realidad, en 1940, la URSS ejecutó a más de 22.000 oficiales polacos en la masacre de Katyn, un crimen negado por Moscú durante décadas. «Los drones rusos del pasado miércoles no solo violaron el espacio aéreo, violaron la memoria histórica. Cada incursión rusa revive el trauma de Katyn. Es un eco de siglos de agresión», apunta Aleksandra Galka Reczko.

Esta historiadora relata las horas de terror que vivió el martes al miércoles, como millones de polacos, siguiendo las noticias por radio y televisión y temiendo una nueva invasión. «Estuve despierta toda la noche. Desde las dos de la madrugada hubo un gran flujo de desinformación por parte de varios troles que difundían que los drones ya habían llegado cerca de Ciechanów», cuenta. Según recuerda, «sentíamos verdadero miedo y muchas dudas sobre si los aliados acudirían o no en nuestra ayuda».

«Desde niños, hemos escuchado historias de nuestros abuelos sobre el enemigo ruso, la amenaza siempre está ahí», admite la traductora Katarzyna Krajewski, quien también pasó la noche en vela.

Tragedia de Smolensk

El penúltimo suceso marcado a fuego en la conciencia colectiva polaca fue la tragedia de Smolensk, el 10 de abril de 2010. El avión presidencial Tu-154M de la Fuerza Aérea Polaca se estrelló cerca de la base aérea de Smolensk, en Rusia, cuando se dirigía a conmemorar el aniversario de la masacre de Katyn. Murieron sus 96 ocupantes, entre ellos el presidente Lech Kaczyski y su esposa Maria; Franciszek Ggor, jefe del Estado Mayor General; Aleksander Szczyglo, jefe de la Oficina de Seguridad Nacional; Jerzy Szmajdziski, vicepresidente del Sejm (Parlamento polaco); Wladyslaw Stasiak, jefe de la Cancillería Presidencial; Janusz Kochanowski, defensor del pueblo; Slawomir Skrzypek, presidente del Banco Nacional de Polonia; y Anna Walentynowicz, histórica activista de Solidaridad. Polonia quedó descabezada. Una segunda comisión parlamentaria halló pruebas de dos artefactos explosivos posiblemente instalados durante el mantenimiento del avión. El hermano gemelo del fallecido presidente, Jaroslaw Kaczyski, dejó sembrada la sospecha de la autoría rusa.

Dos años antes, en 2008, durante un viaje a Georgia junto a otros líderes de Europa del este para mostrar solidaridad frente a la invasión rusa de las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, Jaroslaw Kaczyski afirmó que «estábamos profundamente convencidos de que la membresía en la OTAN y la Unión Europea pondría fin a los apetitos rusos, pero resultó ser un error y debemos resistir». Y añadió una frase que fue profética: «Hoy es Georgia, mañana será Ucrania, pasado mañana los Estados bálticos y, más adelante, quizás llegará el turno de mi país, Polonia».

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