Publicado: mayo 14, 2025, 10:45 pm
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Dicen que no hay nada más feo que pegar a un padre, pero los hermanos Lyle y Erik Menéndez fueron mucho más allá: mataron a su padre y mataron a su madre. Y lo hicieron a traición y por dinero. Ahora, casi 36 años después de un crimen que cautivó a EE.UU., los hermanos Menéndez están cerca de salir a la calle. Un juez de California ha rebajado su sentencia, lo que les abre la posibilidad de la libertad condicional. Los dos niños pijos que coparon las portadas de los ‘tabloides’ de supermercado a finales de la década de 1990 podrán estar en uno de sus pasillos comprando tomates.
La de los Menéndez es una historia sórdida en la que se mezclan los trastornos familiares, el dinero, el privilegio, los abusos, la avaricia y la facilidad en EE.UU. de hacerse con un arma y acabar con alguien a tiros. El último giro en el guión de esta historia -la cercana puesta en libertad de los asesinos- ha vuelto a capturar la atención del país.
El crimen ocurrió el 20 de agosto de 1989 en la mansión de los Menéndez en Beverly Hills. José y Kitty Menéndez, los padres, fueron acribillados a escopetazos por sus propios hijos. La de José Menéndez -sus antepasados eran asturianos- era una historia puramente americana: exiliado de la Cuba revolucionaria como adolescente, hizo fortuna como ejecutivo de la industria del entretenimiento.
Su éxito económico fue la cara de una cruz familiar: era un personaje ambicioso, controlador y abusivo. Según sus hijos, hasta el punto de la tiranía y de las agresiones físicas y sexuales. La madre, Kitty, vivía bajo la sombra de la depresión y del alcoholismo.
Los hermanos Menéndez eran un ejemplo típico de niños pijos problemáticos. La familia tuvo que mudarse de barrio porque los vástagos se dedicaban a entrar a robar a las casas de los vecinos. Erik destacó en tenis, donde iba para promesa. Pero Lyle solo lo hizo en rebeldía. Sus padres le mandaron a Princeton, una de las universidades de más prestigio del país, y acabó expulsado, acusado de copiar y de vandalismo.
Ambos defendieron que los mataron en propia defensa, por los abusos de su padre, por miedo. La fiscalía solo vio motivos menos justificados: quedarse con la fortuna que construyó el progenitor. La realidad es que compraron escopetas y se presentaron en la mansión familiar cuando sus padres veían una película en su sala de cine. Les dejaron irreconocibles: seis escopetazos al padre y diez a la madre, que no murió de inmediato. Luego trataron de montar una coartada: enterraron las armas en la cercana Mulholland Drive, compraron entradas para un evento que había ocurrido al mismo tiempo y regresaron a casa a llamar a la policía, fingiendo horror y consternación por el asesinato Llegaron a decir a los investigadores que quizá la mafia estaba relacionada con el caso.
Los investigadores no tardaron en sospechar de los hermanos, que empezaron a gastarse el dinero que heredaron de sus padres como si no hubiera un mañana. Lyle compró negocios y coches de lujo. Erik contrató un entrenador a tiempo completo para impulsar su carrera tenística. El armazón de su coartada empezó a resquebrajarse: un amigo de Erik informó a la policía de que le había contado el crimen; las autoridades descubrieron que Lyle trató de borrar un testamento de su padre en un ordenador de la familia; la novia de un psicólogo acudió a la policía después de que Erik amenazara con violencia al doctor. Ambos fueron arrestados en marzo de 1990, siete meses después de los asesinatos.
Aquello dio lugar a un culebrón judicial que EE.UU. engulló con fruición: juicios que acabaron con un jurado incapaz de decidir, recursos interminables de la defensa de los hermanos y, por fin, el proceso que les declaró culpables de asesinato. Las acusaciones y testimonios sobre el abuso sexual y físico de su padre no fueron suficientes para exculpar alos dos jovenes. Tras la sentencia, se quedarían en prisión el resto de sus vidas.
La atención que despertó el crimen de los Menéndez en el EE.UU. de la década de 1990 solo está por detrás del de O.J. Simpson. Pero para los jóvenes del EE.UU. contemporáneo, el caso de los Menéndez era algo de otra generación, de sus padres. Como en tantas otras ocasiones, eso lo cambió la televisión. Netflix estrenó el año pasado la serie ‘Monstruos’, con Javier Bardem en el papel del padre, que devolvió a los hermanos al primer plano. En el primer fin de semana tras su estreno, ‘Monstruos’ se encaramó a lo alto del contenido más visto en la plataforma.
Después de décadas en sus apelaciones, y pocas semanas después de que se empezara a proyectar en Netflix esa serie, el fiscal de distrito de Los Ángeles, George Gascón, pidió al juez que se revisara la sentencia de los Menéndez. Los hermanos han tenido un comportamiento modélico y llenaron el juzgado de peticiones -familiares, autoridades penitenciarias, activistas- para que se produjera esa revisión.
Esta semana, el juez Michael Jesic ha dado el visto bueno: su sentencia será ahora de entre 50 años de cárcel y cadena perpetua, con posibilidad de libertad condicional. La legislación californiana permite esa libertad para los condenados por asesinatos ejecutados cuando tenían menos de 26 años, como es el caso de los Menéndez. Solo queda por delante un proceso de revisión de la petición de libertad condicional, que dependerá en última instancia del gobernador del estado, el demócrata Gavin Newsom. Todo indica que, 36 años después, verán la calle.
«Admito toda la responsabilidad. Maté a mis padres. Elegí matar a mi madre y a mi padre en su propia casa. Elegí burlarme del sistema judicial. No tengo excusas y no culpo a mis padres», admitió Lyle en esa vista, en una declaración cargada de emoción, en la que él y su hermano repasaron el asesinato. También habló Erik: «Mis padres deberían estar vivos. Nunca habrá remedio suficiente para mi crimen».