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Mark Carney, el tecnócrata frío que se enfrenta a Trump

En un pabellón abarrotado en la provincia canadiense de Ontario, Mark Carney vive uno de los momentos más reveladores de su breve carrera política. Mientras saluda al público, una mujer entre la multitud le grita: «¡Te queremos!». Carney sonríe, asiente brevemente y responde con cortesía, … con un gesto dubitativo, casi forzado, como si no terminara de saber qué hacer con una declaración de afecto tan emotiva. «¡También os quiero!».
El primer ministro en funciones y candidato a revalidar el puesto por el izquierdista Partido Liberal no viene de esa escuela, la de besar niños y de improvisar abrazos y sonrisas. Carney no es el apuesto Justin Trudeau, que solía encandilar al público con una naturalidad calculada, sino un tecnócrata, un economista forjado en las salas de juntas de Goldman Sachs y los bancos centrales de Canadá y el Reino Unido. Llegó a la política tarde, dice él que a regañadientes, después de una vida dedicada a diseñar respuestas frías y estructuradas a crisis financieras globales.
Su llegada al poder no ha sido fruto de un carisma arrollador, del que carece, ni de una carrera política planeada, sino del azar de una crisis: el colapso de Trudeau, la amenaza de anexión de Donald Trump y una necesidad urgente de liderazgo centrista aquí en Ottawa. En un país que había comenzado a dudar de sus propios reflejos políticos, Carney —un hombre que durante décadas se movió lejos de los focos— se encontró en el centro de la historia casi por accidente. Él mismo llegó a bromear años atrás en 2012 que antes de dedicarse a la política preferiría ser «payaso de circo».

Sin improvisaciones

Y ahora, a sus 59 años, intenta adaptarse a una política que pide emoción, mientras su instinto sigue siendo el de imponer calma. Carney no improvisa, no se deja arrastrar por la euforia del momento. Cada respuesta en sus mítines va numerada: «hay tres razones para esto», «hay cinco pasos para lo otro». Su campaña tiene más de documento técnico que de espectáculo electoral, aunque sea lo que los votantes piden.
Ante un auditorio atento y deseoso de proclamas patrióticas, Carney enumera con precisión de banquero los desafíos que enfrenta Canadá: los aranceles impuestos por Trump, la necesidad de diversificar los socios comerciales, la urgencia de defender la soberanía nacional, acercarse a Europa. «Nosotros no buscamos esta pelea», dice, «pero si nos la imponen, como en el hockey, sabremos cómo responder». En general, se presenta como un dirigente previsible frente a un mundo cada vez más volátil, mientras trufa su discurso de alguna referencia medidamente nacionalista, como ese recordatorio de que la selección canadiense de hockey venció a la estadounidense hace poco, a pesar del explícito apoyo de Trump a los norteamericanos.
Así, este banquero de perfil frío y cerebral se ha reencarnado en el anti-Trump. Ha hecho del enfrentamiento de su país con el presidente americanop el eje central de su campaña. No levanta pancartas ni agita banderas, pero golpea con firmeza cuando habla del «desprecio» mostrado por Estados Unidos hacia los trabajadores canadienses. Insiste en que Canadá debe seguir siendo un país abierto, moderno y competitivo, pero advierte que esta apertura no puede basarse en una sumisión automática a su vecino al sur. Una de sus propuestas más repetidas es renegociar las relaciones comerciales, abriendo nuevos mercados en Europa, Asia y América Latina para reducir la dependencia de Washington.

Relaciones con China

Pero Durante la campaña, la relación de Carney con China se ha convertido en su mayor problema político. Aunque en el pasado su experiencia como banquero y ejecutivo de empresas con inversiones en China era vista como un activo, ahora sus oponentes lo utilizan en su contra. Carney ha tratado de distanciarse, llegando a calificar a China como «una de las mayores amenazas para la seguridad de Canadá» en un debate electoral. Sin embargo, ha sido criticado por apoyar a un candidato liberal vinculado a organizaciones cercanas al Partido Comunista Chino en Canadá, en un marco de creciente preocupación por la injerencia extranjera en las comunidades de la diáspora. La relación bilateral entre Canadá y China ya estaba deteriorada desde el arresto de una alta ejecutiva de Huawei en 2018 a petición de Estados Unidos.
Tampoco ha sido inmune a los ataques que lo retratan como un elitista desconectado, un «banquero de Davos» más preocupado por las finanzas globales que por la vida cotidiana de los canadienses. Sus adversarios recuerdan su etapa en Goldman Sachs, su fortuna personal de más de cinco millones de euros, y hasta el hecho de que durante años no hacía su propia compra en el supermercado.
No obstante, si algo ha aprendido Carney tras décadas gestionando crisis es que «tener un plan es mejor que no tenerlo», como escribió en su libro «Valor(es)». Y en medio de la turbulencia política, su falta de carisma se convierte, paradójicamente, en una virtud: ante un mundo incierto, muchos canadienses parecen querer, más que un seductor, un gestor que no pierda los nervios.

