Publicado: marzo 3, 2025, 1:44 am
La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/policias-amantes-spy-cops-escandalo-agentes-infiltrados-20250303083028-nt.html
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Helen Steel confiesa que nunca había sentido un amor tan intenso. Que su corazón latía con fuerza cuando caminaba de la mano de John Barker, el hombre con quien había construido sueños y planes de un futuro que imaginaban juntos en una casa … en el campo. Compartían largas caminatas, conversaciones profundas y promesas de esa vida en común. John le había dicho que quería tener hijos, incluso se atrevía a bromear con que quería, ni más ni menos, que seis. Ella sonreía, feliz y enamorada. Pero un día todo cambió. John comenzó a distanciarse, sus ausencias se volvieron más largas y sus explicaciones más vagas. Finalmente, de un día para otro, desapareció por completo.
Helen estaba desconsolada y sin entender lo que pasaba. Se preguntaba día y noche qué había hecho mal, por qué el hombre al que amaba la había abandonado de esa manera tan abrupta. Pasaron los años y, aunque ella intentó reconstruir su vida, algo le decía que la historia de John no había terminado allí. Fue entonces cuando dio un paso al frente y comenzó a investigar. Revisó archivos, buscó en registros públicos y viajó a distintos lugares con la esperanza de encontrar respuestas. Finalmente, descubrió la verdad: John Barker no existía, sino que era en realidad un policía encubierto llamado John Dines, cuya misión era infiltrarse en movimientos activistas. Todo había sido una mentira. Su amor, sus promesas, sus sueños compartidos, todo había sido calculado, o al menos permitido, por el Estado.
El caso de Helen no es ficticio, ni tampoco único. Durante cuatro décadas, entre 1968 y 2010, al menos 25 agentes encubiertos de la Policía británica hicieron lo mismo: se infiltraron en movimientos políticos y establecieron relaciones sentimentales con mujeres a las que nunca revelaron su verdadera identidad. No eran casos aislados ni mucho menos decisiones individuales de los agentes, sino un patrón sistemático de engaño, abuso y manipulación oficial que se conoce como el escándalo de los «spy cops» («policías espías»).
Los espías solían pasar alrededor de cuatro años infiltrados en movimientos activistas, donde se hacían pasar por fervientes defensores de la causa, se ganaban la confianza de los militantes y formaban relaciones de pareja con mujeres que nunca sospecharon la verdad. Al menos cuatro de estos agentes fueron padres mientras usaban sus identidades falsas y luego desaparecieron de la vida de sus familias con pretextos imposibles para justificar su ausencia.
Jacqui fue otra de las víctimas de este abuso. Durante años creyó haber compartido su vida con Bob Lambert, con quien tuvo un hijo. Lambert, como muchos otros, era en realidad un policía encubierto. Un día desapareció, dejándola con su hijo y con la historia falsa de que debía huir al extranjero para evitar ser arrestado. La verdad solo la descubrió veinte años después, cuando por casualidad se enteró de que su expareja no era un activista perseguido, sino un agente de la Policía que había construido toda su relación sobre una mentira. «Mi vida quedó absolutamente destrozada», declaró Jacqui.
Belinda Harvey también sufrió una experiencia similar. Durante 18 meses tuvo una relación también con Bob Lambert, sin saber su verdadera identidad. Ella lo describió como un hombre atento y cariñoso, alguien con quien se imaginaba construyendo un futuro. Pero, cuando la verdad salió a la luz, su mundo se desmoronó. «Me utilizó de manera cruel y manipuladora», declaró ante la investigación pública sobre el escándalo que comenzó en 2015. El caso, dirigido por el juez John Mitting, entraña tanta complejidad y alcance que, al abarcar abarcar décadas de operaciones encubiertas y numerosas víctimas, ha tenido que ser ampliado. De hecho, no hay una fecha definida para la conclusión de las pesquisas. Para Belinda Harvey, lo más devastador fue descubrir que Lambert había planeado su salida de la relación con frialdad. Durante un año entero le aseguró que la amaba mientras, en secreto, preparaba su desaparición definitiva.
Lisa Jones vivió un engaño similar con Mark Kennedy. Seis años de relación que fueron destruidos cuando ella encontró un pasaporte con su foto, pero con un nombre desconocido. No solo descubrió que el hombre con quien había compartido su vida era un policía encubierto, sino que además tenía un hijo del que ella no sabía nada. «Pensé que lo conocía mejor que nadie», confesó Jones, devastada.
Y así, un caso tras otro, el escándalo de los «policías amantes» es una historia de engaño y a la vez un reflejo de la corrupción sistémica dentro de las fuerzas de seguridad británicas. A lo largo de más de cuarenta años, aproximadamente 139 agentes encubiertos espiaron a más de mil grupos políticos, y muchos de ellos usaron las identidades de personas fallecidas, en su mayoría nombres de niños que habían muerto a edades tempranas. La vigilancia que tenían a cargo era intensa: tenían que recabar información sobre las actividades políticas de estos grupos, pero también sobre la vida personal de los activistas, incluyendo sus relaciones sentimentales, su sexualidad y sus finanzas. Los grupos en los que se infiltraban eran movimientos de izquierda, ambientalistas y defensores de derechos humanos, como Greenpeace. Aunque la policía británica justificó estas operaciones como una forma de combatir el extremismo, la realidad es que muchas de las organizaciones espiadas no representaban ninguna amenaza real para la seguridad pública.
El alcance del escándalo ha sido documentado y expuesto en una serie de investigaciones realizadas por el periódico ‘The Guardian’ y el canal ITV, que emitirá en breve la serie documental «The Undercover Police Scandal: Love and Lies Exposed», donde algunas de las sesenta mujeres víctimas, muchas de las cuales eran adolescentes cuando conocieron a los policías, se atreven a contar su historia ante las cámaras.
Estas revelaciones han sido fundamentales para comprender la magnitud del abuso perpetrado por la Policía británica y sirvieron como detonante para que se abriera la investigación pública. En un esfuerzo por destapar la verdad, un grupo de mujeres víctimas de estos engaños dedicaron años a rastrear pistas, revisar registros públicos o viajar al extranjero para descubrir la verdadera identidad de los hombres con los que habían compartido parte de su vida. David Barr, el principal abogado de la investigación, ha sido categórico al afirmar que estas tácticas de engaño, que eran conocidas por los superiores de los involucrados, no tienen justificación alguna.
Tras años de lucha, algunas de las afectadas han logrado obtener justicia. Kate Wilson, otra activista engañada por Mark Kennedy, obtuvo en 2022 una indemnización de 229.000 libras esterlinas (unos 277.000 euros). La investigación determinó que la Policía había violado sus derechos humanos de manera flagrante. Pero muchas víctimas siguen sin recibir respuestas y aún quedan numerosos agentes cuyas identidades no han sido reveladas.
Las consecuencias psicológicas de estos engaños han sido devastadoras. Muchas de las mujeres afectadas han declarado que quedaron incapacitadas para volver a confiar en otra persona, algunas han desarrollado trastorno de estrés postraumático y otras han tenido dificultades para rehacer sus vidas. Además, denuncian que la Policía británica, en lugar de centrarse en amenazas reales, invirtió recursos y esfuerzos en desmantelar movimientos ciudadanos legítimos, destruyendo la vida de muchas personas en el proceso.