Publicado: diciembre 9, 2025, 9:45 pm
La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/siria-ano-assad-20251210042530-nt.html
«Tenemos miedo, salimos de casa con miedo. Malula es un caso particular porque muchos de los terroristas del Frente Al Nusra eran del mismo pueblo, no llegaron de fuera. Pedimos al Gobierno que controle a los sectores más radicales», suplica Fadwa Kallomeh … en la iglesia del monasterio grecocatólico de San Sergio y San Baco, en lo alto de Malula, la localidad donde se conserva el arameo, la lengua que hablaba Jesús.
El templo, que resultó gravemente dañado durante la ocupación de esta localidad de mayoría cristiana por parte del Frente Al Nusra en 2013, ha sido rehabilitado y uno de los iconos originales que se salvó de la destrucción y el saqueo vuelve a estar colgado en los muros.
Desde la caída del antiguo régimen, cada día en esta localidad mixta es una prueba. Los cristianos no olvidan que el actual presidente, Ahmed al Sharaa, era el líder máximo del grupo que hace nueve años les echó por la fuerza, destrozó sus casas, decapitó estatuas de vírgenes, secuestró a doce monjas del convento de Santa Tecla y llenó las paredes de eslóganes de venganza contra «los esclavos de la Cruz».
El Ejército sirio, con la ayuda de Hizbolá, logró liberar Malula después de siete meses de duros combates. Entonces empezaron a regresar las familias cristianas como la de Fadwa y comenzó una labor de reconstrucción de los hogares que no ha concluido. «En estos últimos doce meses se puede decir que la situación es de normalidad, pero no como antes del ataque de Al Nusra porque hay muchas familias que nunca van a regresar», lamenta Fadwa, quien interrumpe la entrevista por la llegada de un grupo de turistas extranjeros ante quienes interpreta el Padre Nuestro en arameo.
Malula recibe desde el verano una media de 200 turistas foráneos al mes, según el registro de un monasterio que también ha recuperado la bodega en honor a San Baco, lo primero que arrasaron los yihadistas. Según los datos del Ministerio de Turismo, en 2010, un año antes del estallido de la revolución contra Bashar al Assad, recibió 200.000 visitantes.
Benjamin Crowley acaba de comprar dos botellas de tinto. Este australiano es el dueño de Saiga Tours y prepara viajes en grupo a países como Siria, Afganistán, Libia o Yemen. «Además del interés cultural, la gente quiere ver lo malo que puede ser el ser humano, el nivel de destrucción que somos capaces de causar, lo horrible que podemos llegar a ser», explica Crowley, quien advierte de que el viaje es «peligroso» y recuerda que «el lunes hubo un coche bomba en Damasco, Israel puede bombardear en cualquier momento y el Estado Islámico sigue presente en varias zonas del desierto».
Desde el monasterio, los turistas se desplazan a pie al vecino hotel Safir, un establecimiento de cinco estrellas en lo más alto de Malula reducido a escombros en los combates de 2013.
Malula lucha por dejar atrás la muerte y la destrucción causada por los yihadistas y recuperar el pulso vital
Antes de la ocupación de Al Qaida, aquí vivían unas 5.000 personas. Ahora cuesta ver gente por la calle o tiendas abiertas, se calcula que son menos de mil los habitantes. Odai Duab, abogado de 35 años, abrió en junio la única carnicería del pueblo. Prepara bandejas de hígado y recuerda que «nosotros somos musulmanes, también escapamos en 2013 y perdimos nuestra casa. Intentamos regresar tras el final de los combates, pero no nos dejaron porque nos etiquetaron de ‘terroristas’. Por fin pudimos retornar cuando colapsó el régimen y he alquilado un piso y esta tienda. Me siento como si hubiera vuelto a nacer y creo que todo irá bien porque Malula era antes y debe ser de nuevo un ejemplo de convivencia, más que eso, aquí musulmanes y cristianos somos hermanos».
Duab asegura que siete familias musulmanas han vuelto en los últimos doce meses y que las autoridades reparan las mezquitas dañadas. Al lado de la carnicería está el supermercado de George donde se puede comprar comida y alcohol. Su ayudante es Mohamed, compañero musulmán de la escuela, con quien se reparte la atención a los clientes. Ellos, como Odai, piensan que «todo saldrá bien y volveremos a vivir juntos».
Arameo en peligro
Malula es junto a Jabadin y Bakah una de las tres aldeas en las que aún se habla el arameo en Siria, pero es la única que sigue siendo mayoritariamente cristiana. Es un pueblecito de postal con casas marrones y malvas que cuelgan de un acantilado y al que se llega tras abandonar la autopista que une la capital con Homs y afrontar una carretera estrecha y muy escarpada de montaña. Las cruces se mezclan con los minaretes y la llamada al rezo con el repicar de campanas.
La guerra ha tenido también un impacto directo en el arameo, una lengua que es un tesoro cultural viviente de 7.000 años que está en peligro de extinción. El destino de esta lengua antigua podría ahora depender de una persona como Georges Zaarour, «el único traductor que queda en el mundo», como revela con tristeza desde su casa colgante, en plena montaña. Este hombre de 69 años con graves problemas de visión ha dedicado su vida a la enseñanza del arameo y asiste con impotencia a su final.
«El idioma está vinculado con la tierra, la gente se ha visto forzada a salir y se ha perdido la lengua. El 80 por ciento de los habitantes se han ido. Este Gobierno que tenemos ahora no es de tecnócratas, acaban de llegar y tienen muchos frentes abiertos», lamenta el traductor, que muestra su último trabajo, una obra de la poeta chilena Gabriela Mistral. Zaarour confía en que los habitantes de Malula regresen y con ellos resucite la lengua de Jesús.
