Publicado: junio 3, 2025, 10:45 pm
La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/jian-pais-autoritario-generacion-entera-puede-vivir-20250603205804-nt.html
Quince días pasó Ma Jian acampado sobre los adoquines de la plaza de Tiananmen. Dos semanas más densas que muchas vidas, plasmadas en ‘Pekín en coma’ (Literatura Mondadori, 2008), la gran novela sobre el infame capítulo cuyo recuerdo el Partido Comunista pretende eliminar, como … ya eliminara a los manifestantes que pedían democracia hace hoy 36 años. Ma, uno de los más afamados literatos chinos, eligió escribir en lugar de callar, y por ello vive en el exilio desde hace décadas. Ahora en Londres, desde donde atiende a ABC, aunque insiste en conversar en chino.
–¿Por qué?
-Es sencillo. Para mí el chino es como mi madre, es mi patria. Dondequiera que vaya lo llevo conmigo. Incluso en mi lápida quiero que estén grabados caracteres chinos. Simplemente no tengo la capacidad de expresar mis pensamientos en otro idioma.
–Antes de las protestas de Tiananmen, usted ya era un destacado artista y activista. ¿Cómo describiría el ambiente sociopolítico entonces?
-A finales de los ochenta el ambiente era muy opresivo, la gente no veía una salida, no sabíamos qué podíamos hacer ni si algún día tendríamos libertad. En 1987 el Partido Comunista lanzó una campaña contra el «liberalismo burgués», no sé con certeza por qué, pero sí puedo decir que todo comenzó con Fang Lizhi. Él era entonces rector de una universidad en Hefei y animó a los estudiantes a protestar. Poco después, los estudiantes de la Universidad de Pekín trataron de organizar su propia manifestación. Cientos de ellos marcharon hacia la plaza de Tiananmen, pero rápidamente les convencieron para que volvieran. La manifestación duró poco, pero Deng Xiaoping se puso nervioso. Apenas un mes más tarde lanzó una campaña masiva para decir que en el socialismo no había espacio para la libertad, que era algo malo e implicaba desobedecer al Partido. La campaña alcanzó todos los sectores de la sociedad y provocó la destitución del secretario general Hu Yaobang. Por eso, cuando en 1989 murió Hu, estalló una gran protesta, porque la gente no había sido derrotada del todo. Todos volvimos a la plaza. En ese momento no queríamos derrocar al Partido Comunista, solo esperábamos que permitieran la democracia, la libertad y los derechos humanos. El movimiento estudiantil de 1989 fue, en realidad, una reacción a la campaña contra el liberalismo burgués de 1987.
–¿Cuál es su recuerdo más vívido de aquellos días?
-Mi recuerdo más vívido es uno que me toca directamente: cuando la Delegación de Escritores Chinos y el grupo del Instituto Literario Lu Xun desfilaron frente a mí. Había miles de personas, casi todos los escritores y poetas conocidos de China. Creo que Yu Hua y Mo Yan Yan [premio Nobel de Literatura en 2012] estaban, pero no estoy seguro, había tantos… Yo estaba haciendo fotos cuando alguien me reconoció, quizá la esposa de Yu Hua, no lo recuerdo bien. «¡Ese hombre con la cámara es Ma Jian!», gritó. De pronto todos se volvieron hacia mí y extendieron sus manos: «¡Hola, Ma Jian!», cantaron al unísono. Miles de escritores compartimos de pronto un momento de conexión íntima. ¿Por qué ese recuerdo es tan significativo para mí? Porque, 36 años después, ninguno de ellos ha escrito sobre lo que vivió en Tiananmen, nadie ha escrito sobre lo que hizo o pensó durante el movimiento. No tienen historia personal, a pesar de que siguen vivos. Se convirtieron en escritores cortesanos del Partido Comunista. Hubo, claro, algunas excepciones. Li Hong escribió un poema y fue condenado a siete años de cárcel. Cuando salió estaba en tan malas condiciones que solo podía mover los ojos. Otros, como Yu Hua o Mo Yan, han tenido mucho éxito. Eso me generó una impresión muy profunda: el pueblo chino cambia rápidamente, porque no tiene fe. Cuando el Partido Comunista reprime, la gente deja de hablar.
