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Merz viaja a EE.UU. para 'reconquistar' a Trump

Al nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, le ha sido otorgado un trato preferente en su primer viaje oficial a Washington. No son muchos los invitados del presidente de Estados Unidos a los que se les ofrece pernoctar en la Blair House, la casa … de huéspedes en el complejo de la Casa Blanca situada a la vuelta de la Galería Renwick. Allí se alojaron también en su día la Reina Isabel II, el sah de Persia y Charles de Gaulle. Desde 1942, los presidentes de Estados Unidos han utilizado con cuentagotas el edificio del siglo XIX que lleva el nombre del editor de periódicos Francis Preston Blair, miembro del círculo informal de asesores de Andrew Jackson, el llamado ‘Gabinete de Cocina’, para agasajar a sus visitas.
El equipo de Merz considera esta deferencia un síntoma muy bueno y tiene puestas en este viaje oficial muchas esperanzas de recuperar unas relaciones bilaterales destruidas durante la anterior legislatura. En el mandato del canciller Olaf Scholz, Trump no ahorró en muestras de desprecio hacia Alemania, ya que miembros de su Gobierno hicieron públicamente campaña contra la candidatura y posteriores políticas del presidente americano. Merz se ha preparado a fondo para la conversación individual, el almuerzo conjunto y la rueda de prensa con Trump previstos en la agenda.
El canciller alemán ha pedido consejo sobre cómo lidiar con el presidente de Estados Unidos a quienes ya han tenido anteriormente el gusto (en algunos casos disgusto). Estos van desde el ucraniano Volodímir Zelenski, el sudafricano Cyril Ramaphosa y la italiana Giorgia Meloni, hasta el noruego Jonas Gahr Store y el presidente finlandés Alexander Stubb, quien tiene muy buena relación con Trump. «Tienes que adaptarte a él e involucrarte con él. Y, al mismo tiempo, no puedes hacerte más pequeño de lo que somos. No somos suplicantes», ha confesado su estrategia.

Pero Trump es tan impredecible que Berlín ha echado el resto en esfuerzos diplomáticos preparando la visita. Alemania, que durante mucho tiempo fue para el presidente estadounidense el símbolo por excelencia del parasitismo de la política de seguridad, ahora quiere invertir mucho más en su propia defensa. Ese es el mensaje que Merz pretende hacer entender a su anfitrión y en su equipaje lleva abundante material para apaciguar al hombre de la Casa Blanca.
Por mucho que la independencia y la soberanía de Europa estén ahora en boca de todos los líderes europeos, en un futuro previsible no será posible por completo sin los estadounidenses, ni en Ucrania, ni en la OTAN, ni en cuestiones comerciales. En términos de seguridad y política económica, mucho depende de que Merz sea ahora capaz de construir al menos una relación de trabajo medianamente resistente con Trump.
Si además consigue consensuar una línea de acción conjunta que luego se siga, será un éxito rotundo. Porque Merz ha puesto todo su empeño en sus primeras semanas como canciller alemán en establecer puentes con Trump y en recuperar una comunicación fluida. Ha conseguido incluso grabar el número de teléfono personal del presidente de Estados Unidos en su memoria de contactos y ha creído tenerlo a bordo de un acuerdo de alto el fuego para Ucrania bajo amenaza de sanciones más duras contra Moscú, pero bastó una sola llamada entre Trump y Putin para perder el apoyo de Washington.
La visión de Merz es indudablemente atlantista y está dispuesto a poner sobre la mesa lo que sabe que a Trump le interesa: mucho dinero. Incluso antes de mudarse a la Cancillería, con la eliminación del freno a la deuda anclado a la Ley Fundamental alemana, estableció las bases para una nueva relación. Alemania se ha reorientado con los recursos necesarios al nuevo objetivo de la OTAN impuesto por Trump de invertir el 5% de la producción económica en defensa e infraestructura militarmente relevante: más de 200.000 millones de euros al año. Ha puesto los medios para expandir la Bundeswehr hasta convertirla en la fuerza convencional más grande de Europa, con 250.000 o incluso 260.000 soldados.
A cambio de estas muestras de buena voluntad, Merz espera hacer entender a su anfitrión que Alemania debe seguir siendo económicamente fuerte para que su papel en la estructura de seguridad transatlántica se reevalúe por completo, y que la guerra comercial debe terminar. Se enfrenta para ello todavía con dos serios obstáculos: ni Putin, a quien Trump escucha, está de acuerdo, ni está de acuerdo tampoco una buena parte de la sociedad alemana. El segundo partido más votado en las últimas elecciones y actual primera fuerza de la oposición, Alternativa para Alemania (AfD), no percibe el rearme como herramienta de disuasión sino como acto de belicismo contra Rusia, con la que simpatiza. Y una generación de jóvenes alemanes se está enfrentando con el inesperado debate sobre el servicio militar obligatorio.
A pesar de todo ello, el equipo de Merz rezuma esperanza. Cuando el ministro de Relaciones Exteriores, Johann Wadephul, realizó su visita inaugural al secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio, el pasado miércoles, solo se permitió inicialmente un breve apretón de manos frente a las cámaras en el séptimo piso del Departamento de Estado. Tras despedirse, sin embargo, Rubio escribió en X que el nuevo Gobierno alemán reconoce la urgencia de los desafíos globales actuales y «los afronta con acción». Wadephul pudo relajarse en el vuelo de regreso a Berlín.

