Publicado: septiembre 18, 2025, 8:45 am
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El regreso de Donald Trump al Reino Unido como invitado de Estado del rey Carlos III dejó en su primer día, el miércoles, imágenes que rápidamente se difundieron en todo el mundo. El paseo por los jardines de Windsor, los saludos a los príncipes … de Gales, los piropos dirigidos a la princesa Catalina y la solemnidad del banquete en St. George’s Hall fueron diseccionados al detalle por la prensa británica e internacional. Sin embargo, a diferencia de visitas anteriores, el presidente estadounidense pareció, en opinión de muchos, desenvolverse con mayor contención, sin rupturas evidentes del ceremonial y con un discurso durante la cena más sobrio y ajustado al guión de lo que se esperaba, aunque con algunos deslices que también llamaron la atención.
La escena que más debate provocó fue la inspección de la guardia de honor. Trump avanzó unos pasos por delante de Carlos III mientras observaban las filas de soldados en Windsor, lo que llevó a numerosos comentaristas en redes sociales y a tabloides como el ‘Daily Mirror’ a hablar de un nuevo desliz protocolario. No obstante, una fuente de Buckingham citada por ‘Newsweek’ aclaró que «es protocolo para el jefe de Estado visitante ir primero» en ese recorrido, y las propias imágenes mostraron al monarca gesticulando para que Trump se colocara al frente. Duncan Larcombe, analista real consultado por ‘Metro’, admitió que podría considerarse «un faux pas» desde la óptica más estricta, aunque matizó que «no es una ruptura grave, sino un detalle de estilo».
El saludo inicial con los príncipes de Gales añadió también un matiz más personal, aunque no precisamente inesperado, viniendo de Donald Trump. Tras estrechar la mano del príncipe y heredero Guillermo, Trump se volvió hacia Catalina y, con una sonrisa, le dijo: «You’re beautiful, so beautiful» (Qué guapa eres, muy guapa). El gesto no vulnera ninguna norma escrita, ya que el protocolo oficial indica que no existen códigos obligatorios de conducta más allá del saludo de cortesía. Sin embargo, historiadores y expertos en la familia real como Justin Vovk, citado por CBC, consideraron que ese comentario, aunque no rompe el protocolo, sí podría «transgredir las reglas no escritas de la diplomacia personal», ya que se trata de un elogio «demasiado íntimo» para un encuentro oficial.
Más tarde, en el banquete de Estado, Trump retomó esa misma idea en un contexto formal, con Catalina sentada a su derecha. «Melania y yo estamos encantados de volver a visitar al príncipe Guillermo y de ver a Su Alteza Real la princesa Catalina tan radiante, tan saludable y tan hermosa». En este caso, la frase tuvo una doble lectura: para algunos fue un reconocimiento oportuno a la recuperación de la princesa tras anunciar meses atrás su remisión de cáncer, mientras que para otros supuso una muestra de exceso de espontaneidad en un entorno donde la sobriedad es la norma.
Pese a los piropos, el discurso de Trump sorprendió por su tono contenido. ‘The Times’ subrayó que se trató de una intervención «inusualmente sobria», cuidadosamente leída de las notas preparadas y sin las improvisaciones que caracterizan a su estilo habitual. Destacó la metáfora en la que describió a Estados Unidos y Reino Unido como «dos notas de un mismo acorde», frase que buscaba subrayar la profundidad de la relación bilateral en un tono poético muy distinto al de otras intervenciones. Así, el presidente «se ajustó al guión británico con disciplina poco común en él».
El banquete en St. George’s Hall tuvo además un elemento inesperado en torno a Melania Trump. La primera dama apareció con un vestido amarillo de Carolina Herrera, escotado y con los hombros al descubierto, acompañado por un cinturón lila, zapatos deManolo Blahniky joyas de esmeraldas y diamantes. Según analistas de medios británicos y estadounidenses, su atuendo estuvo en el límite de lo permitido por la etiqueta, ya que tradicionalmente se ha considerado inapropiado mostrar los hombros en actos reales de máxima formalidad, aunque esas normas se han relajado en los últimos años, sobre todo en eventos nocturnos.
El recibimiento que le dispensaron a Trump y su esposa las autoridades británicas no escatimó en recursos, con un coste aún no publicado oficialmente pero que, según estimaciones de la prensa británica ser una cifra muy superior a los 3,9 millones de libras de la visita de 2019. Esta vez, el propio Trump describió su segunda visita «como uno de los mayores honores de su vida», y los royals se encargaron, todo indica que con éxito, de hacerlo sentir casi un royal más. La jornada incluyó guardias de honor formadas por regimientos históricos, desfiles de caballería, carrozas y una cena de gala con la presencia de figuras políticas y empresariales de alto nivel. ‘The Telegraph’ interpretó la magnitud del ceremonial como una señal clara de que la relación especial entre Londres y Washington se encuentra en uno de sus mejores momentos.
La cuestión del protocolo se proyecta, en buena medida, sobre los gestos más que sobre las normas escritas. El portal oficial de la Casa Real recuerda que no existen códigos obligatorios de conducta al saludar a los miembros de la familia real, aunque quienes así lo deseen pueden ajustarse a las normas tradicionales, como una leve inclinación de cabeza en los hombres o una pequeña reverencia en las mujeres. El apretón de manos, sin embargo, es plenamente aceptado. Y esta vez, también llamó la atención que Trump, a diferencia de episodios anteriores con otras personalidades públicas, no sostuvo apretones de mano prolongados ni gestos considerados invasivos. Tampoco se registraron interrupciones o desplantes de agenda, salvo un pequeño retraso a la llegada que para Duncan Larcombe, experto real, si bien «ser impuntual en una cita con los Windsor es un incumplimiento del protocolo, en el caso del presidente de Estados Unidos se entiende que es absurdo quejarse por unos minutos de espera». Así que, en resumen, el discurso se mantuvo sobrio, los saludos fueron formales y la agenda se cumplió según lo previsto, según los analistas.
Aun así, la percepción pública sigue dividida. ‘The Guardian’ habló de la tensión entre la espontaneidad del presidente y la sobriedad del ceremonial británico, mientras que «The Telegraph» insistió en que la visita reforzó los vínculos bilaterales y demostró una cercanía entre el presidente y el monarca que podría traducirse en mayor cooperación. La dualidad en la cobertura refleja una constante en torno a Trump: cada uno de sus gestos es susceptible de interpretaciones contrapuestas.
La visita, al menos en su primer día, dedicado a los Windsor, dejó la imagen de un Trump menos imprevisible que en ocasiones anteriores. Aunque no renunció a su estilo de cercanía espontánea, como mostraron los elogios a Catalina, tampoco se apartó de las normas básicas del protocolo real. Mok O’Keeffe, historiador real, explicó que hay una relación histórica cálida y amistosa entre Estados Unidos y el Reino Unido: «Al juntar estas dos cosas se da una situación en la que Donald Trump toca afectuosamente al rey de Inglaterra», añadió, y concluyó que no es motivo de alarma porque «cualquier demostración de afecto genuino entre estos dos individuos solo puede ser positiva para nuestro país». Recordó, además, que «Michelle Obama puso el brazo alrededor de la difunta reina, señal de que tanto republicanos como demócratas pueden ser expresivos con la Familia Real».