–¿Le parece reprobable que no escribieran al respecto?
-Hay varias formas de verlo. Si no me hubieran empujado al exilio y me hubiera quedado en China, ¿también me habría convertido en un escritor temeroso de hablar? ¿Habría empezado a escribir sobre emperadores, tramas de telenovelas baratas o historias de guerra entre nacionalistas y japoneses? Tal vez hubiera dejado de reflexionar sobre la realidad china, especialmente si el Partido me hubiera dado propiedades, una vida cómoda, y hubiera llenado las librerías Xinhua con mis libros. En un país autoritario, una generación entera puede vivir sin pensar. Puedes vivir media vida como un esclavo, obedeciendo órdenes, gritando «¡Xi Jinping es genial!» o fingiendo no decir nada. En un entorno así se puede escribir cualquier cosa, siempre que no se publique. O, tal vez precisamente en un entorno así, deberíamos escribir nuestras mejores obras. Siempre hay una excusa aceptable: estar tranquilo, proteger a la familia… Pero no se puede vivir toda una vida así. Si una carrera literaria dura cincuenta años, al menos la mitad debería vivirse siendo uno mismo.
–Usted sí escribió: una novela. ¿Por qué recurrir a la ficción?
-Soy escritor, no historiador. La premisa es que, cuando un escritor escribe una novela, debe reorganizar y replantear los eventos históricos en los que se basa. Tomé muchos de los conflictos, alianzas e ideales compartidos entre los estudiantes y los concentré en unos pocos personajes para dar claridad narrativa. La historia es como la tierra, la literatura es como una semilla plantada en esa tierra. Lo que crece puede ser un árbol o una flor, pero se vuelve visible para los demás. Ya no es historia: está viva. La historia, en cambio, debería ser lo más estática e inalterable posible. Cumple una función distinta. En ‘Pekín en coma’, todo lo que cuenta el protagonista en estado vegetativo, cada experiencia que relata, es verídica. Pero el entorno en el que recuerda, la atmósfera que rodea esos recuerdos, es ficticia. Cuando una obra literaria entrelaza verdad y ficción, adquiere su mayor fuerza.



Dos imágenes de la revuelta de Tiananmen, tomadas por el escritor, que actualmente vive en Londres
–La premisa está inspirada en su hermano, quien quedó en coma tras sufrir un accidente a finales de mayo de 1989. Usted abandonó la plaza y regresó a Qingdao, su ciudad, para atenderle, y sin saberlo escapó a la represión. ¿Suerte o desgracia?
-Todavía hoy me siento dividido. Antes de que mi hermano quedara en estado vegetativo, me había escrito una carta en la que decía algo así como: «El pez y el anzuelo pueden coexistir, pero si sigues resistiendo morirán tanto el pez como el anzuelo». Me fui el 28 de mayo, apurado y lleno de ansiedad. No esperaba lo que ocurrió después. Aún recuerdo a Liu Xiaobo [premio Nobel de la Paz en 2010] y Zhou Duo en ese momento: discutían si declarar una segunda huelga de hambre. Los estudiantes ya podían volver a sus dormitorios, la huelga de hambre había terminado. La plaza estaba cubierta de basura, apilada como montañas, y trabajadores, enfermeras y voluntarios ayudaban a limpiarla. Así que me fui, creyendo que el movimiento probablemente terminaría de forma tranquila, sin clímax. Los estudiantes habían resistido más de un mes, eso ya era algo, pero era hora de terminar. Si hubiera estado allí, tal vez habría regresado con Liu y Zhou a la plaza, pues eran mis amigos. Quizá hubiera llevado también a Fang Lizhi. Pero, cuando llegué a Qingdao, sentado junto a mi hermano en estado vegetativo, recibí la noticia de la represión. Los tanques no solo estaban rodeando Pekín, habían entrado directamente a la plaza de Tiananmen y, cuando los tanques entran, corre la sangre. No tenían proyectiles, solo estaban ahí para despejar el camino. Desde donde estaba, junto a mi hermano, entendí algo aún más aterrador: la represión después del 4 de junio sería mucho peor. Muchos fueron arrestados y muchos murieron no durante las protestas, sino después.