Publicado: junio 5, 2025, 12:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/merz-viaja-eeuu-seducir-trump-20250604115003-nt.html

Al nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, le ha sido otorgado un trato preferente en su primer viaje oficial a Washington. No son muchos los invitados del presidente de Estados Unidos a los que se les ofrece pernoctar en la Blair House, la casa de huéspedes en el complejo de la Casa Blanca situada a la vuelta de la Galería Renwick. Allí se alojaron también en su día la Reina Isabel II, el sah de Persia y Charles de Gaulle. Desde 1942, los presidentes de Estados Unidos han utilizado con cuentagotas el edificio del siglo XIX que lleva el nombre del editor de periódicos Francis Preston Blair, miembro del círculo informal de asesores de Andrew Jackson, el llamado ‘Gabinete de Cocina’, para agasajar a sus visitas.

El equipo de Merz considera esta deferencia un síntoma muy bueno y tiene puestas en este viaje oficial muchas esperanzas de recuperar unas relaciones bilaterales destruidas durante la anterior legislatura. En el mandato del canciller Olaf Scholz, Trump no ahorró en muestras de desprecio hacia Alemania, ya que miembros de su Gobierno hicieron públicamente campaña contra la candidatura y posteriores políticas del presidente americano. Merz se ha preparado a fondo para la conversación individual, el almuerzo conjunto y la rueda de prensa con Trump previstos en la agenda.

El canciller alemán ha pedido consejo sobre cómo lidiar con el presidente de Estados Unidos a quienes ya han tenido anteriormente el gusto (en algunos casos disgusto). Estos van desde el ucraniano Volodímir Zelenski, el sudafricano Cyril Ramaphosa y la italiana Giorgia Meloni, hasta el noruego Jonas Gahr Store y el presidente finlandés Alexander Stubb, quien tiene muy buena relación con Trump. «Tienes que adaptarte a él e involucrarte con él. Y, al mismo tiempo, no puedes hacerte más pequeño de lo que somos. No somos suplicantes», ha confesado su estrategia.

Pero Trump es tan impredecible que Berlín ha echado el resto en esfuerzos diplomáticos preparando la visita. Alemania, que durante mucho tiempo fue para el presidente estadounidense el símbolo por excelencia del parasitismo de la política de seguridad, ahora quiere invertir mucho más en su propia defensa. Ese es el mensaje que Merz pretende hacer entender a su anfitrión y en su equipaje lleva abundante material para apaciguar al hombre de la Casa Blanca.

Por mucho que la independencia y la soberanía de Europa estén ahora en boca de todos los líderes europeos, en un futuro previsible no será posible por completo sin los estadounidenses, ni en Ucrania, ni en la OTAN, ni en cuestiones comerciales. En términos de seguridad y política económica, mucho depende de que Merz sea ahora capaz de construir al menos una relación de trabajo medianamente resistente con Trump.

Si además consigue consensuar una línea de acción conjunta que luego se siga, será un éxito rotundo. Porque Merz ha puesto todo su empeño en sus primeras semanas como canciller alemán en establecer puentes con Trump y en recuperar una comunicación fluida. Ha conseguido incluso grabar el número de teléfono personal del presidente de Estados Unidos en su memoria de contactos y ha creído tenerlo a bordo de un acuerdo de alto el fuego para Ucrania bajo amenaza de sanciones más duras contra Moscú, pero bastó una sola llamada entre Trump y Putin para perder el apoyo de Washington.

La visión de Merz es indudablemente atlantista y está dispuesto a poner sobre la mesa lo que sabe que a Trump le interesa: mucho dinero. Incluso antes de mudarse a la Cancillería, con la eliminación del freno a la deuda anclado a la Ley Fundamental alemana, estableció las bases para una nueva relación. Alemania se ha reorientado con los recursos necesarios al nuevo objetivo de la OTAN impuesto por Trump de invertir el 5% de la producción económica en defensa e infraestructura militarmente relevante: más de 200.000 millones de euros al año. Ha puesto los medios para expandir la Bundeswehr hasta convertirla en la fuerza convencional más grande de Europa, con 250.000 o incluso 260.000 soldados.

A cambio de estas muestras de buena voluntad, Merz espera hacer entender a su anfitrión que Alemania debe seguir siendo económicamente fuerte para que su papel en la estructura de seguridad transatlántica se reevalúe por completo, y que la guerra comercial debe terminar. Se enfrenta para ello todavía con dos serios obstáculos: ni Putin, a quien Trump escucha, está de acuerdo, ni está de acuerdo tampoco una buena parte de la sociedad alemana. El segundo partido más votado en las últimas elecciones y actual primera fuerza de la oposición, Alternativa para Alemania (AfD), no percibe el rearme como herramienta de disuasión sino como acto de belicismo contra Rusia, con la que simpatiza. Y una generación de jóvenes alemanes se está enfrentando con el inesperado debate sobre el servicio militar obligatorio.

A pesar de todo ello, el equipo de Merz rezuma esperanza. Cuando el ministro de Relaciones Exteriores, Johann Wadephul, realizó su visita inaugural al secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio, el pasado miércoles, solo se permitió inicialmente un breve apretón de manos frente a las cámaras en el séptimo piso del Departamento de Estado. Tras despedirse, sin embargo, Rubio escribió en X que el nuevo Gobierno alemán reconoce la urgencia de los desafíos globales actuales y «los afronta con acción». Wadephul pudo relajarse en el vuelo de regreso a Berlín.

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