Publicado: abril 28, 2025, 12:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/mark-carney-tecnocrata-frio-enfrenta-trump-20250427210933-nt.html

En un pabellón abarrotado en la provincia canadiense de Ontario, Mark Carney vive uno de los momentos más reveladores de su breve carrera política. Mientras saluda al público, una mujer entre la multitud le grita: «¡Te queremos!». Carney sonríe, asiente brevemente y responde con cortesía, con un gesto dubitativo, casi forzado, como si no terminara de saber qué hacer con una declaración de afecto tan emotiva. «¡También os quiero!».

El primer ministro en funciones y candidato a revalidar el puesto por el izquierdista Partido Liberal no viene de esa escuela, la de besar niños y de improvisar abrazos y sonrisas. Carney no es el apuesto Justin Trudeau, que solía encandilar al público con una naturalidad calculada, sino un tecnócrata, un economista forjado en las salas de juntas de Goldman Sachs y los bancos centrales de Canadá y el Reino Unido. Llegó a la política tarde, dice él que a regañadientes, después de una vida dedicada a diseñar respuestas frías y estructuradas a crisis financieras globales.

Su llegada al poder no ha sido fruto de un carisma arrollador, del que carece, ni de una carrera política planeada, sino del azar de una crisis: el colapso de Trudeau, la amenaza de anexión de Donald Trump y una necesidad urgente de liderazgo centrista aquí en Ottawa. En un país que había comenzado a dudar de sus propios reflejos políticos, Carney —un hombre que durante décadas se movió lejos de los focos— se encontró en el centro de la historia casi por accidente. Él mismo llegó a bromear años atrás en 2012 que antes de dedicarse a la política preferiría ser «payaso de circo».

Sin improvisaciones

Y ahora, a sus 59 años, intenta adaptarse a una política que pide emoción, mientras su instinto sigue siendo el de imponer calma. Carney no improvisa, no se deja arrastrar por la euforia del momento. Cada respuesta en sus mítines va numerada: «hay tres razones para esto», «hay cinco pasos para lo otro». Su campaña tiene más de documento técnico que de espectáculo electoral, aunque sea lo que los votantes piden.

Ante un auditorio atento y deseoso de proclamas patrióticas, Carney enumera con precisión de banquero los desafíos que enfrenta Canadá: los aranceles impuestos por Trump, la necesidad de diversificar los socios comerciales, la urgencia de defender la soberanía nacional, acercarse a Europa. «Nosotros no buscamos esta pelea», dice, «pero si nos la imponen, como en el hockey, sabremos cómo responder». En general, se presenta como un dirigente previsible frente a un mundo cada vez más volátil, mientras trufa su discurso de alguna referencia medidamente nacionalista, como ese recordatorio de que la selección canadiense de hockey venció a la estadounidense hace poco, a pesar del explícito apoyo de Trump a los norteamericanos.

Así, este banquero de perfil frío y cerebral se ha reencarnado en el anti-Trump. Ha hecho del enfrentamiento de su país con el presidente americanop el eje central de su campaña. No levanta pancartas ni agita banderas, pero golpea con firmeza cuando habla del «desprecio» mostrado por Estados Unidos hacia los trabajadores canadienses. Insiste en que Canadá debe seguir siendo un país abierto, moderno y competitivo, pero advierte que esta apertura no puede basarse en una sumisión automática a su vecino al sur. Una de sus propuestas más repetidas es renegociar las relaciones comerciales, abriendo nuevos mercados en Europa, Asia y América Latina para reducir la dependencia de Washington.

Relaciones con China

Pero Durante la campaña, la relación de Carney con China se ha convertido en su mayor problema político. Aunque en el pasado su experiencia como banquero y ejecutivo de empresas con inversiones en China era vista como un activo, ahora sus oponentes lo utilizan en su contra. Carney ha tratado de distanciarse, llegando a calificar a China como «una de las mayores amenazas para la seguridad de Canadá» en un debate electoral. Sin embargo, ha sido criticado por apoyar a un candidato liberal vinculado a organizaciones cercanas al Partido Comunista Chino en Canadá, en un marco de creciente preocupación por la injerencia extranjera en las comunidades de la diáspora. La relación bilateral entre Canadá y China ya estaba deteriorada desde el arresto de una alta ejecutiva de Huawei en 2018 a petición de Estados Unidos.

Tampoco ha sido inmune a los ataques que lo retratan como un elitista desconectado, un «banquero de Davos» más preocupado por las finanzas globales que por la vida cotidiana de los canadienses. Sus adversarios recuerdan su etapa en Goldman Sachs, su fortuna personal de más de cinco millones de euros, y hasta el hecho de que durante años no hacía su propia compra en el supermercado.

No obstante, si algo ha aprendido Carney tras décadas gestionando crisis es que «tener un plan es mejor que no tenerlo», como escribió en su libro «Valor(es)». Y en medio de la turbulencia política, su falta de carisma se convierte, paradójicamente, en una virtud: ante un mundo incierto, muchos canadienses parecen querer, más que un seductor, un gestor que no pierda los nervios.

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