–Su libro retrata las luchas de poder entre los estudiantes y cómo acabaron replicando el modelo burocrático y autoritario contra el que protestaban. ¿Tuvo el movimiento un problema de liderazgo que condujo a su trágico final?
-Muchas personas de la sociedad civil que abogaban por la democracia y los derechos humanos formaron diferentes grupos. Querían apoyar a los estudiantes y unirse a ellos, pero los estudiantes eran muy reacios, creían que la participación de estos grupos provocaría la represión del Partido Comunista porque entonces ya no sería un movimiento estudiantil, querían mantenerlo puro. Se sumaron obreros, alumnos de secundaria, monjes, incluso policías, pero esa contradicción no se resolvió. Si estas fuerzas hubieran logrado unirse a los universitarios y transformar de verdad el movimiento en una lucha democrática nacional, tal vez el Partido Comunista habría cambiado. Pero esa esperanza no se hizo realidad. Desde un punto de vista literario e histórico, mi libro refleja fielmente la realidad de aquella época. La gente luchaba por poder e influencia. Algunos se casaban y se enamoraban en la plaza, otros usaban el dinero de las donaciones para comer, beber y divertirse, todo eso ocurrió. Frente al viejo Partido Comunista, esos estudiantes actuaban como «pequeños comunistas», por eso era imposible que vencieran a los auténticos.
–Usted solía realizar visitas esporádicas a China, pero desde 2011 las autoridades no le permiten regresar. ¿Cuál es su relación actual con su país?
-Desde que mi madre falleció, la conexión con mi tierra natal se ha ido volviendo cada vez más distante. Sus cenizas están conmigo ahora. [Se detiene un instante, estira la mano y alcanza una pequeña caja de madera que muestra a la cámara] Esta es mi madre. Cuando yo muera, seré enterrado junto a ella. Así que, aparte del idioma y los lazos familiares, este país ya no tiene casi nada que me despierte nostalgia. Aunque, si algún día el Partido Comunista dejase de existir, claro, compraría un billete de avión y regresaría de inmediato. Pero la posibilidad de que eso ocurra es extremadamente baja. Creo que una vida en el exilio es lo que me corresponde.
–Cuando mira al futuro, ¿qué ve?
-Tal vez algún día China pueda abrirse a un nivel similar al de Rusia o Singapur, pero no llegará a ser como Taiwán, China es simplemente demasiado grande. Incluso una pequeña relajación del control por parte del Partido Comunista sería vista como una amenaza para su régimen. China ha estado en la cima de la cadena global de suministros durante casi quince años. Ese nivel de fuerza económica sin duda ha cambiado a los chinos, y también la forma en la que el mundo ve a China. Hace apenas tres años, la Unión Europea y Estados Unidos aún querían acercarse a China. Pero, después de la pandemia de Wuhan, la gente se dio cuenta de que las mentiras pueden matarnos. Sin democracia, no sabemos la verdad sobre nuestras propias vidas. China cambiará, pero no será rápido. Cuando el crecimiento económico se ralentice, también lo hará el nacionalismo. Quizá entonces la sociedad comience a abrirse un poco, pero no creo que llegue a verlo en lo que me queda de vida. Solían hablar de una evolución pacífica, esa idea de que, a medida que la gente tiene propiedad privada y se enriquece, querrá proteger esos derechos y la sociedad cambiará. No. La historia china no funciona así. En China, el cambio solo ocurre cuando hay pobreza. Cuando hubo pobreza, más de mil emperadores surgieron entre los campesinos, gente sin educación que tomó el poder porque no tenía nada. Pero, cuando hubo riqueza, el país se mantuvo estable, como durante la dinastía Tang. El autoritarismo puede brindar por ahora prosperidad, pero no necesariamente durabilidad.